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lunes, 12 de junio de 2017

NUESTRA IDENTIDAD O “HECHO DIFERENCIAL”
Moisés Cayetano Rosado
Doctor en Geografía e Historia

Hace unos días, asistí como ponente a una Jornada sobre “Regionalização e Desenvolvimento” en Évora, dentro de la campaña que en Alentejo se está llevando a cabo para dar cumplimiento a la implantación de las “Regiones Administrativas”, reconocidas en la Constitución portuguesa de 1976 y diversas leyes de desarrollo de la misma, que no han conducido a su aplicación todavía.
El obstáculo parece ser siempre el mismo: ¿hay una identidad regional que lo justifique?, ¿un hecho diferencial? Porque en esto parece que chocamos con el mayor impedimento. Incluso en España, después del acuerdo en que se formalizaron las Comunidades Autónomas, a poco de aprobarse la Constitución de 1978, se debatía sobre esta cuestión, que parece no acabarse de resolver. No son pocas las voces que se alzan en contra de lo que se dio en llamar “café para todos”, basándose en que “identidades diferenciales” apenas si estaban y están en Cataluña, el País Vasco… y por extensión aquellas comunidades que tienen idioma propio.
Esta visión del idioma como “hecho diferencial” esencial, aparejando a ello cultura diferente, idiosincrasia especial, y por tanto “comunidades nacionales o nacionalistas” de primera, frente a regiones de segunda, es al menos simplista.
Si nos circunscribimos al idioma, el castellano abarca Centroamérica y gran parte de Suramérica, que en forma alguna se sienten -ni nadie reivindica que lo hagan- integrantes de una hipotética “nación castellana”.
Y si nos fijamos en la historia, el legado artístico-patrimonial, la cultura, el desarrollo socio-económico, las condiciones geomorfológicas…, o sea, aquello que conforman nuestro ser y estar, nuestro desenvolvimiento cotidiano, ¿cómo no darnos cuenta de lo mucho que sí nos define e identifica?
Es un claro hecho diferencial de -por ejemplo- Alentejo y Extremadura con respecto a sus respectivos estados el recorrido histórico que nos ha ido conformando: las luchas lusitanas en tiempos de las invasiones romanas; el cruce de vías de comunicación oeste-este y norte-sur durante la romanización, con una capital floreciente -Mérida- al ser zona central de ambos caminos peninsulares; la fijación de una frontera estable cristiano-musulmana, con presencia decisoria de Órdenes Militares y formación de un reino taifa en Badajoz, cuya influencia llegaba hasta Lisboa; el foco de guerras luso-española que tuvo en nuestro suelo incidencia especial en los siglos XVII, XVIII y XIX; nuestro destino de pueblo emigrante, que nos llevó en la Edad Moderna y siglo XIX a Iberoamérica y en el XX a Centroeuropa (aparte de a las zonas industriales de nuestros respectivos países), despoblándonos traumáticamente.
Fruto de lo anterior es nuestro “diferencial” patrimonio artístico monumental, tanto religioso, como civil y militar, que tiene sus hitos en los puentes y calzadas romanos, en los palacios y castillos señoriales medievales, en las fortificaciones abaluartadas de la Edad Moderna; en los monasterios y conventos que marcaron delimitaciones territoriales, como las mismas fortificaciones.
Y como la cultura que enriquece a los pueblos participa de sus acontecimientos históricos y del destino de sus hombres, la nuestra es una cultura artística y literaria muy influenciada por los sobresaltos de las inestabilidades y por el amor a una tierra sometida a vaivenes que tantas veces nos vinieron dados por decisiones impuestas. Simbolismo y realismo dándose la mano en la plástica, en la literatura, en el cante, en el folklore…
Estos pueblos de inmensos latifundios, conformados en el sistema de repoblación medieval, desarrollaron especialmente una ganadería extensiva donde el cerdo en los encinares y alcornocales, y la oveja en los pastizales fueron la punta de lanza de una producción y economía señorial. Ello se vio refrendado por las desamortizaciones del siglo XIX, donde una nobleza y una ascendente burguesía absentistas sostuvieron un modelo de desarrollo “insostenible”… ante el crecimiento demográfico especialmente de los dos últimos siglos. Por esto, llegaríamos a migraciones laborales masivas, que terminaron por distanciarnos significativamente de nuestros respectivos estados. Regiones, la de Alentejo y Extremadura, abocadas a ser desiertos poblacionales, si no se implantan medidas de desarrollo dinámico en todos los sectores productivos.
Pueblos, los nuestros, con una extraordinaria “señal de identidad” geomorfológica en la mayor parte de su territorio: penillanuras rodeadas de barreras montañosas, con predominio de materiales primarios (granito y pizarra) y formación geológica paleozoica que confieren a nuestras dehesas y campiñas una morfología de grandes panorámicas, de amplios espacios que se han mantenido ecológicamente preservados. Auténtica reserva de la biosfera que ha de conjugarse con la productividad necesaria para “fijar” población, que es uno de nuestros mayores retos de futuro, junto a la creación de infraestucturas productivas en todos los sectores y en las vías de comunicación.

¡Claro que somos un “hecho diferencial”! Con un pasado de luchas y pesares, y un legado altamente valioso y peculiar. Con un presente dificultoso y como de “reloj parado”, que ha de ponerse a funcionar. Con un futuro que hay que diseñar conociendo y viviendo muy bien y muy de cerca la realidad. Por eso, un eficaz autogobierno con competencias de legislación y ejecución nos son tan necesarias como a aquellos que reivindican un mayor alcance de las mismas por sus “hechos diferenciales”, que no son más (ni menos) importantes que los que conforman nuestra identidad.

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