Miércoles, 8 febrero 2012
Emigración masiva y riqueza estructural
Moisés Cayetano Rosado
De todos los procesos migratorios que han tenido lugar dentro de Europa, ninguno tan masivo, tan volcánico, como el de los años sesenta y primera parte de los setenta del siglo XX. Iniciado como consecuencia del despegue económico de Europa occidental, tras rehacerse de la II Guerra Mundial -allá por 1955-, cobra una fuerza inusitada en la década de los sesenta; la crisis energética mundial de 1973 y la propia saturación del mercado laboral lo corta de una forma radical a partir de 1975, estabilizando la población y fijándola de forma prácticamente definitiva, pues ya se producirán pocos trasvases en los años siguientes.
Así, en 1976, Alemania tenía registrados a dos millones de trabajadores extranjeros, Francia a un millón seiscientos mil, Gran Bretaña novecientos mil, Suiza quinientos veinte mil, Bélgica trescientos veinte mil y Países Bajos ciento ochenta mil, por citar a los mayores receptores. Con sus familiares, esa cifra habría que multiplicarla por más de tres, para comprender el número de extranjeros en cada uno.
Por la otra cara de la moneda tenemos a los “emisores”: casi un millón de trabajadores italianos, medio millón de españoles y otros tantos portugueses, así como doscientos mil griegos, principalmente, dentro de lo que son países europeos comunitarios actuales.
¿Qué ganaron los receptores? Pues mano de obra joven en edad de producir y de tener hijos que aseguraran el reemplazo poblacional; peonaje
necesario para los puestos laborales menos remunerados, cruciales en el despegue industrial y de servicios. ¿Qué perdieron? Las divisas que ahorraban estos emigrantes y enviaban a sus familiares en los lugares de recepción, pero… que les abrían un mercado exterior de productos: maquinaria, vehículos particulares, electrodomésticos, bienes de industria pesada, con lo que reactivaron sus exportaciones.
¿Qué ganaron los emisores? Desahogo en la presión laboral, al aliviarse las cifras de paro con esa emigración; divisas que enjugaron la balanza exterior de pagos, tradicionalmente ruinosa en el sector comercial exterior; dinamización del consumo interior. ¿Qué perdieron? Población joven que liderara la reactivación económica estructural; equilibrio en la pirámide de edades, sufriendo un envejecimiento al quedar aquí los de más edad; armonización del consumo familiar, que con la entrada de divisas se decantó en buena parte por gastos no productivos y suntuarios sin base en riqueza propia; sujetos emprendedores, que sí desarrollaron sus potencialidades fuera.
Baste contemplar el ranking de Producto Interior Bruto por población de las 107 regiones que conformaban la Europa de 12 miembros en los años ochenta para comprobar cómo las regiones receptoras europeas habían estado y continuaban estando a la cabeza de la riqueza, y las emisoras de emigrantes a la cola. Así, acaparaban los doce primeros puestos: Hamburg (Alemania), Bremen (Alemania), Ile de France, Berlín (Alemania), Moord (Holanda), Sjaell-Falst (Dinamarca). Brabant (Bélgica), Baden (Alemania), Hessen (Alemania), South-East (Gran Bretaña), West Midlands (Gran Bretaña) y Nordrhein (Alemania).
En cambio, la cola la ostentaban: Makedonia, Ionidi Nisoi, Kriti, Nisoi Algaiou, Thraki, Epeiros (las seis de Grecia); Castilla-La Mancha y Extremadura (España); Centro, Alentejo, Norte, Azores-Madeira y Algarve (Portugal).
Indicadores parecidos antes de la sangría migratoria (1950) y después (años ochenta)… hasta la actualidad. Una actualidad que nos coloca al borde de la desesperación económica y laboral precisamente a Grecia, Portugal y España principalmente, y dentro de ellas a las regiones enumeradas y otras de similares características, como en España es el caso de Andalucía.
¿Qué podemos deducir de ello? Que el sacrificio poblacional, social y familiar que supuso la emigración no benefició estructuralmente a las regiones y países que lo padecieron. Que solo alivió la situación coyuntural de paro y miseria, pero no creó tejido productivo, aunque sí de consumo (por la llegada de divisas) empleado en bienes “volátiles” o inversiones ruinosas (pequeños negocios sin futuro), que llevaron a nuevas migraciones y a subida de inflación (como ya ocurriera con aquella riqueza que nos llegaba de América con la colonización de los siglos XVI y XVII).
Así hay que recordárselo a los gobernantes de esos países de la Europa rica desde estas naciones y regiones que dieron lo mejor de sus hombres para levantar sus economías y su producción de posguerra. Desde estos territorios que son lugar de descanso para los suyos, con playas soleadas donde sus inversiones de capitales en espectaculares negocios inmobiliarios recogieron también fabulosos beneficios. Y ello -como una “deuda histórica”- para que actúen en justa consecuencia.
MOISÉS CAYETANO ROSADO
moisescayetanorosado.blogspot.com
NOTA: Obsérvese el gráfico de PIB de los últimos 15 años en la Europa Comunitaria. El volumen de riqueza de Alemania y Francia les hace ser árbitros de todas las decisiones. Italia está bien situada, pero sus avatares políticos la mantienen muy por debajo de sus posibilidades. España tiene un volumen de PIB más considerable (no en vano nos vinieron en esos años casi 6.000.000 emigrantes de Europa del Este, Latinoamérica y África del norte y subsahariana, principalmente) que su peso político comunitario: ¿no saben nuestros políticos imponer su importancia real? ¡Pero, en fin, este es otro tema para debate! Ahora bien, qué impulso tuvimos en los años fuertes de la llegada de inmigrantes: 2001-2008.
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