Miércoles, 1 febrero 2012
¿Final de un ciclo de la Historia?
Moisés Cayetano Rosado
Cuando explotó la crisis económica mundial en que andamos hundidos -en 2008-, habían pasado unos 80 años de un precedente devastador: la llamada “Crisis del 29”, la más arrasadora del siglo XX, y de la que solo Estados Unidos -donde se inició- se recuperaría con relativa prontitud: una década después. El conocido como mundo occidental la encadenó con el ascenso de los totalitarismos, las autarquías económicas, la miseria generalizada, el paro, los radicalismos xenófobos y racistas, la II Guerra Mundial…
Iniciada por una caída en el mercado de valores bursátiles, la falta de salida de la superproducción agrícola e industrial y el endeudamiento suntuario de las familias, el pánico se desató en octubre de 1929. Se recurre de inmediato a la reducción de gastos públicos y privados; el recorte drástico de créditos a las familias y a las empresas; la reducción de prestaciones sociales y salariales, y la autarquía de los estados. Sería Keynes, en EE.UU. quien cambiara la fórmula: endeudamiento presupuestario oficial para inversión directa en obras públicas y sectores de mayor impacto en empleo y demanda; protección de las rentas familiares más bajas, y potenciación del consumo privado.
Europa, en tanto, se enfrascaba en la preparación y desarrollo de la II Guerra Mundial, que a la postre beneficiaría a esos EE.UU. y la volvería a hundir, como ya ocurrió con la Gran Guerra de 1914-1918. Únicamente a finales de los años cincuenta, con la ayuda americana (Plan Marshall), reiniciaría su reflote, que dio lugar al desarrollismo (desarrollo desigual: macro
en unas zonas y abandono en otras geografías regionales) de los años sesenta.
Pero esta explosión desarrollista, como otros “felices años veinte” de la crisis anterior, se basaba en dependencias peligrosas. Entonces, en una inversión no productiva y gasto privado descontrolado, bajo crédito fácil. Ahora, en una energía barata -la petrolífera-, base del sistema productivo general y del modelo de ocio y recreo en particular. Así, cuando por el conflicto árabe israelí de 1973 suben los precios del petróleo un 17% y se recorta la producción un 25%, el sistema se tambalea. Mas no ha levantado cabeza cuando otro conflicto, el de Irán-Irak, hace multiplicar los precios del crudo entre 1978 y 1981 por 2’7: diez años durará la “postración del mundo civilizado”.
Y si en la Crisis del 29 sacaron tajada los EE.UU. (aparte, como siempre, de los grandes especuladores bancarios, bursátiles y crediticios), ahora la sacarán los Países Árabes: bueno, las élites poderosas de esos países, pues la inmensa mayoría de la población seguirá quedando en la miseria. Hasta mediados de los años ochenta no asistiremos a una recuperación, que nos coloca en otros “años dorados”, como los “felices años veinte” y como la “década desarrollista de los sesenta”, bajo las mismas fórmulas socio-económicas.
De 1985 a 2005, incluso a 2008, parecía que de nuevo cayera el maná del cielo: facilidades crediticias a empresas y particulares, confianza en los mercados, inversiones hipotecarias e inmobiliarias, especulación en el sector de la construcción civil, fe ciega en el “ladrillo” (todo lo que se construye se vende, se revende, aumenta y se dispara de precios…). Recibimos mano de obra barata para atender a la creciente producción occidental, procedente de los países del Este europeo, del norte y África subsahariana, así como de Latinoamérica.
España, un país de tradición emigratoria, que expulsó de su suelo en los años del desarrollismo (1961-1974) a dos millones de trabajadores, llegará a tener en 2011 casi 6.000.000 de extranjeros, en una escalada ascendente que nada más la crisis actual -iniciada en 2008 y expandida hasta
lo insospechado en 2010-2011- logrará detener, incluso con retornos que ya superan a las entradas y con nuevas intenciones de emigración de los nacionales, que empiezan a hacerse realidad.
¿Cuándo y cómo se saldrá de la crisis en que estamos inmersos? Primero hemos de reflexionar sobre la cronología de las anteriores: todas fueron para largo. Y sobre las fórmulas puestas en juego, que no son precisamente las de la contracción del gasto público y el recorte de prestaciones, créditos e inversiones. Pero también hemos de considerar un fenómeno inédito: la emergencia explosiva de las economías asiáticas, en especial China (con sus mil doscientos millones de habitantes) y Sureste asiático (seiscientos millones), su competitividad productiva, presencia acelerada en los mercados occidentales, modelo laboral despiadado y capacidad tecnológica puntera.
Si en el siglo III el poderoso e imbatible Imperio romano cayó víctima de su propio desarrollo ante pueblos fronterizos emergentes; si en el siglo XVII los imperios español y portugués, “donde no se ponía el sol”, se desvanecieron ante la pujanza anglosajona, de los Países Bajos y de las repúblicas comerciales italianas… ahora el sonido de la trompeta nos viene del este asiático. Y cargado de una población a la que si unimos la de India (seiscientos millones) y Pakistán (casi doscientos), representan la mitad del mundo. Mitad del mundo con hambre y con “ganas de comerse el mundo”, porque tal vez les ha llegado la hora, en un nuevo ciclo de la Historia.
MOISÉS CAYETANO ROSADO
moisescayetanorosado.blogspot.com
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