LA PARADÓGICA
ATENCIÓN A LOS REFUGIADOS
Moisés Cayetano
Rosado
Doctor en Geografía e Historia
Sabemos mucho en España y en nuestra vecina
Portugal de refugiados, de expulsiones, de huidas por el peligro para nuestra
integridad. Los Reyes Católicos firman el decreto de expulsión de los judíos en
1492, tras que la Inquisición llevara tiempo actuando drásticamente contra
ellos. D. Manuel de Portugal lo haría en 1496, en medio de cruentas
represiones. Van a ser los territorios del norte de África y del Este del
Mediterráneo quienes acojan en su diáspora a esta importante y emprendedora
población.
Entre 1609 y 1613 será Felipe III quien eche de
la Monarquía Hispánica a los moriscos. Nuevamente el norte de África y también
el oeste europeo acogerán a la población desterrada, que supuso una enorme
pérdida demográfica y productiva para España, sumada a la grave decisión
anterior, tan lesiva para el desenvolvimiento y la prosperidad peninsular.
Las penalidades de judíos y moriscos en la Edad
Moderna son bien conocidas por la amplia documentación divulgada en múltiples
estudios publicados, que nos hacen ver lo ruin y ruinoso de unas decisiones tan
injustas y traumáticas, tan crueles, tan desesperantes para las víctimas, que
en su nuevo destino hubieron de abrirse camino
entre la desconfianza, la hostilidad, el menosprecio.
Pero esta violencia, las expulsiones y
dificultades de refugio, no son exclusiva del choque por diferencia étnica o de
creencias religiosas y de mentalidades. La doctora Emília Salvado Borges nos
muestra en su documentadísima obra “A Guerra de Restauração no Baixo Alentejo
(1640-1668)”, publicado por la lisboeta Edições Colibrí en diciembre de 2015,
cómo en Moura se refugiaron habitantes
de aldeas cercanas de su propio término municipal (Póvoa y Amareleja) con las
pocas cabezas de ganado ovino y caprino que les quedaban después de ser
sistemáticamente robados por los vecinos enemigos españoles; participaban en
las guardias y alarmas, pagando los mismos impuestos que los de allí, pero no
les era permitido llevar sus rebaños a los pastos comunales, siendo multados
por el poder municipal. También nos presenta casos de maltratos en la comarca
de Beja a ganados y pastores alentejanos huidos de la primera línea de
frontera, tildándolos de egoísmo y falta de solidaridad.
Dando un salto en el tiempo, vemos cómo los exiliados
de la Guerra Civil española, a partir de 1939, atraviesan los Pirineos o el
Estrecho de Gibraltar, encontrándose con las terribles alambradas de los campos
de refugiados en playas sin abrigo y arenas de desierto. Campos de
concentración y desesperación, de los que algunos republicanos optan por
retornar a España, incluso sabiendo que les esperaba la implacable represión de
los vencedores, “prefiriendo la cárcel e incluso la muerte”, como señala el
catedrático de Historia Juan B. Vilar en “La España del exilio” (Editorial
Síntesis, 2006 y 2012).
Después, los republicanos que logran llegar a
México -gracias fundamentalmente al empeño personal del Presidente Lázaro
Cárdenas-, sufrirán el rechazo no solo de buena parte de la población nativa,
desconfiada de los “nuevos invasores”, sino -como escribe el poeta León Felipe
en su desgarrador poemario “El español del éxodo y del llanto”- de “los viejos
gachupines de América,/ los españoles del éxodo de ayer/…/ y ahora… nuevos
ricos”.
¿Cómo extrañarse, entonces, de esta nueva,
repetida, trágica avalancha de refugiados que vienen de las guerras de África,
de las masacres de Oriente Medio, del juego de poderes mundiales que se libra
en Siria, y ante la que se blinda Europa en las fronteras calientes del
Mediterráneo?
Sin embargo, no todo es desesperanzador. No
todo insolidaridad, egoísmo sin medida. Ahora publica Edições Colibrí en
Portugal el libro de Dulce Simões “A Guerra de Espanha na Raia Luso-Espanhola”
(al que antecedió su versión española, editado en 2013 por la Diputación de
Badajoz, así como otro específico sobre Barrancos, población crucial en los
sucesos, igualmente en español y en portugués). En él expone la fraternal
acogida especialmente del Baixo Alentejo para con los huidos desde los pueblos
limítrofes del norte de la provincia de Huelva y el sur de la de Badajoz: recibieron
refugio, alimentación, abrigo… de la gente sencilla, trabajadora, así como del
propio teniente de la Guardia Fiscal, António Augusto de Seixas, al mando en la
zona, que improvisó campos de refugiados bajo su responsabilidad, y ello a
pesar de la connivencia de la Dictadura portuguesa de Salazar con el ejército
sublevado contra la República española.
Dos caras de la misma moneda: la actitud y
acción humana frente a la adversidad del que se hunde en el espanto. Desoladora
en los casos relatados en distintos momentos de la historia. “A luta
desesperada das comunidades pela sobrevivencia, mas também o egoísmo e a falta
de solidaridade”, que denuncia la citada Emília Salvado Borges. Pero
esperanzada en esta “raya de luz” mostrada por Dulce Simões en “Frontera y
Guerra Civil española”, que “unió a las poblaciones de Barrancos, Encinasola y
Oliva de la Frontera a lo largo del tiempo independientemente de la política de
los estados ibéricos” (pg. 364, en la edición de 2013). ¡Obligada lectura para
todos y en especial para los que tienen en sus manos la responsabilidad directa
de los actuales refugiados que mueren en el mar y entre las alambradas que se
les ponen en nuestros territorios!
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