EL LEÓN DEL
DESIERTO
Acabo de ver en 13TV la película “El león del
desierto”, dirigida por Moustapha Akkad en 1979. Es uno de esos films de
referencia al que merece volver de nuevo, un clásico cinematográfico, de cine
bélico y antiimperialista, que tanto me recuerda a la literatura anticolonial
varias veces traída a estas páginas. No
en vano en esos años en que se desarrolla la acción: la ocupación italiana de
Libia y la lucha guerrillera de los beduínos dirigidos por Omar Mukhtar (desde principios
de siglo hasta 1931, aunque centrado especialmente en los dos últimos años),
España mantenía su sangriento conflicto en el Rif, al lado mismo, y en el mismo
desierto.
Como era de esperar, Anthony Quinn hace una
interpretación magistral del líder beduino, como también la hace Oliver Reed
del terrible general Graziani, encargado de la represión sin contemplaciones.
Tanques, aviones, cañones, gas venenoso, serán empleados contra los resistentes
y contra la población indefensa de las aldeas, quemándoseles cosechas, incendiando poblados y envenenando pozos, en
una terrorífica demostración de sinrazón, modelo al que no fueron ajenos los
demás ejércitos invasores de África, que se repartieron el Continente a finales
del siglo XIX, como si fuera una tarta sobre la que tenían todos los derechos.
Ante la fuerza de tan potente maquinaria de
guerra: poderosa artillería, numerosa
caballería e infantería, así como el auxilio de aviones, el pueblo autóctono
solo pudo contraponer su rebeldía y la violencia que impulsaba su dolor, tan
bien plasmado en las miradas magistrales de la madre que ve morir a su marido y
sus hijos guerrilleros, interpretada por Irene Papas.
Son 162 minutos de tensión, tal vez con exceso
de acciones de guerra y decantada hacia el maniqueísmo de víctimas buenas y
agresores que vuelcan su infinita maldad, con el leve contrapunto de un joven teniente, que se
atreve a desafiar a sus superiores al negarse a ordenar una ejecución de
civiles inocentes, y un coronel comprensivo, que admira en el fondo al líder
Mukhtar y entiende su causa, desde un silencio impotente y dolorido. Ciento
sesenta y dos minutos en que los planos generales nos presentan la belleza de
los amplios espacios de Libia, entre arena y rocas que se elevan, horadadas por
cuevas y cortadas. Y en que abundantes primeros planos nos comunican la angustia, el
dolor, las inquietudes, bondades y maldades de unos personajes bien resueltos,
desde niños aterrorizados en las devastaciones a los adultos enfrentados
continuamente con la muerte.
La película está accesible You Tube y es
interesante apuntar que en Italia ha estado prohibida, por lo malparado que -entienden-
queda su ejército. Y es curioso que sea de origen USA y sufragada por la Libia
de Gadaffi, cuando el coronel “no era malo” para los norteamericanos.
Resulta recomendable verla, o repasarla para
los que ya la conozcan, porque a las interpretaciones magistrales, a los
paisajes encantadores del desierto, se unen los apuntes históricos de lo que
fue terrible colonización de la que serían víctimas los que padecieron las
invasiones y los muchos soldados -carne de cañón- que se vieron obligados a participar
en la carnicería. Gran parte de ellos
también fulminados en cruentos y crueles enfrentamientos de los que aquellos
que sacaban el provecho en forma de transacciones comerciales, extracciones
mineras, venta de pertrechos y armamento, se libraron, bien resguardados en sus
respectivas metrópolis. Algo que sigue ocurrieron en muchas parte -¡como
siempre!- todavía.
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