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lunes, 11 de febrero de 2013


La Codosera. Un pueblo con Raíces y Costumbres Rayanas

Autor: José Luis Olmo Berrocal. Prólogo de Manuel Vilés Piris.
Edición propia (colaboración: Ayuntamiento de La Codosera, Los Riscos y Granja el Cruce). 2012. 245 páginas más 17 introductorias.

Llevo leídos un buen número de monografías locales que abordan la historia, costumbres, fiestas, profesiones, tradiciones… del lugar, tamizadas por las vivencias de los autores, que han vivido -por su edad- a caballo entre la tradición y la modernidad. Y el estudio sistematizado que emprendieron, junto a la pasión y el cariño -al que unen la añoranza-, hacen de éstas unas obras generalmente sentidas, llenas de vida e impagable información para todos en general y para los antropólogos sociólogos e historiadores en particular.
En este sentido, La Codosera. Un Pueblo con Raíces y Costumbres Rayanas, de José Luis Olmo Berrocal, cumple ampliamente las expectativas con que abordo semejantes lecturas. A la información variada y meticulosamente explicada se suma un manejo literario notable, que “obliga” a leer todo el texto de un tirón, ya que éste -ilustrado con muy variadas e interesantes fotografías actuales e históricas: un total de 192 ilustraciones- se hace sumamente ameno, aparte de instructivo.
La obra está dividida en cinco capítulos. En el primero hace un repaso del contexto geográfico, urbano y patrimonial del pueblo, empezando por aquello que define su particularidad bicultural: la Raya, esa frontera artificial que en los momentos de confrontación supuso el filo de un cuchillo afilado por el odio ajeno, y en los de paz un recurso para la supervivencia, a base de intercambios de subsistencia, dando lugar al contrabando. Tras ello, da un repaso no sólo por el río Gévora que mínimamente nos divide, sino que se interna en la población, sus calles plaza, fuentes, fondas, escuela, gente, subiendo hasta “el doblado”, esa parte alta, tan útil de las casas como almacén, secadero de productos de la matanza y lugar de juego para los niños.
En el segundo capítulo -Tradiciones-, nos coloca apasionadamente ante hitos fundamentales del latir rural que se ha ido perdiendo en los últimos decenios, pero que fueron preservados a lo largo de los siglos, hasta bien entrada la segunda mitad del pasado siglo XX: matanza, bodas, festividades, coplas, entierros… que estaban regulados por un saber ancestral y por unas necesidades rigurosamente abordadas, con sus reglamentos no escritos.
En el tercero -Fiestas y entretenimientos-, hace un repaso por todo aquello que a los que hemos pasado nuestra infancia y primera juventud en un pueblo nos suena a universal coincidencia: el cine, el baile, las ferias y fiestas, la talla de los quintos… y la aventura apasionante de la “búsqueda” y observación de los nidos por los niños, que era un descubrimiento y seguimiento de la vida para ellos.
En “Profesiones y oficios” -capítulo cuarto-, nos presenta esas actividades laborales que se han ido perdiendo de una forma a veces radical, o subsistiendo otras tremendamente transformadas. Y así, entre las primeras no podía faltar, en un pueblo rayano, el mochilero, así como en unos tiempos de posguerra el estraperlo. Pero también están aquellos oficios entrañables como el de pregonero, o zapatero. Otros penosos, pero que daban trabajo a tantos que con la mecanización se vieron desplazados, como el de segador. No falta el barbero, tan diferente ahora en su labor y trato, entonces dado a la compañía, la tertulia sin prisa. El panadero… Los primeros coches, los primeros negocios… de donde ha salido ese tan peculiar, expansivo y puntero, dentro de lo familiar, como es “La Granja el Cruce”, capaz hoy día de sobrevivir sin traumas a la crisis, expandido por toda Extremadura.
El último capítulo, Semblanzas, nos presenta a doce personajes del pueblo o que han ejercido su profesión en él, identificándose como uno más del mismo, cual es el caso de la maestra Josefa Martín Cotano. Médicos, profesores, militares, alcalde (Luis Ochoa del Solar, el que más tiempo estuvo en el cargo; en la Guerra y posguerra), telefonista (de las que atendían “la centralita” en forma casi artesanal), personajes entrañables y peculiares… para terminar homenajeando a su castillo “en la actualidad -dice finalizando- lo que queda de él, se encuentra en manos privadas en un periodo de letargo del que desearíamos saliese pronto”. Y hace votos por poder acceder a sus instalaciones libremente, como tantos visitantes del pueblo desean.
Un libro, en fin, de vivencias, de testimonios, que da cuenta de un mundo que se nos escapa de las manos, con sus dificultades, sus problemas, sus prejuicios sociales a veces muy encorsetados, pero también con riqueza humana y la ejemplaridad de unas generaciones que supieron llenar de contenido apasionado su vida, su trabajo, sus relaciones cotidianas y especiales. Cálida, amorosa y acertadamente, nos lo rememora José Luis Olmo Berrocal en estas páginas,  glosadas en el prólogo por el alcalde de La Codosera y diputado provincial Manuel Vilés Piris.
MOISÉS CAYETANO ROSADO

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