CASTILLO DE OLITE: EL ANSIA POR TENER DE TODO
Moisés Cayetano Rosado
En
todas las guías turísticas le suelen dar la máxima calificación, y los
visitantes a veces son grupos nutridos que se entremezclan y dificultan el
deambular: masas entusiasmadas que suben y bajan escaleras y se asoman a los
múltiples miradores con la alegría de los niños.
Es el
Castillo de Olite, en Navarra, y más en concreto el Palacio Nuevo (pues el
Viejo es el actual Parador y al medio quedan las ruinas de la Capilla de San
Jorge).
Construido
entre los años 1402 y 1424, comprende un conjunto de estancias variadas, pasadizos,
jardines y fosos, rodeados de altas murallas, con torres de todo tipo,
rematadas en conos invertidos, almenas, finas garitas cilíndricas, mirador
también cilíndrico de espectacular anchura, terrazas… Promovido por Carlos III
“el Noble”, fue en su día uno de los más lujosos de Europa, aunque -con la
conquista de Navarra por Castilla en 1512- sufrió un proceso de abandono y
deterioro, que se remató en 1813, al ser incendiado durante la Guerra de la
Independencia. Sería en 1923 cuando la Diputación Foral se hizo cargo de él,
procediéndose a su restauración.
Vista parcial exterior |
Y ahí
lo tenemos hoy, salvado de la ruina, muy retocado en sus múltiples elementos y
celebrado por todos como una de los mayores atractivos de una tierra que los
tiene más que sobrados en su magnífico patrimonio artístico-monumental, aparte
del natural y humano.
Sin
embargo, a mí no me acaba de agradar. Lo he visitado en medio del disfrute del
legado navarro eclesiástico, militar y civil -románico, gótico, renacentista,
manierista, barroco, neoclásico…- y me resulta excesivamente recargado de
elementos volumétricos. Una especie de conjunto pretencioso, donde la soberbia,
la riqueza y el capricho se conjugan para aparecer como la obra suma de todas
las artes constructivas. Y entonces, tanta ostentación y mezcla, tanta obsesión
por ser “incomparable”, me resulta incluso empalagosa.
Claro
que quien conozca mi gusto por el románico y el gótico cisterciense, seguro que
encuentra en ello suficiente aclaración. Pero también me rindo ante la belleza
del gótico clásico, incluso del final, tan recargado. Y, sin duda, ante el
plateresco, el manuelino, el manierista, el barroco, sin olvidar el
renacentista y neoclásico y otras manifestaciones posteriores (¡y anteriores,
claro!).
Vista parcial interior |
Otra vista parcial interior |
Pero
creo que hay una diferencia absoluta entre lo que es la justa creación de una
obra de arte que tiene “cuerpo y alma” y lo que podría ser una obra
constructiva corpóreamente impresionante, pero carente del soplo indefinible de
lo que nos conmueve.
Sí, la
gente estaba muy gozosa y parlanchina asomada en los múltiples ventanales y
terrazas del Palacio Real de Olite, pero yo me quedo con las iglesitas y los
pueblos armónicos, sencillos, primorosos, de los alrededores.
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