A LA MADRE DE UNOS EMIGRANTES EXTREMEÑOS
Como una triste sombra dolorida,
sentada en un rincón la pobre anciana,
por cada pena, le salió una cana
y por cada hijo que emigró, una herida.
En un trozo de noche convertida,
envuelta en un mantón de negra lana,
va gastando sus años con desgana,
¡ya no siente el latido de la vida!
Es ya sólo recuerdo sin consuelo,
arrugada materia atormentada,
nubecilla de tela sobre el suelo.
Ya espera solitaria y resignada
- más lejos de la tierra que del cielo -
su retorno a la sombra y a la nada...
Wenceslao Mohedas Ramos
Como una triste sombra dolorida,
sentada en un rincón la pobre anciana,
por cada pena, le salió una cana
y por cada hijo que emigró, una herida.
En un trozo de noche convertida,
envuelta en un mantón de negra lana,
va gastando sus años con desgana,
¡ya no siente el latido de la vida!
Es ya sólo recuerdo sin consuelo,
arrugada materia atormentada,
nubecilla de tela sobre el suelo.
Ya espera solitaria y resignada
- más lejos de la tierra que del cielo -
su retorno a la sombra y a la nada...
Wenceslao Mohedas Ramos
Cuando leí en facebook hace unas semanas este poema de
Wenceslao Mohedas Ramos, quedé impresionado por
su fuerza poética, la calidad de la composición, el mensaje tremendo que
transmite.
Desde hace mucho tiempo, ¡desde siempre!, me ha
sobrecogido la imagen de esas “madres de emigrantes” que esperan día tras día
un regreso difícil, imposible a veces si no es de temporadas que ahondan el
dolor.
Hace unos días dediqué una entrada de este blog a
glosar la figura de la “Lloca del Rinconín”, la escultura-homenaje a la Madre
del Emigrante que está frente al mar, en Gijón, y que me caló tan hondo cuando la
vi por vez primera en 1975. Acompañé el comentario de unos dibujos del gran
Castelao, y de unos textos de autores portugueses, que tan extraordinariamente
han retratado la separación de esta sangría. Nuestro poeta tuvo el acierto de
colocar el soneto en “Comentarios” a la entrada.
Tal vez hoy las cosas sean distintas, con los nuevos e
instantáneos medios de comunicación electrónicos y mecánicos (o tal vez no, si
hablamos de éxodo forzado por las necesidades básicas e irremediables); pero
entonces, en ese tiempo que tan
profundamente retrata Wenceslao, el desgarro resultaba irreparable.
Por eso quiero volver a llamar la atención sobre el
soneto: “sombra dolorida”, “mantón de negra lana”, “arrugada materia
atormentada”, “nubecilla de tela sobre el suelo”. Esa es la madre, dolorida y
doliente; solitaria y vencida; resignada y callada; sombra, cana, ¡nada!
¿Qué le había dado a esa “pobre anciana” la vida?
Miseria y dolor, seguramente, siempre. Y esa esperanza -débil alegría- de sus
hijos, a los que criaría ¡sabe Dios con cuántos sacrificios!, y luego se le
fueron para no verlos ya nunca (o acaso brevemente en el dolor de un beso de
llegada y otro de despedida).
Anciana en el pueblecito de Monsanto (Portugal): ¡como en tantos sitios! |
¿No conocéis mujeres como ésta? Seguro que en los
portales de nuestros pueblos vaciados habréis visto a muchas, de luto riguroso,
de arrugas y encogidas como un signo de interrogación, que decía el gran Dámaso
Alonso en su poema “Mujer con alcuza”, otra mártir de la soledad: leedlo
(internet nos lo ofrece sin problemas) y veréis a la madre retratada tan
escalofriantemente por Wenceslao en este soneto que debe quedar grabado en
nuestra memoria, en nuestra historia y en los manuales selectos de la
Literatura.