Páginas

viernes, 15 de febrero de 2013


VISIÓN DEL CARNAVAL DE LA MANO DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
 
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Juan Ramón Jiménez es el poeta de las soledades, de las intimidades, del recogimiento y la contemplación. Una especie de místico laico, de gran profundidad, vertida al interior.
Sin embargo, en su ternura, se asoma intensamente al pequeño mundo que le rodea en esa obra en prosa que es una joya siempre fresca y recurrente: “Platero y yo”. En ella,  los niños, los vecinos, los visitantes del pueblo por donde Platero hace su vida, las fiestas, los momentos del día compartidos, celebraciones del año acompañadas… están presentes de manera dulce y comunitaria.
Y siendo un libro tan sencillo y cercano, a veces resulta telegráficamente duro, como en el capítulo “Los burros del arenero”, o acerado en la crítica, como en “Los húngaros”, o de una contundente denuncia social, cual es el caso de “El tío de las vistas” o el desesperanzador “Juegos del anochecer”, sin olvidar su crítica al clericalismo egoísta en “Don José, el cura”.
Entre los múltiples temas que toca en sus casi ciento treinta breves capítulos, quiero traer ahora el referente al “Carnaval”.
Lo desarrolla en cinco párrafos, en el capítulo ciento veintiséis, y no deja de ser curioso que lo aborde un hombre tan contrario a las manifestaciones multitudinarias, aunque al mismo tiempo nacido y criado tan cerca de una de las zonas con más tradición en las celebraciones: Juan Ramón nació en Moguer, al oeste de las Marismas y de Cádiz.
¿Cómo aborda y enfoca el acontecimiento? Pues de la mano, claro está, de su burro Platero, que abre el capítulo, sacándole al poeta una exclamación de alabanza: “¡Qué guapo está hoy Platero!”. Y enseguida lo acompaña de “los niños”, todos disfrazados, llenos de colores y recargados de arabescos.
El segundo párrafo detalla el estado del tiempo, para situarnos en la estación del año en que se desarrolla: “Agua, sol y frío”. Párrafo explicativo (“viento agudo de la tarde”), que ya va predisponiendo su ánimo: “las máscaras, ateridas”, sin posicionarse plenamente todavía.
Se trata, por tanto, de una primera parte descriptiva de la situación, envuelta en una disposición positiva, por la transformación enmascarada de Platero, rodeado de niños, de inocencia.
Sin embargo, en el tercer párrafo hacen su aparición “unas mujeres vestidas de locas”, que rodean a Platero. Rompen, así, el encanto de la inocencia, del candor infantil, como atenazándolo entre sus bromas maliciosas. O sea, la presencia de personas de más edad perturba la contemplación serena del principio, rompiendo el encanto de la pureza.
El cuarto párrafo nos muestra la reacción de Platero, que es su propia reacción ante el revoltillo, la mezcolanza, la improvisación que el Carnaval significa: “Platero, indeciso, yergue las orejas, alza la cabeza y, como un alacrán cercado por el fuego, intenta, nervioso, huir por doquiera”. La situación, llena de gritos descontrolados, risas, canciones, “de coplas, de panderetas y de almireces…” no le satisface en absoluto. Le angustia, le impulsa a el apartamiento.
Y ya, en los cuatro renglones del párrafo quinto, muestra el desenlace rupturista: “se viene a mí trotando y llorando, caído el lujoso aparejo”. Roto el encanto, se aleja desolado, dejando atrás -abandonado- su disfraz, al que renuncia en plena fiesta de las transformaciones.
“Como yo -termina confesando Juan Ramón Jiménez-, no quiere nada con los Carnavales… No servimos para estas cosas…”.
Y es que, visto desde fuera, sin la participación directa, sin involucrarse, el Carnaval nos puede resultar hostil, incomprensible en su provocación y en sus trasposiciones. Solo viviéndolo, metiéndose en su nube, puede ser explosivamente  gozoso en la ruptura, sueños, desvaríos, disparatadas sinrazones.
Como el propio Juan Ramón en su Platero: “Vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro, debo cobrar un extraño aspecto cabalgando en la blandura gris de Platero”, escribe en el séptimo capítulo. “¡El loco! ¡El loco! ¡El loco”, le gritan los chiquillos al pasar, confiesa el poeta.
El loco, los locos, la locura inocente del Carnaval, que hace más llevadera la locura cierta de la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario