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miércoles, 16 de agosto de 2017

EL DESENCANTO DE LA LUCIÉRNAGA
Moisés Cayetano Rosado
Leo la colección de cuentos La acusación, del escritor norcoreano con seudónimo (por razones de seguridad, se afirma) Bandi, que en su idioma significa “luciérnaga”.
En sus notas y apéndices se explica cómo consiguieron sacar del país el manuscrito de este ciudadano crítico con el sistema comunista en que creyó y luego se sintió defraudado. También se destaca ahí, e igualmente en críticas y reseñas aparecidas -tras la publicación este mismo año en castellano, bajo el sello de “Libros del Asteroide”- que se trata de un libro lleno de ironía y denuncias sobre el desenvolvimiento del régimen marxista de Corea del Norte. No les falta razón, pero yo destacaría como rasgo principal el desencanto.
Bandi nos muestra en los siete cuentos que componen la obra unas situaciones diversas, pero que tienen como denominador común la amargura por lo que debió ser y no fue. Por la utopía destruida, por la ilusión machacada, por el sinsentido de un modelo vacío de ideales y lleno de formulismos, frialdad, desconfianza, control y miedo.
No se trata de una obra que muestre profundas crueldades y terribles sufrimientos, donde impere el sadismo. Se trata de algo más íntimo, desgarrador e irreversible: la huida hacia delante de un colectivo sin “alma”, dominado por los que siempre saben aprovechar las ocasiones para medrar, fulminando a quien pueda suponer una sombra en su camino.
El ambiente social es un ambiente de apariencias, donde no ya la disidencia sino una supuesta falta de manifestaciones de entusiasmo y adhesión inquebrantable son más que motivos suficientes para hundir en el olvido, la humillación y la miseria no solo al sospechoso sino a todo el que con él se relaciona.
Y en esa dinámica terrible se arrojan por la borda precisamente a los que más ilusión pusieron en el encanto del cambio prometido, a los que más trabajaron, lucharon, arriesgaron y apasionamente sembraron la semilla de un mundo diferente. En este sentido, mi narración preferida es “Vida del caballo tesoro”, en que un ferviente comunista derriba finalmente el olmo que plantó en su jardín para conmemorar el triunfo de una revolución que no les trajo ninguna de las cosas prometidas, ni en lo material ni en lo espiritual, sino arbitrariedad, prepotencia de los que se engancharon al poder y pobreza a los que quedaron aupándolos desde sus sueños luego destrozados. Quizá la más irónica sea la de “La ciudad fantasma”, en que un niño de Pyongyang llora ante un retrato de Karl Marx, confundiéndolo con Obi, monstruo de la mitología coreana, ante la desesperación de una madre que sabe las represalias que por ello les espera… y que realmente sufrirán.
La rigidez del Régimen está presente en cada escena, en cada párrafo de las distintas narraciones. El absurdo de una burocracia irreflexiva, condenatoria, decisoria en el porvenir de cada uno de los ciudadanos, que han perdido la cualidad de tales, pasando a ser piezas de un engranaje en el que cualquiera puede ser apartado, condenado, al ser considerado como “defectuoso”.
¿Qué luz puede dar una luciérnaga en medio de tanta oscuridad? No defiendo con esto “la otra cara de la moneda”, el neoliberalismo inmoral y salvaje que “en el otro lado” nos domina, apuntalado por tirios y troyanos, mal que a muchos les pese reconocer su contribución. Nada defiendo, porque los desencantos son moneda común en todos los sistemas. Pero este ostracismo, esta tremenda desconsideración para con las personas, en lo que ni siquiera cuenta la heroicidad que porte su currículum (como Bandi destaca)…, esta indefensión, este cerrar la boca sin reparar en medios ni en remedios, tiene en el libro que ahora leo resabios que conozco de sistemas similares y que son lo contrario a aquello por lo que se luchó.

Lean La acusación, libro poético, y entiendan por qué Heberto Padilla escribiría: ¡Al poeta, despídanlo!/ Ese no tiene aquí nada que hacer./ No entra en el juego. Porque es un juego triste, del que se apodera la niebla, el desencanto, y en que las aves de rapiña tienen nombres temidos, a los que se debe venerar.

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