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martes, 12 de mayo de 2015

VIAJE A MALTA. “SALTO” A GOZO Y COMINO. Y DESPEDIDA (y IV)
Atalaya en Comino
Moisés Cayetano Rosado

No podemos volver de Malta sin pasar un día en la Isla de Gozo. En autobús podemos llegar hasta Cirkewwa, al norte de la “Isla grande”, y desde allí coger el ferry que nos deja en menos de media hora en Mgarr, al sureste de la “segunda isla”. Desde el barco vemos de cerca la pequeña y casi desértica Isla de Comino, de suave penetración en el mar al este y con bruscos acantilados al oeste que nos es visible: en lo alto observaremos una hermosa atalaya, la Santa Marija Tower, que nos delata la función de vigilancia de esta lengua de tierra a medio camino entre las otras dos  hermanas mayores, tan codiciada por los submarinistas.
Al atracar, buscamos el autobús que nos acerca hasta la capital, Victoria (en homenaje a la reina británica), cuya ciudadela es espectacular. Levantada en el siglo XV, está situada en un alto roquedo desde el que se domina casi toda la isla, ofreciéndonos unas vistas extraordinarias. Esta especie de concha redondeada, con hornabeque en la zona más vulnerable y batería como espolón defensivo (de galerías interiores excavadas en la roca para servir de cuerpos de guardia, refugio, silos, polvorines y aljibes), apenas retiene población en su interior, de construcciones nobles y catedral (de la Asunción de la Virgen y Santa Úrsula) reconstruida tras el terremoto de 1693.
Como tantas que hemos ido viendo anteriormente, es de un barroco agradable y no agobia su recargamiento, realizado con acierto y buen gusto; destacan sus retablos dorados, la “falsa cúpula” -que no es más que un trampantojo ingeniosamente pintado en superficie plana, dando sensación de profundidad semiesférica-, y los sepulcros de mármol multicolor de su suelo, en los que la presencia de la muerte -esqueletos, calaveras…- es una constante que ya advertimos en otros templos del archipiélago.
En los alrededores -con un callejero apacible y de nobles construcciones en piedra, que nos recuerdan a Mdina- hay una variada y atractiva oferta de restaurantes, donde los spaguettis y  las pizzas reinan por su variedad, gusto y abundancia: con un plato para dos suele haber más que suficiente.
Y una vez cogidas fuerzas en la comida reparadora, es cuestión de acercarse (otra vez los eficaces autobuses) hasta Xaghra, al noreste de Victoria, para admirar los Templos de Ggantija, probablemente las estructuras megalíticas independientes más antiguas del mundo, fechadas alrededor del 3.600 antes de Cristo, muy parecidos a los que existen al sur de la Isla de Malta, pero de mayor antigüedad. Se trata de un espacio complejo amurallado que contiene dos estructuras múltiples similares en el interior, formada cada una por un corredor en el que se abren a ambos lados dos amplias estancias semicirculares, que vuelven a repetirse ligeramente más adelante y con otra estancia más, igualmente semicircular, en cabecera, dotadas con cuerpos cerrados de entrada adintelada, con pilares y arquitrabe bien labrados.
Cuando regresemos a Valletta, para la despedida, hemos de pasear nuevamente por la Calle de la República; pararnos a escuchar la música en la calle, casi siempre presente; tomarnos un helado -¡irresistible!- en la gelatería Amorino y decir adiós con el dulzor y el regusto que nos deja. Adiós a esta ciudad incomparable, de patrimonio complejo y variadísimo, que solo en fortificaciones posee el mayor perímetro de todas las ciudades del mundo (16 kilómetros), el mayor área fortificada (125 hectáreas) y de más baluartes construidos (37 solo en los frentes terrestres); si a ello unimos las Tres Ciudades casi doblamos las medidas, y si contemplamos todo el patrimonio del archipiélago, ¡las triplicamos!, con una variedad en las modalidades constructivas que no tienen rival, y un “complemento” palaciego, eclesiástico, museístico y de traza urbana subyugante.

Al ver desde el avión este espacio envidiable, estos recortes rocosos de privilegio, estaremos seguros de que no tardando mucho haremos planes para volver. Porque siempre, a pesar de la pequeñez del espacio físico de las islas, quedará algo, mucho, por descubrir, por redescubrir, y por volver a recrearse en su belleza y placidez.

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