RECUERDOS
INFANTILES
(Para
reflexionar en medio de las reformas legales educativas)
Moisés Cayetano Rosado
El olor de las flores, la temperatura ambiental y los temores son tres
de los recuerdos más perdurables en nuestra memoria. Y si van unidos a experiencias
infantiles, entonces se mantiene con nosotros “pegados” a los hechos que se
desarrollaban a su alrededor de manera potente, haciendo que revivamos las
historias como si transcurrieran en los momentos actuales.
Es así como lo evocan estas dos antiguas
alumnas del primer Colegio donde ejercí, teniendo apenas 19 años, transcurridos
más de cuarenta años de los hechos (Colegio Miguel de Cervantes de Barcelona),
del que pongo solo las iniciales, pues está tomado de un Grupo cerrado de
Facebook:
ELG No, no, era un cura
con alzacuellos y esa voz que tienen los curas en las misas o cuando dan
sermones para convencerte de que hay que ser buena y hacer lo que dice la Santa
Madre Iglesia y si no te crees algo porque no se lo puede creer ni una niña de
8 años, te dicen que hay que tener FE, mientras usan ese tono paternalista de
"mira tontina...., si no eres buena, ..........arderás en los infiernos
por toda la eternidad y siempre jamás............ je, je, je, se me ha ido la
pinza un pelín, pero juro sobre la guía de Barcelona Ciudad, que lo que estoy
diciendo era así.
PBT Me vais a llamar
religiosa, pero os acordáis del Mes de María (Mayo) que salíamos todas las
clases a las 12 para cantar las canciones, qué calor teníamos que soportar, más
de una vez me había desmayado en esos pasillos.
ELG No Pilar, por qué te vamos a
llamar religiosa, son vivencias de nuestra infancia, yo tenía terror de los
castigos de Dios, del fin del mundo, de las torturas que les infligían a los
mártires, eso lo explicaba el cura que yo digo. Pero de todo eso recuerdo sobre
todo, el olor de los claveles (las flores todas de color blanco), los lirios y
las florecillas pequeñitas de las que me gustaban comer sus pétalos. Los ramos
los traían los alumnos.
Yo, algo mayor, no tengo esos recuerdos, pues
había perdido ya la sensibilidad del niño que todo lo capta y lo transfiere.
Apenas si me acuerdo de que había que mantener el orden, subir en filas hasta
el amplio espacio donde se celebraba la ceremonia religiosa; la vida me cogía
con suficiente escepticismo…
Pero años más atrás, cuando también era alumno,
pequeño e inocente, participaba con un relajado gozo en estas ceremonias en mi
escuela del pueblo. Ellas significaban un alivio, pues el rigor de las
preguntas del maestro, aquellos montes y ríos de la sesión de tarde, se me
resistían, viniendo tras ellos la palmeta.
Las tardes de mayo se consumían en rezos,
cantos, historias de milagros, sin tiempo para la inquisición de la difícil
Geografía. Y ese es mi recuerdo. No había cura de sermón y apenas flores; solo
el maestro, que nos contaba historias de bondad y supremos sacrificios de
magníficos santos dispuestos a ayudarnos, si mostrábamos recogimiento, fe y
extremada humildad en las solicitudes para cumplir nuestros deseos.
Yo no debía contar con las virtudes necesarias,
pues al día siguiente seguía resistiéndome la Geografía y actuaba sobre mis
manos enrojecidas la “regla”.
¡Qué potentes los recuerdos infantiles! ¡Lástima que al olor de las flores se le una
tantas veces en la vida el lamentable temor con que nos amenazan para una
eternidad!
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