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viernes, 1 de noviembre de 2013

RECUERDOS INFANTILES
(Para reflexionar en medio de las reformas legales educativas)

Moisés Cayetano Rosado
El olor de las flores,  la temperatura ambiental y los temores son tres de los recuerdos más perdurables en nuestra memoria. Y si van unidos a experiencias infantiles, entonces se mantiene con nosotros “pegados” a los hechos que se desarrollaban a su alrededor de manera potente, haciendo que revivamos las historias como si transcurrieran en los momentos actuales.
Es así como lo evocan estas dos antiguas alumnas del primer Colegio donde ejercí, teniendo apenas 19 años, transcurridos más de cuarenta años de los hechos (Colegio Miguel de Cervantes de Barcelona), del que pongo solo las iniciales, pues está tomado de un Grupo cerrado de Facebook:
ELG No, no, era un cura con alzacuellos y esa voz que tienen los curas en las misas o cuando dan sermones para convencerte de que hay que ser buena y hacer lo que dice la Santa Madre Iglesia y si no te crees algo porque no se lo puede creer ni una niña de 8 años, te dicen que hay que tener FE, mientras usan ese tono paternalista de "mira tontina...., si no eres buena, ..........arderás en los infiernos por toda la eternidad y siempre jamás............ je, je, je, se me ha ido la pinza un pelín, pero juro sobre la guía de Barcelona Ciudad, que lo que estoy diciendo era así.

PBT Me vais a llamar religiosa, pero os acordáis del Mes de María (Mayo) que salíamos todas las clases a las 12 para cantar las canciones, qué calor teníamos que soportar, más de una vez me había desmayado en esos pasillos.

ELG No Pilar, por qué te vamos a llamar religiosa, son vivencias de nuestra infancia, yo tenía terror de los castigos de Dios, del fin del mundo, de las torturas que les infligían a los mártires, eso lo explicaba el cura que yo digo. Pero de todo eso recuerdo sobre todo, el olor de los claveles (las flores todas de color blanco), los lirios y las florecillas pequeñitas de las que me gustaban comer sus pétalos. Los ramos los traían los alumnos.

Yo, algo mayor, no tengo esos recuerdos, pues había perdido ya la sensibilidad del niño que todo lo capta y lo transfiere. Apenas si me acuerdo de que había que mantener el orden, subir en filas hasta el amplio espacio donde se celebraba la ceremonia religiosa; la vida me cogía con suficiente escepticismo…
Pero años más atrás, cuando también era alumno, pequeño e inocente, participaba con un relajado gozo en estas ceremonias en mi escuela del pueblo. Ellas significaban un alivio, pues el rigor de las preguntas del maestro, aquellos montes y ríos de la sesión de tarde, se me resistían, viniendo tras ellos la palmeta.
Las tardes de mayo se consumían en rezos, cantos, historias de milagros, sin tiempo para la inquisición de la difícil Geografía. Y ese es mi recuerdo. No había cura de sermón y apenas flores; solo el maestro, que nos contaba historias de bondad y supremos sacrificios de magníficos santos dispuestos a ayudarnos, si mostrábamos recogimiento, fe y extremada humildad en las solicitudes para cumplir nuestros deseos.
Yo no debía contar con las virtudes necesarias, pues al día siguiente seguía resistiéndome la Geografía y actuaba sobre mis manos enrojecidas la “regla”.

¡Qué potentes los recuerdos infantiles!  ¡Lástima que al olor de las flores se le una tantas veces en la vida el lamentable temor con que nos amenazan para una eternidad!

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