SEPARACIÓN ACORDADA O A INSTANCIA DE PARTE
Por Moisés Cayetano Rosado
Un hogar
donde el matrimonio no se entiende, estando a disgusto en la coexistencia o en
confrontación, recurre al divorcio, a la separación, de mutuo acuerdo o a
instancia de una parte.
Si ese
hogar es un territorio, y los que lo conforman no se entienden, están a
disgusto o en confrontación, ¿pueden recurrir a la separación, de mutuo acuerdo
o a instancia de parte, si solamente es uno el que se empeña en distanciarse?
Este es
el caso catalán, o al menos de algunos ciudadanos catalanes, que vienen
proclamando su deseo de constituirse en nación independiente, como en el caso
primero podría ser el de uno de los miembros del matrimonio, que desea irse por
su lado, tal vez de buenas maneras al principio y por las bravas si así no lo
consigue.
España es
un conjunto de pueblos diferentes unidos en el solar peninsular, del que
algunas veces formamos una entidad unida: la Hispania romana, por ejemplo, o en
gran parte el musulmán Al-Ándalus. En otros momentos, muchos territorios
diferenciados, que reconquistaban espacios definidos, y fueron conformando
modelos idiomáticos distintos, aunque intercambiando raíces, estructuras,
vocablos (gallego, portugués, catalán, castellano… con múltiples variaciones
interiores), excepto en el caso peculiar del vascuence, más antiguo.
¿Podemos
convivir todos en un mismo Estado? Por supuesto… si queremos. ¿Puede alguno,
algunos, diseñar un destino independiente?
La pregunta
la retrotraigo a lo expuesto al principio: ¿forzamos la permanente unión de un
matrimonio en que al menos uno de los miembros no quiere vivir forzado en esa
unión? Habría que considerar la “instancia de parte”, constatar, comprobar que
ello es así (para un colectivo, eso se llama “referéndum”), establecer
legalmente las condiciones específicas de la disolución y proceder en
consecuencia. Otra decisión sería un empeño a la tremenda que empañaría aún más
la coexistencia.
Si la
consulta colectiva no diera ese resultado de pretendida secesión, no habría
“instancia de parte” suficiente, y el resultado debería ser reconducir
civilizadamente la convivencia. Pero hay que dar voz y participación a los
protagonistas, pues es su vida y la nuestra, el destino de futuro lo que se
pone en juego.
La analogía matrimonial, tan recurrente, hace abstracción del estado nacional recientemente descentralizado y, en ese último contexto, la apetencia de una élite periférica que pretende declarar unilateralmente sus privilegios.
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