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domingo, 28 de septiembre de 2014

Moisés Cayetano Rosado
Leo al Presidente de Uruguay, José Múgica: “Hay gente que adora la plata y se mete en la política; si adora tanto la plata que se meta en el comercio, en la industria, que haga lo que quiera, no es pecado, pero la política es para servirle a la gente”.
Cuando hacía Magisterio, había estudiado al humanista holandés Rodolfo Agrícola y se me quedó grabada una frase suya lapidaria: “Al maestro hay que remunerarlo dignamente, pero en una cantidad no atractiva para los ambiciosos que solamente miran por su bien; aunque tampoco míseramente, para que no desistan los bien capacitados”.
Ahí es donde está la clave. De los maestros, de los políticos, de aquellos que han decidido orientar su vida profesional en el servicio a los demás, en el progreso de los pueblos. No puede ser la suya dedicación para vivir en la opulencia, para vivir escandalosamente del cuento: ¡no digamos ya en la villanía de las corruptelas, corrupciones y grandes latrocinios a que muchos nos tienen acostumbrados! Otras actividades hay en que lo pueden conseguir si su deseo egocentrista, egoísta o lo que sea se enfoca por la vida del lujo y la riqueza.
Tampoco, claro, podemos encajarlos en lo que antaño se decía: “Pasas más hambre que un maestro de escuela” (de un político no he oído nunca nada parecido).
Ese término medio, esa “virtud” -lo recalcaba el mencionado Rodolfo Agrícola- hace que, cuando encontréis una persona con el desprendimiento necesario para hacer bien su trabajo -con ilusión, entrega, eficacia, pasión-, sin pensar en desenvolverse en lo superfluo y el derroche, lo disuadáis para que ocupe el puesto que le corresponde y que a todos beneficiará.
Las mamandurrias de que disfrutan algunos -¡muchos!- concejales, alcaldes, diputados de uno y otro tipo o categoría, senadores, allegados, cargos de confianza, altos cargos, altísimos,  elevadísimos y excelentísimos, son muchas veces más que un dispendio un escollo en el progreso, pues su ineficacia, su incompetencia, su grosería, se equipara a su ambición, su necedad, su soberbia y su capacidad para estar siempre en “la cresta de la ola”, ahogando a manotazos a quien se cruce en su camino.

Los sueldos de los políticos deben estar ajustados a lo que es el vivir medio cotidiano. ¡Ah!, y si de la política hacen una dedicación temporal que “va a dar a la mar que es… una profesión o actividad en la vida ordinaria civil”, ¡tanto mejor! Eso dignificaría una dedicación que ahora está entre la mayoría de los ciudadanos a la altura de la suela de un zapato completamente lleno de agujeros.

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