AUSTERIDAD POLÍTICA
A los políticos de oficio, aquellos que han hecho del “servicio público voluntariamente aceptado” una profesión, se les llena la boca en estos tiempos difíciles como la palabra “austeridad”.
Hay que ser austero. Los ciudadanos debemos apretarnos el cinturón, los trabajadores tienen que ajustarse a las circunstancias y aceptar disminuciones salariales, aumentos de horarios laborales y provisionalidad en el empleo; las familias han de equilibrar a la baja su cesta de la compra, porque donde no se entra no se puede sacar, y otras lindezas por el estilo.
Ignoran, o no quieren recordar, donde están las causas de las crisis en cadena, y por eso no disponen medidas para con los grandes protagonistas del enredo. La gran banca voraz; los especuladores bolsísticos e inmobiliario; los grandes negociantes de suelos, solares, complejos urbanísticos; los evasores de capitales; los profesionales de la defraudación del fisco…
De otro lado, parece que no conocen la máxima popular de “predicar con el ejemplo”. Y así es difícil que se tenga confianza en quienes predican sacrificios mientras sus ingresos oficiales no sólo no sufren recortes sino que se revisan al alza, como al alza se actualizan sus privilegios, sus poderes, sus connivencias.
En la Edad Moderna, manejaban los estados italianos grandes señores que eran o habían sido condotieros, una especie de “guerreros de fortuna”, que una vez instalados en el poder hacían y deshacían a su antojo. Estos “caballeros esforzados” ya tuvieron sus precedentes en la llamada Reconquista de la Península ibérica. Así, en Portugal estaba Geraldo Sem Pavor (el sobrenombre nos da una idea) y en Castilla El Cid Campeador (tan glorificado). Para el historiador portugués del siglo XIX Oliveira Martins este tipo de profesionales de la guerra (y la política) les merecía este calificativo: “compañía de bandidos que batallaban por cuenta propia, sin noción de patria a la que perteneciesen, ni de religión que siguiesen. Iban, claro, a su propio beneficio, por mucho que sacaran pecho pregonando su defensa de los débiles.
Hoy, los nuevos oficiantes, deberían demostrar que nada tienen que ver con aquellos modelos que ya en la medieval Crónica Gotorum calificaban de “banda de ladrones que hacían la guerra por su cuenta”. Así, habrían de atacar el mal por su raíz, yendo al origen del problema, enfrentándose a los responsables directos de los desaguisados. Y poniéndose ellos mismos como ejemplo de austeridad, desterrando privilegios, sueldos de escándalos y retiros de vergüenza. Sólo entonces podrán recuperar el respeto y la credibilidad que al comienzo de la actual democracia para muchos tenían, como voto de confianza que luego tan extraordinariamente una inmensa mayoría defraudó.
(Publicado en http://www.extremaduraaldia.com/, el 6 de enero de 2012)
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