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lunes, 17 de julio de 2017

LA IRRECUPERABLE POBLACIÓN DE EXTREMADURA

Moisés Cayetano Rosado
Doctor en Geografía e Historia

Cuando hacía mis investigaciones de tesina de licenciatura y tesis doctoral sobre los movimientos migratorios extremeños en el desarrollismo español (1961-1975), analicé la evolución de la población extremeña a lo largo del siglo XX y ya entonces veíamos claro que el declive demográfico extremeño iba para largo.
Desde 1900 hasta 1960, el crecimiento poblacional había sido siempre ascendente: comenzamos el siglo con 882.410 habitantes y llegamos a ese “arranque” del proceso migratorio masivo con 1.406.329 residentes en la región. Pero a partir de ahí comenzó el declive. En los quince años de la “riada migratoria” perdimos casi la mitad de nuestra población, con lo que a pesar del crecimiento vegetativo de esos años del “boom de nacimientos” y moderadas bajas por defunción, en 1975 no subíamos de 1.100.000 censados en Extremadura.
Iniciamos la década de los años sesenta con un crecimiento vegetativo superior a la media nacional: 13’36 por mil, frente al 12’7 estatal, pues éramos aún la población con más índice de juventud de España. Sin embargo, al cesar la sangría migratoria por la crisis mundial de 1973, ya se había invertido la tendencia: España mostraba un crecimiento vegetativo de 10’4 por mil y Extremadura de 5’35. Se nos habían marchado los más jóvenes, en edad de generar reemplazo poblacional, quedando en nuestro suelo la población más envejecida del país.
La esperanza estaba en el retorno. Un utópico retorno de emigrantes y sus hijos a una tierra que, aunque tímidamente, legisló algunas disposiciones para facilitarlo (incentivos de auto-creación de empleo, acceso a reserva de viviendas protegidas…). Pero era claramente insuficiente, pues faltaba lo esencial: puestos de trabajo, oportunidades reales de desenvolvimiento.
Ni siquiera el hecho de la jubilación de aquellos emigrantes ha supuesto con los años un retorno masivo a los lugares de origen, a no ser por temporadas, con regreso a los lugares de adopción: allá quedaron “anclados” sus hijos y demás descendientes, que es donde han desarrollado su vida laboral y familiar, y donde las siguientes generaciones se sienten identificadas, viendo a esta primitiva tierra de sus ancestros como un lugar a lo más vacacional, cada vez más distanciado.
De esta forma, al finalizar 2016, la población extremeña no es más que de 1.077.715 habitantes, muy parecida a la que teníamos en 1920, a pesar de que España pasó en esos años de 21.388.551 a 46.468.102 habitantes, o sea más que a duplicarse. Con el agravante de que nuestro crecimiento vegetativo en 2016 es ya alarmantemente negativo: -2’24 por mil (el de España casi permanece plano: -0’005).
Aún así, hay otro elemento que obra en contra de la estabilidad poblacional: antes de la crisis de 2008 teníamos en nuestra región más de 50.000 inmigrantes extranjeros, que ahora, a finales de 2016, han descendido a 34.000, siguiendo la misma dinámica que el resto del país, donde llegó a haber 5.747.734 residentes en 2010, siendo en la actualidad 4.418.898.
Con todo, España tiene una densidad poblacional de 92’14 habitantes por kilómetros cuadrado, en tanto Extremadura solo alcanza 25’92, poco más de una cuarta parte porcentual, cuando antes de aquella sangría de los años sesenta -donde está el origen de nuestro “viaje sin retorno a la desertificación poblacional”- España apenas subía de los 60 habitantes por kilómetro cuadrado y Extremadura tenía 33’15: más de la mitad porcentual. ¡Siempre hemos un territorio significativamente despoblado, pero no en estas proporciones!
¿Y cuáles son las perspectivas para los próximos años? La población depende esencialmente (salvo catástrofes y guerras) de los siguientes factores: índice de natalidad, índice de mortalidad (que dan entre ambos el crecimiento vegetativo); emigración hacia el exterior e inmigración desde fuera (cuya diferencia es el saldo migratorio). Los primeros, factores naturales, y los segundos esencialmente laborales.
La natalidad en Extremadura apenas supera los 8’1 nacidos por mil habitantes; la mortalidad sube del 10’5 fallecidos por mil. O sea, un crecimiento vegetativo negativo de 2’4.
La emigración de nuestros jóvenes en busca de un trabajo fuera de nuestras fronteras también está creciendo, así como el retorno de inmigrantes, siendo entre ambos la cifra mayor que la de inmigrantes: el saldo migratorio negativo de los últimos años viene siendo entre 2.000 y 3.000 personas anuales.
Ante ello, las perspectivas en los próximos 10-15 años serán de una pérdida de entre 30.000 y 50.000 habitantes, lo que nos llevaría a muy poco más del millón de residentes… y aún más envejecidos. Destino que compartimos con las regiones menos desarrolladas de Europa, de esta Europa mediterránea que perdió su “capital humano” en la aventura migratoria, pero que no supo, no pudo o no le dejaron compensar este revés poblacional, que enriqueció con “savia nueva” a otras regiones y a la Europa Occidental.

 La recuperación poblacional, el desarrollo tecnológico y productivo, de los transportes y las comunicaciones, son los retos del futuro. Urge una política de reequilibrios regionales y justa compensación a la deuda adquirida con las tierras descapitalizadas en lo material y en lo humano, para dejar de ser proveedores de mano de obra barata y solar de una “tercera edad” cada vez más representada en las estadísticas.

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