TORRE SINEIRA,
MÚSICA, AUTORIDADES, TURISTAS Y SANTO CRISTO
MOISÉS CAYETANO
ROSADO
Asistimos en Ponta Delgada, capital de las Azores,
a un acto cultural singular. Música
açoriana interpretada por dos jóvenes artistas, Luis Bettencourt a la
guitarra y André Jorge al cante: reposados, melodiosos, suaves como el viento
que sopla en la terraza de la Torre
Sineira (Torre con campanas) de la Câmara Municipal.
Nos dan abajo, al acceder a la escalera, un
folleto sobre esta Torre del siglo XVIII recién reabierta al público (el 18 de
abril) y pregunto que dónde es el concierto. “Na Torre”, me contestan. Y
subimos por las escaleras empinadas, que al final son un caracol estrecho por
donde a duras penas quepo, teniendo que llevar mi cartera por encima de la
cabeza para lograr pasar: juro que no soy de mucho peso y/o grosor. Otros se
las vieron peores, sobre todo al descender, pues además se había desprendido
parte de uno de los peldaños pétreos, que el propio Presidente da Câmara
rescató de entre los tres turistas japoneses que subieron y bajaron tras la
correspondiente sesión de fotos.
Creíamos que llegábamos tarde, pero nuestros
tres o cuatro minutos de retraso sobre la hora de convocatoria no fue problema:
éramos los primeros, junto a un fotógrafo profesional y un par de turistas
británicos que bajaron tal como subieron: sin mirar más que tras de su cámara
fotográfica.
¿Cómo iba a celebrarse un concierto allí? “No
me han entendido la pregunta -dije mientras subíamos-; creen que vamos solo a
visitar la Torre”. Pero sobre mi cabeza sonaba la guitarra y la voz, nostálgicas,
armoniosas. Y así era, con los dos artistas, el fotógrafo, Rosa María y yo por
todo público.
Aunque de inmediato llegó el Presidente da
Câmara Municipal -simpático y sencillo- con tres personas (una militar creo que
de Marina, otra que debía ser un ayudante del Presidente y la otra la Vereadora
de Cultura), y tras ellos un par de fotógrafos. Pensé: sesión fotográfica de
prensa tenemos. Y así fue. Mientras, la música açoriana –plena de referencias a
los paisajes, la cultura y las gentes de estas islas- inundaba la terraza
abriéndose paso entre los movimientos de fotógrafos, las risas y las
conversaciones.
Llega otra turista extranjera. Me pide en su
idioma que le saque una foto; no le entiendo lo que dice, pero los gestos son
universales y la inmortalizo junto a las autoridades y los músicos. Ellos
cantando y sonriendo con paciencia infinita.
Y acceden por las escaleras los tres japoneses
que saludan a otros que se han quedado abajo: mueven los brazos, parlotean, ríen,
se hacen muchas, muchas fotos, lo plasman todo, mirando únicamente a través de
las cámaras; ni se les ocurre escuchar a los artistas, aunque sí se aproximan a
ellos para sus poses ante el que hace las instantáneas. Pero curiosamente ni
les dirigen la mínima mirada
En ese momento somos una multitud de una docena
de personas, acrecentada con otras tres o cuatro -tampoco cabríamos muchos más-
que se besan con las autoridades y están muy contentas de coincidir allí. Luis
a la guitarra y André cantando, no se dan por vencidos.
Los japoneses tienen el percance del peldaño, y
la autoridad los socorre. El trozo de piedra queda en la terraza,
afortunadamente rescatado: pudo ser un accidente de consideración. Suerte que
estamos celebrando las fiestas del Senhor
Santo Cristo dos Milagres, de una devoción extraordinaria en las islas,
desde que detuvo la acción de un terremoto. En un archipiélago sometido
históricamente a las sacudidas de la tierra, a la acción de los volcanes que lo
dominan todo, a los ataques de piratas, a las embestidas del mar para con sus
embarcaciones donde se ganan tantos la vida, a la emigración/separación más
lejana…, sin una devoción tan penetrante, la vida puede ser un infierno.
Pocas veces he visto manifestación de masas
comparable. Todo el pueblo en la calle, desfilando por entre alfombras de
flores, ramas y virutas de madera coloreadas formando hermosísimos dibujos. Uniformados
por asociaciones, grupos, profesiones… con gran aparataje musical. Penitentes
de rodillas; multitudes asistentes a misa campal con cardenal venido ex profeso,
obispos, sacerdotes...
Este concierto, mínimo, tan desatendido como
delicioso, forma parte de las actividades en honor al Santo Cristo. Pero ya todo el mundo ha hecho las fotos necesarias,
cumplido con sus obligaciones, y se marcha. Los músicos quedan arrullados por el viento y le damos un último
aplauso y los parabens que se
merecen, lo que agradecen con sonrisas y un delicado obrigado ya de despedida. Las multitudes, en un receso en su
penitencia, saborean la deliciosa comida isleña en los tenderetes que bordean
el Forte de S. Brás, en el borde marítimo de las celebraciones.
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