Miércoles, 7 marzo 2012
Ganar credibilidad política
Moisés Cayetano Rosado
En los muchos años que estuve en primera línea de la política (política local y regional a lo más), mi objetivo, mi obsesión incluso, era “ganar credibilidad política”. Lograr para mi formación una consideración de seriedad, rigor en los planteamientos, coherencia en las propuestas, claridad en las alternativas, viabilidad en los proyectos, constancia en el desarrollo de la actividad, contundencia documentada en la oposición al contrario. Al mismo tiempo, contacto directo con los ciudadanos, involucrándolos en la reflexión, en la acción y en el seguimiento, con reuniones generales, debates sectoriales, movilizaciones, presencia en los actos institucionales en que interveníamos y acompañamiento teórico y físico en sus actuaciones en los lugares de residencia y en los organismos oficiales.
Y todo ello, procurando no recurrir jamás a la demagogia, a la complacencia, al oportunismo, y mucho menos a la incitación de acciones indirectas que consiguieran una “escenificación” espectacular, mediática y “verbenera”.
Por otra parte, siempre me pareció que acudir a los tribunales de justicia, buscando resquicios para aplastar al oponente (¡”el enemigo”!) era la función más penosa a la que se podía echar mano, y que solamente en casos de flagrante delito tenía justificación.
Sin embargo, las voces de acompañamiento cercano siempre solían ser las mismas: “A la yugular, hay que morder en la yugular”. O: “Tenemos que vencer por k.o. al adversario, lo demás son mandangas”. Buscar donde le duela, donde tenga una debilidad para ahondar en la herida, barrenarlo, desprestigiarlo personal y familiarmente, enarbolar la bandera de “su corrupción”.
Y así me fue. Y así nos va. Yo aquí estoy, viéndolas venir. Y la situación es la que es, la que siempre fue: ciudadanos que suelen ver en los políticos una casta aparte, de vocingleros demagogos que barren para casa, y buscan “su interés”, despreocupándose de soluciones reales, o aplicando en el poder lo que estando en la oposición combatían, y al revés.
Hace treinta años, yo era aún muy joven y la democracia también lo era. Pero mis alumnos de entonces -más jóvenes aún, claro-, me decían: “Los políticos son todos iguales”. Con rechazo, con desprecio. ¡Qué entendían ellos! Ni por edad, ni por conocimientos directos lo sabían. Pero, ¿y la memoria histórica? ¿Y la observación comparada por parte de la sociedad, de sus padres, de sus allegados? Se hablaba así en casa y así lo transmitían. Yo, por supuesto, me sulfuraba, en mi empuje de entonces y en mi necesidad de ver que todo iba a cambiar.
Y claro que hay ciudadanos metidos en política a los que admirar. Por supuesto que ideológica y prácticamente hay grupos que lo hacen aceptablemente bien. Pero seguimos esclavos del mensaje emotivo, visceral, maniqueísta: nosotros, buenos, buenísimos; los otros, malos, malísimos. Y muchos se desgañitan pregonándolo, sin más equipaje ni más consecuente alternativa. Tanto, que dañan los tímpanos de quienes les escuchan y éstos han de echarse hacia atrás para no soportar el agudo dolor en los oídos.
MOISÉS CAYETANO ROSADO
moisescayetanorosado.blogspot.com
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