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miércoles, 20 de mayo de 2015

LISBOA, 1870. COSTUMBRES, LITERATURA Y ARTES DEL PAÍS VECINO
Autor: Gonzalo Calvo Asensio (Edición de Germán Rueda Hernanz).
Edita: Ediciones 19. Madrid, 2015. 212 páginas.
Bajo edición cuidada por Germán Rueda Hernanz, que hace la semblanza de este autor decimonónico, diplomático y periodista nacido en los años cuarenta del siglo XIX y fallecido en 1880, aparece un libro “poco usual” -como dice el editor en el Epílogo (pg. 203) y refleja en contraportada-, por las afirmaciones que un diplomático -como era Gonzalo Calvo Asensio- vierte en el mismo, con una sinceridad que no suele ser propia de la “prudencia” de su profesión.
Ya hemos tenido ocasión de reseñar otras publicaciones de Ediciones 19, que cumple con ellas una labor esencial de acercamiento ibérico. Es el caso del libro de Sixto Cámara “La Unión Ibérica, 1859” o el de Fernando Cortés Cortés, “Portugal, diez siglos (XII-XXI)”. Y ahora otro acercamiento a la “hermandad peninsular” nos llega “rescatado” -como el de Sixto Cámara- de la segunda mitad del siglo XIX, en que el iberismo era una bandera de progreso que encontró escaso eco popular.
Ya lo dice Gonzalo Calvo Asensio en la Introducción de su obra: “Carísimo lector: gran sorpresa te ha de causar cuanto en estos ligerísimos apuntes, sin pretensión alguna, te diga, por lo nuevo y original del asunto, porque siendo español a quien me dirijo, es naturalísimo que ignore completo cuanto a Portugal se refiera; porque hablarnos del vecino reino es para nosotros tan extraño, como si se tratara de darnos a conocer las costumbres, leyes y carácter de las instituciones de China” (pg. 13).
Vienen a continuación los siete capítulos en que divide, tratando el primero de Lisboa. Capítulo sorprendente, por la aguda, a veces despiadada crítica que hace de la ciudad, su patrimonio histórico-artístico, su desenvolvimiento, sus costumbres, su gente, etc. Así, afirma: “Apenas hay un paseo que merezca tal nombre” (pg. 31), “¡Qué hermoso río y qué puerto tan mezquino!” (pg. 33). Y cuando hace elogios, los matiza: “No se distinguen, ciertamente, todas esas bellas calles, la Aurea, de la Plata, Augusta y de la Reina por la limpieza” (pg. 41). O vuelve a la carga: “La parte antigua de la ciudad es generalmente triste” (pg. 44), “En cuanto a templos, no hay ninguno que por su belleza arquitectónica merezca fijar nuestra atención” (pg. 51), aunque manifiesta su admiración por Los Jerónimos. Y vuelve a las matizaciones: “Monumentos que perpetúan las glorias portuguesas, no hay ninguno, si exceptuamos el dedicado a Luis Camoes” (pg. 62), del que luego hace una loa extensa, extendiéndose en comparaciones con el español Cervantes.
El capítulo segundo es una continuación del primero: “La vida lisbonense”, en que no faltan “perlas” como ésta: “Como el español, el portugués es imaginativo, poeta, poltrón, muy aficionado a hacer tiempo, poco industrial y comerciante, nada emprendedor, amantísimo del follaje, abundantísimo de la palabrería, fanfarrón” (pg. 77). Habla de calles, bailes, ferias, carnaval, toros, fados, verbenas, que corroboran en gran medida la sentencia anterior.
La religión es el tema del capítulo tercero, siendo muy crítico con la religiosidad imperante: “Por eso Portugal no es completamente libre, porque no ha sacudido por entero el yugo de la Iglesia” (pg. 115), aunque más adelante reconoce la escasa influencia que el clero tiene en la nación (pg. 120), afirmando “que solo hombres firmemente liberales y revolucionarios podrán arrancar de raíz, para desinfectar la atmósfera de los miasmas clericales y reaccionarios” (pg. 122), con lo que muestra contundentemente su ideología socio-política.
Y a la política dedica el cuarto capítulo, hablando de la vida política en general, de los partidos, del federalismo, el iberismo, y de estadistas y oradores. Denuncia la atrofia portuguesa a este respecto (pg. 126), la lucha política, “hoy reducida a las ambiciones personales” (pg. 132); defiendo el federalismo ibérico (pg. 137) y subraya la altura de algunos hombres públicos que le merecen respeto, cual es el caso de Luis Augusto Rebello da Silva, José da Silva Mendes Leal, Latino Coelho, Andrade Corvo, Carlos Bento, Luciano de Castro, Ricardo Guimaraes, Fontes Pereira de Melo o los condes de Sancodaes y d’Avila (pg. 144 y 145).
Pasa en el capítulo quinto a analizar la prensa en Lisboa, tanto en el aspecto político como en el literario, estudiando abundantes “cabeceras”, defendiéndolas con pasión como defensoras “de la dignidad del hombre y de los derechos del ciudadano” (pg. 150).
El capítulo sexto trata de la vida literaria en general y hace las semblanzas de Garret, Herculano y Castilho en particular, fundamentalmente, con un interesante repaso histórico desde mediados del siglo XII hasta su actualidad, dedicando las últimas páginas a los actores de teatro, en que aprovecha la ocasión para hablar del mal gusto del público asistente a las funciones teatrales (pg. 181), aunque lo atribuye al “mercantilismo de más allá del Pirineo” (pg. 182).
El último Capítulo, el séptimo, lo dedica a las relaciones entre España y Portugal, haciendo un recorrido histórico por nuestras desavenencias, con afirmaciones tan contundentes y críticas para España como: “1640 es la era de la emancipación. Juan IV funda la dinastía de Bragança (…) Schomberg vence en Montes Claros; Portugal respira, y España, no… Felipe IV y Olivares se resignan a abandonar la presa que quisieran descuartizar, avaros de su sangre y de su oro, entre sus inquisitoriales garras” (pg. 187).
Casi al final, expone su deseo, ese deseo que continuó largamente siendo utópico y que ahora, casi 150 años después, parece que sí nos empeñamos en hacerlo realidad: “Tiempo es ya de que las montañas conviértanse en delicadas líneas, las separaciones artificiales en centros de atracción, el apartamiento forzado en voluntaria fraternidad” (pg. 198).
Libro  sin concesiones, controvertido, impulsivo, de agradable lectura, útil para todos por la crítica y la autocrítica, y por la apuesta iberista, respetuosa, que lo sostiene.

MOISÉS CAYETANO ROSADO

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