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martes, 15 de mayo de 2012


DÍA DE “SAN ISIDRO LABRADOR”


No recuerdo que tuviese calor. Después, con los años, el sofoco se me hizo insoportable y dejé de frecuentar la romería.
Llevábamos tortilla de patatas, embutidos, queso de oveja, varios recipientes con gazpacho y algo de carne para asar. Había carrozas profusamente engalanadas, que optaban a premios humildes pero muy codiciados; competiciones de cinta en bicicleta, cucaña, carreras de saco, y baile todo el día levantando un polvo que se pegaba en la garganta como si fuera pasta, pasando adentro con los tragos de la bota de vino y la cerveza. Los tenderetes de los bares se llenaban de gente y alguno, ya a la tarde, espabilaba la modorra echándose al agua florida del riachuelo.
El santo, en la ermita, traído en tractor desde el pueblo, era visitado por una minoría, pues se trataba de una fiesta religiosa llena de paganismo, confraternizaciones y novios que se alejaban a la caída de la tarde por entre los fresnos y las zarzas ribereños.
Un fotógrafo, venido cada año de la capital -también lo hacía cuando la feria-, inmortalizaba a las familias, a los corros de amigos, a los ganadores de las exhibiciones, concursos y carreras.
Luego, cuando las oleadas migratorias, faltaron muchos a la cita. Fue en los años sesenta, y nos fuimos quedando sin amigos con los que trotar entre la gente por los bares, por entre los grupos resguardados bajo encinas y alcornoques.
Hoy, las carrozas, las cucañas, las bicicletas y las humildes lonas de los bares, han dado paso a tiendas bien montadas, a quads, todoterrenos y una ristre enorme de casetas donde venden cualquier cosa, incluidas baratijas de lo más inusitado, traídas por inmigrantes de todos los lugares.
Pero el calor aprieta. Tanto aprieta el calor, que apenas si veo la fiesta desde lejos, fugazmente en el coche, ajeno a la celebración que no me pertenece y donde tantos faltan, de los que fuimos entonces tan felices.

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