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domingo, 3 de mayo de 2015

VIAJE A MALTA. LA MAGIA DE UNAS ISLAS SINGULARES: VALLETTA, MONUMENTALIDAD Y MIRADORES (I)
Moisés Cayetano Rosado
Viajamos a Malta. Unas islas en medio del Mediterráneo que, por su posición geográfica y estratégica central, han recibido influencias y agresiones desde todos los puntos cardinales. Esto ha conformado el poblamiento y el legado monumental de unas tierras mínimas (316 km2), dotadas en gran parte de acantilados inaccesibles de roca caliza y arenisca fósil, con las que después se han levantado sus casas, monumentos y especialmente sus defensas. Porque Malta es en buena parte eso: un espacio fortificado, acorazado a veces, magníficamente defendido y hermosamente construido.
Si los primeros pobladores aparecieron en el archipiélago hace más de 7.000 años, serían los fenicios en el 1.000 a.C. quienes la ocuparan de manera marcante, pasando al control de Cartago, luego de Roma y después a dominio bizantino. Los árabes lo conquistan alrededor del año 870 y cuatrocientos años después pasan a la Corona de Aragón.
Será el rey Carlos I de España quien se las ceda en arriendo continuo a los Caballeros Hospitalarios, que fortifican los lugares más vulnerables. Precisamente en 1565 tendrá lugar lo que se llama el “Sitio de Malta” por los turcos otomanos, que no logran vencer a los caballeros de la Orden de Malta, auxiliados por el ejército español, a pesar de la ofensiva con 160 galeras y 30.000 soldados. El éxito del Gran Maestre, Jean Parisot de la Vallette, es decisivo para la división del mundo mediterráneo en este punto entre la cristiandad (al oeste y norte) y el islam (al este y sur).
Napoleón, no obstante las enormes defensas abaluartadas construidas a partir de aquel momento, logra la conquista en 1798, si bien dos años después el almirante británico Nelson bloquea las islas y logra su rendición. El control británico será total a partir de entonces, lo que hará que en la Segunda Guerra Mundial sea objetivo crucial de los ataques alemanes e italianos, que ocasionan enormes destrucciones. En 1964, Malta logra la independencia, aunque la salida de los británicos se retrasará 15 años más.
Necesariamente, toda esta volcánica historia se refleja en su paisaje humanizado, en su legado artístico. Tanto sufrimiento, como siempre, ha dejado las huellas del ingenio constructivo, manifestado en sus fortificaciones sin igual.
De ahí que cuando llegamos a Valletta, la capital (Patrimonio de la Humanidad desde 1980), nos quedamos sorprendidos por su monumentalidad defensiva, que además encierra una magnífica traza urbana cuadriculada donde los palacios, las iglesias, las construcciones en general, nos hablan también de su esplendor económico y social.
Desde sus profundos fosos de entrada, la Avenida de la República nos lleva en línea recta hasta la punta de esta lengua de tierra, donde  el Fuerte de San Telmo, edificado en 1552, es el símbolo de la resistencia al Gran Asedio de 1565. En el camino, a un lado y otro, habremos dejado tesoros tan significativos por su continente y contenido como el Museo Arqueológico, enseguida a la izquierda (¡qué magnífica colección de Venus prehistóricas!: una escultora argentina residente en Israel las contemplaba extasiada y nos decía que solo por eso merecía el viaje hasta Malta). O un poco más adelante, a la derecha, la Concatedral y Museo de San Juan, de un barroco deslumbrante, que obra el milagro de no parecer recargado y abusivo, pese a su extraordinaria exuberancia de mármoles multicolores en columnas, retablos, esculturas, lápidas sepulcrales que cubren su suelo; los cuadros de Caravaggio que atesora son inigualables.

Más iglesias. Palacios (no hay que perderse el de los Grandes Maestres y su fenomenal armería), jardines en los alrededores, teatros, cafés, heladerías…, el nuevo Centro de Interpretación de las Fortificaciones (uno de los pocos lugares donde no cobran por visitar), el Teatro Manoel (por el noble portugués Manoel de Vilhena, Gran Maestre de Malta entre 1722 y 1736, que ordenó su construcción, como de tantas obras públicas y fortificaciones), los múltiples miradores ajardinados de sus elevados murallones desde donde recrearse con la visión de la costa recortada de este entrante marino.
Al norte deja la población de Sliema con sus torres vigías y la fortificada Isla Manuel (otra vez Manoel de Vilhena, su impulsor), y al sur las llamadas “Tres ciudades”, cuna de todas las civilizaciones que han pasado por Malta y cuya vista desde Valletta es increíblemente hermosa: espacio acorazado, con magníficos puertos deportivos y de mercancías y sólidas construcciones de arenisca y caliza que rivalizan con las de Valletta; geometría académica con miradores salientes de madera multicolor, donde predominan el ocre, el rojo, el azul y el amarillo, resaltando entre las piedras bien talladas de las fachadas, en que cuelga la ropa tenida a secar.
Callejear por Valletta resulta delicioso, sobre todo a la caída de la tarde, cuando las masas de turistas se recogen y apenas quedan sus poco más de 7.000 habitantes, que escuchamos hablar en maltés, que nos recuerda a veces al árabe y otras al italiano.
La afortunada cuadrícula de su callejero se comba en las pendientes que a un lado y otro van a dar al mar, donde a la izquierda puedes coger el ferry para Sliema y a la derecha el de las Tres Ciudades, en que seguir disfrutando de estos recortados salientes de una isla afortunada que engancha al visitante.
Si volvemos a la entrada, allí tenemos la central de autobuses que nos llevan -por un precio mínimo- a cualquier parte de la isla, y ahí comienza la ciudad de Floriana, impulsada igualmente por Manoel de Vilhena, con otro cordón fortificado cerrándola. También está trazada en cuadrícula, y con una inmensa plaza expedita que, al igual que la que rodea al Fuerte de San Telmo -al otro extremo-, presenta en su suelo especies de “ruedas de molino” que no son sino entradas a los enormes silos que servían de abastecimiento en los largos cercos que sufrieron en la Edad Moderna.

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