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miércoles, 23 de septiembre de 2015

FOTOS DE VÍCTIMAS INFANTILES QUE CONVULSIONAN LA CONCIENCIA COLECTIVA

Moisés Cayetano Rosado 
Es claro que el mensaje emotivo es el que mueve fundamentalmente las conciencias. Y también que una buena imagen cala más profundamente que mil frases sesudas.
Por mucho que tratemos de razonar situaciones, causas y consecuencias, nunca llegaremos donde puede hacerlo un párrafo que se nos clava por su carga emocional como si fuera un estilete. Y menos si se trata de una fotografía que se traduce en nuestro cerebro como la frase contundente que nos convulsiona hasta noquearnos por completo.
Ahora, cuando vemos la imagen del niño sirio de tres años ahogado en la costa de Turquía, contemplamos a un mundo que se rinde a la evidencia de la calamidad más terrorífica: los huidos, los que buscan refugio, ante una guerra horrible de la que son víctimas absolutas, sin ninguna culpa por su parte. Culpa que otros sí han de buscar en medio de sus intereses estratégicos, económicos, armamentísticos, de obsesión por el control del mundo.
Puede que esta instantánea pase a la historia como la más significativa de las calamidades de esta segunda década del siglo XXI.
Y si hacemos un recordatorio, repasamos el último medio siglo, podemos traer a la memoria una imagen que puede definir el sufrimiento de cada década.
Así, de los años setenta, ¿quién no recuerda a “la niña del Napalm”, en 1972, de la Guerra del Vietnam. El ataque survietnamita a un pueblo cerca de Ho Chi Minh, coordinado con el mando estadounidense, ocasionó un fuego de 1.200 grados que afectó a una población civil totalmente indefensa. Y la foto de la niña desnuda, junto a otros niños huyendo del infierno, removió las conciencias e influyó más que cualquier razonamiento estructurado en el fin del conflicto.
En los años ochenta, aquella niña colombiana con el agua al cuello, víctima de la erupción del volcán Nevado del Ruiz de 1985, agonizando casi tres días, nos sobrecogió más que cualquiera de las 25.000 víctimas que hubo, y asistimos atónitos a sus reflexiones increíblemente maduras transmitidas por la televisión en directo, descubriéndonos como nadie la magnitud de las catástrofes naturales.
Ya en los noventa, ¿quién no recuerda al niño sudanés, aparentemente agonizante, de 1993, con un ave carroñera detrás, como esperando su hora de actuar, aunque después se pusiera en cuestión las circunstancias de la foto: nos impactó como pocos informes la miseria, el hambre, el abandono sufrido por los pueblos colonizados, saqueados, abandonados, de África.
Y en la primera década de este siglo actual, en el año 2000, esa instantánea del niño palestino asesinado por los israelíes (que tanto se han esforzado por decir que siguió vivo), con su padre intentando vanamente protegerlo, delante de una pared-paredón, de saliente que no les resguardaba, ¿no es el icono de una crueldad y saña que nos llenó de rabia y de dolor?

Estos iconos valen más que todos los informes, estudios, tesis, sobre el sufrimiento, el martirio de inocentes, la sinrazón, el egoísmo y las fuerzas todopoderosas, naturales o humanas, confabuladas contra la vida y la justicia. Lo importante, ahora y siempre, es que sirvan para evitar las causas, aunque también puedan ayudar a solidarizarse a posteriori y paliar en lo posible sus tremendos efectos destructivos.

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