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lunes, 26 de junio de 2017

De Las Batuecas y la Peña de Francia a la Sierra de Gata pasando por Coria, Ciudad Rodrigo y Almeida (II)
DE LA ALBERCA A LA PEÑA DE FRANCIA

Llegas a La Alberca y es como si se hubiese parado el mundo en un candor primero, en un instante puro. Huele a jamón curado y suena cuando va a entrar la noche la esquila de la “moza de las ánimas”, que en cada cruce de calle o rinconada recita su plegaria: Fieles cristianos, acordémonos de las almas benditas del Purgatorio, con un Padrenuestro y un Avemaría por el amor de Dios. Otro Padrenuestro y otro Avemaría por los que están en pecado mortal, para que su divina Majestad los saque de tan miserable estado.
En los poyetes de las puertas y chaflanes de calles, todo en granito y balconadas de madera, sostienen sin prisas el discurrir del tiempo grupos de ancianos que no se cansan nunca de esperar “porque prisa no hay”. Y, afortunadamente, “hambre tampoco hay”, como decía una vieja con el caer de la tarde, frente a uno de sus vistosos restaurantes, de jamón, carnes a la brasa y bacalao preparado de creativas maneras.
El suelo también conserva el gusto de la piedra, y a este cruzar de granito y troncos de pino y roble con que elevan sus casas se une el punto luminoso de las flores que cuelgan de balcones sobresaliendo a dos alturas.
Nos acercamos a su Iglesia parroquial, del siglo XVIII, con magnífico púlpito policromado y buenas tallas, y oímos la salmodia del rosario, que recita una anciana sentada al medio de los bancos de la nave principal y a la que “contesta” un grupo de mujeres de parecida edad. Reza la letanía y suena a tiempo congelado: “Madre purísima/ Madre castísima/ Madre siempre virgen/ Madre inmaculada”. ¡Dan ganas de arrodillarse entre los recuerdos de niñez, tardes de jueves en la escuela, maestro que ese día no pregunta la lección ni saca la palmeta y dirige los rezos condescendiente con nuestra salvaje indiferencia.
La Alberca… ¡es tan antigua como el mundo!, pero su repoblación se debe a Raimundo de Borgoña, que en el siglo XI ayuda a Alfonso VI de León en sus luchas contra los musulmanes y se casa con su hija, doña Urraca, repoblando con sus huestes la Sierra que pasará a llamarse “de Francia”.
Crucial sería que en la Peña de la Sierra de Francia, cercana a La Alberca, el francés Simon Roland encontrara una imagen románica de la Virgen en 1434. Hecho anunciado diez años antes por la “moza santa de Sequeros” (pueblo de las cercanías), pasando posteriormente por diversas vicisitudes milagreras, con lo que el Santuario de Nuestra Señora de la Peña, regido por los padres dominicos, es lugar de masiva concurrencia de peregrinos y turistas. Autobuses, coches, motos, bicicletas, ocupan las explanadas de la cúspide, a la que también llegan esforzados senderistas.
El paisaje desde lo alto es de una belleza indescriptible. Y desde los riscos de los cercanos alrededores van asomando cornamentas poderosas de las cabras montesas. Buscan lentamente acomodo a la sombra de las dependencias monacales, formando increíbles y pacíficas manadas, dejando pacientemente que los turistas, peregrinos y viajeros las fotografiemos embobados con tan curiosa y confiada compañía.
Pero, ¿cómo se pueden concentrar tantos mosquitos diminutos y estáticos en la caverna de la Virgen, en el claustro del Santuario, en su Iglesia, que se eleva como un barco de piedra de granito a 1727 metros sobre el nivel del mar? Renacimiento, barroco y neoclasicismo derrochan su técnica y su arte por las dependencias monacales, comenzadas en 1445, destacando la sacristía del siglo XVI, la portada y escalinata del siglo XVII y la torre del XVIII. Todo ello, desde los insectos al arte de la piedra, constituyen junto al paisaje inmenso de valles y montañas por donde pacen las cabras de majestuosa cornamenta, un atractivo irresistible que… aún parece no haber descubierto los turistas orientales. Cuando lo hagan, no habrá quien quepa en sus extensas explanadas.

Moisés Cayetano Rosado

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