Moisés Cayetano Rosado
INTRODUCCIÓN.
Siguiendo una sana costumbre -que el año pasado
nos llevó a Turquía-, el Grupo Mecenas
del Conjunto Monumental de Mérida nos ha proporcionado la oportunidad de
viajar a Jordania.
Viajes a los que tienen prioridad los socios de
Mecenas (abierto a todo el que quiera inscribirse, como colaboradores de
nuestra ciudad de Mérida, Patrimonio de la Humanidad precisamente por su
Conjunto Monumental), pero de los que también pueden disfrutar (y así ocurre)
otros ciudadanos amantes de la historia, el arte, la arqueología, los viajes de
“aventura controlada”.
Y Jordania
ha sido todo un descubrimiento para los cuarenta viajeros extremeños que el 28
de junio nos enrolamos por ocho días para conocer un país situado en uno de los puntos más cercanos a conflictos
de extrema gravedad, aunque consigue que prácticamente no le afecten: la
guerra civil de Siria al norte; las revueltas de Egipto al sur; la violencia
contenida de Israel y Palestina al oeste, y no pocas inquietudes de Irak al
este, que comparte vecindad con Arabia Saudí.
I.
AL
NORTE DE LA CAPITAL JORDANA.
Ammán,
capital de Jordania.
Ammán,
su capital, con dos millones de habitantes, es una
extensa ciudad de edificios generalmente bajos, de pocas plantas, color ocre,
que se extienden por diecinueve colinas y tiene su lugar más atractivo en la
primitiva Ciudadela, con 1’7 kilómetros
de muralla, donde destaca el Palacio Omeya (con espectacular sala de
audiencias), una basílica bizantina, templo, foro, teatro y otros monumentos romanos.
Es curioso comprobar cómo el mito, tan
divulgado, de que por sus calles ha de pasearse en pantalón largo -pues en otro
caso seremos objeto de la reprobación ciudadana- no es más que eso, un mito.
Ahí, y en cualquier otra ciudad, los jordanos van a sus quehaceres, son
amables, acogedores y no se dedican a “dar palos” al que se atreve a enseñarles
sus rodillas.
Jerash,
tesoro arqueológico romano.
Jerash, presencia romana. |
Al norte de Ammán, a poco más de 50 kilómetros,
sobresale la ciudad de Jerash, que
para nosotros, los extremeños, y especialmente los residentes o habituados a Mérida, viene a ser como una
“ciudad hermana”: su legado romano le
hace ser conocida como la “Pompeya del Este”, si bien atesora también una
importante herencia monumental que va desde la Edad del Bronce y el Hierro,
hasta la época de los Omeyas y Abasidas, pasando por helenísticos, romanos y
bizantinos, en un estado de conservación de los mejores del mundo. Desde 2004
está inscrito en la Lista Indicativa
para la obtención de la calificación de Patrimonio de la Humanidad, que
bien se merece.
Castillo de Ajlum |
A unos 15 kilómetros está el castillo de Ajlum, del siglo XII,
construido para contener los ataques de los cruzados, velar por las
comunicaciones con Siria, contener el avance del Reino de Jerusalén y proteger
las minas de hierro de la región. Impresionante
fortaleza similar a nuestros castillos de la Baja Edad Media, con un
meritorio sistema de entrada de puertas en recodo, fosos y matacanes que le
hacían inexpugnable.
Castillo de Harranah |
Castillos
del desierto.
Hacia el desierto inmenso del este, que nos
lleva a las fronteras de Siria e Irak, se encuentran una serie de castillos y
fortalezas que son puntos estratégicos para el resguardo de los caravaneros de las rutas de las especias,
incienso, seda, sal…, como es el caso de del impresionante castillo de Harranah, del siglo VIII, de enorme belleza y solidez
exterior, así como de extraordinaria comodidad interior, en medio de la “portentosa
nada del desierto”. O fortalezas-palacios
como el de Amra, de la misma época, utilizado por el califa y sus príncipes
para el deporte y el placer, con magníficos frescos en las paredes y techos que
le han valido el calificativo de Patrimonio
de la Humanidad, obtenido en 1985, y donde sorprendentemente podemos ver
“todo” lo que prohíbe la religión musulmana: representación figurativa humana y
de animales, incluidas escenas de relaciones sexuales explícitas.
Bóveda de la fortaleza-palacio de Amra |
También están los castillos propiamente estratégicos, defensivos y
de acopio para finalidades bélicas, como es el de Hallabat –utilizado por Lawrence de Arabia-, construcción sólida en
basalto y arenisca, cuyas puertas son igualmente de piedra, y que se asienta
sobre base romana, mandada a destruir por el califa omeya Hisham ibn Abd al-Malik
en el siglo VIII. En este último caso, nos recuerdan a los castillos roqueros
extremeños, si bien en medio de la inmensidad plana del desierto y no en los
picos elevados de cerros y montañas.
Puertas del castillo de Hallabat |
(Continuará)
se cierran las puertas
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