VIAJE A ESLOVENIA, CROACIA,
BOSNIA Y HERZEGOVINA, LA EXYUGOSLAVIA OCCIDENTAL (y V)
DUBROVNIK, LA JOYA RENACIDA
Cuando vas bajando de los montes que la rodean
hacia la ciudad de Dubrovnik, te
sorprende la grandeza de sus murallas, que ciñen su contorno con elegancia
y enorme belleza.
Dubrovnik ha sido a lo largo de la
historia una “joya codiciada” por las sucesivas invasiones que ha tenido
Dalmacia, y fue la ciudad más importante de este
territorio en el siglo IX, bajo el amparo de Bizancio, a quien sustituyó la República
de Venecia. En 1358 ganó su independencia, llamándose República de Ragusa… con
tributo anual al rey de Hungría, a quien sustituyen los Doges de Venecia.
Esas murallas que nos llaman tanto la
atención se erigieron en el siglo XII, como protección
ante las agresiones que alternativamente venían de Oriente y Occidente,
perfeccionándose su estructura de continuo, hasta que un gran terremoto en 1667 destruyó casi por completo la ciudad y su
cinturón amurallado, muriendo al tiempo el 40% de su población: unas 5.000
personas.
Se inicia a partir de entonces una
nueva reconstrucción de las defensas y su interior, lo que no
obstaculiza que en 1808 Napoleón la incorpore a su Reino de Italia, así como
que en 1815 el Imperio de los Habsburgo tome posesión de ella tras los acuerdos
del Congreso de Viena.
Las dos guerras mundiales del siglo XX
supondrán nuevas ocupaciones, siendo de
especial crueldad la alemana de 1943. Con la derrota de Hitler volverá la
calma, integrada en el estado de Yugoslavia; pero en 1991, desmembrado el
mismo, formará parte de la República independiente de Croacia, lo que le
supondrán nuevos asedios por parte de
las fuerzas serbias, que no acabarán hasta mediados de 1992.
Consecuencia de este cerco será otra destrucción terrible, muy presente en la conciencia
colectiva de la ciudad, que lo muestra al visitante en paneles explicativos de
las entradas de su fortificación, reconstruida de nuevo.
Este amurallamiento es lo más llamativo
de la ciudad, con sus enormes paredes verticales de los siglos XIV y XV,
reforzadas por torres exteriores troncocónicas del siglo XVII, como falsabraga
artillera, a la que rodea un profundo foso perimetral. Podemos recorrer el fantástico paredón de casi dos kilómetros,
que alcanza una altura máxima de unos 25 metros y estuvo armado con más de 120
cañones. Diversos fuertes exteriores contribuían a la defensa.
El interior de la ciudad está dividido en dos
partes bien diferenciadas, de oeste a este, separadas desde la majestuosa
Puerta Pile (conjunto en realidad de varias puertas defendidas por dos fuertes
anexados en los ángulos del lienzo: Bokar al sur y Minceta al norte) hasta el
Puerto por la concurrida avenida de
Placa, donde se agolpan los turistas paseando, entrando y saliendo de sus
abundantes museos, palacios, iglesias, restaurantes, comercios…
Quedan al norte de esta avenida unas
vistosas, pintorescas, estrechas calles, que suben la colina en pronunciada
cuesta escalonada. Faroles, macetas y ropa tendida de un lado a
otro de las mismas, forman un conjunto armonioso, popular, que relaja del
bullicio de Placa, pues los turistas parecen poco “aficionados” al “alpinismo”
callejero. Prefieren el paseo de ronda de las murallas, la citada avenida y la
plaza final de la misma, casi llegando ya al Puerto, y desde la que -entre
magníficos palacios tardogóticos- llegamos a la Catedral y amplias plazoletas
que rebosan de “apelmazada humanidad” procedente de todos los rincones del
mundo.
Por eso, compensa de nuevo callejear por el ala sur de la ciudad, el sector más tranquilo,
menos visitado, pero no menos delicioso para recorrer sin prisas.
Conviene, eso sí, volver sobre nuestros pasos,
dirigirnos al Puerto y tomar allí alguna embarcación de las muchas que se
ofrecen para hacer un breve paseo
marítimo que nos ofrezca una nueva visión de Dubrovnik: sus poderosas
murallas urbanas desde el mar; los fuertes
de Lovrijenac al suroeste, Revellín
al noreste, St. John al este y,
coronando el conjunto, sobre la montaña Srd (a la que se accede con teleférico,
al norte), el más “nuevo” Fuerte
Imperial, construido en honor a Napoleón en 1810.
Cuando, desde aeropuerto de Dubrovnik,
levantemos el vuelo de retorno, nos quedará el dulce recuerdo de una tierra zarandeada a lo largo de la historia
por sucesivos choques de invasiones, ocupaciones y rebeliones, que ha sabido
imponerse con vitalidad y hoy nos muestra sus tesoros con el dulce encanto
de lo reconstruido con gusto, con tesón y paciencia. Tierra para recordar con
agrado y volver de nuevo… ¡a pesar de las enormes hordas de turistas que
colmatan espacios tan magníficos para saborear en soledad o con contada
compañía!
Moisés Cayetano Rosado