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jueves, 19 de abril de 2018


ABRIL PARA LLORAR, ABRIL PARA SOÑAR
Moisés Cayetano Rosado
Doctor el Geografía e Historia

El Capitão de Elvas, António Bras, en el cautiverio.
El 9 de abril de 1918 (conmemoramos ahora el centenario) se dio la Batalla de la Lys, en la frontera franco-belga, constituyendo de los mayores desastres militares portugueses (que participaba con los aliados en la 1ª Guerra Mundial) después de la Batalla de Alcácer-Quibir de 1578, con casi medio millar de muertos y 6.000 prisioneros. A lo largo de aquella 1ª Guerra Mundial -en la que Portugal se involucró por el miedo a perder sus colonias africanas a manos de los alemanes, y por mantener un “prestigio” de potencia aliada, del que apenas era una sombra-, este país con 6.000.000 de habitantes involucró a cien mil soldados, de los que murieron seis mil, con otros tantos desaparecidos y otro número similar de heridos graves y casi 7.000 prisioneros de guerra.
Las víctimas reclutadas pertenecían al grupo social “mais desprotegido” pues los pertenecientes a familias pudientes “en troca de pagamento de uma quantia em dinheiro, livravam-se do cumprimento de servir a Pátria”, según denunciaba el capitão de Elvas António Braz, prisionero en el enfrentamiento, cuyas memorias bajo el título “Como os prisioneiros portugueses foram tratados na Alemanha”, publicadas en su Elvas natal, son una firme denuncia del maltrato alemán y del olvido en que los tuvo Portugal durante su lacerante cautiverio.
Lo mismo había ocurrido en las intervenciones españolas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que condujeron al “Desastre del 98”, siendo crucial la declaración de guerra de EE.UU. tras el hundimiento de su acorazado Maine en la Bahía de La Habana el 25 de abril de 1898 (hace ahora precisamente 120 años). En Cuba “dejaríamos” 50.000 soldados españoles muertos por enfermedades, hambre y miseria, 10.000 más fallecidos en combate y 13.000 heridos o gravemente enfermos; en Filipinas subirían de 3.000 los muertos y de 7.000 los prisioneros. Se aproximaron a 350.000 los soldados movilizados, de una población de 18.600.000 habitantes: similar proporción a la portuguesa.
Desastre de Annual
Nueva masacre pasaría en la “Guerra del Rif” (1911-1927), donde una vez más los que no podían “pagar su redención y libranza” se vieron obligados a servir en lo que se convirtió en un auténtico “matadero”: el Desastre de Annual se llevó la vida de más de 10.000 españoles el 22 de julio de 1921, comparable a la tragedia de la Batalla de las Linhas de Elvas, de 14 de enero de 1659. Emotivamente lo retrata el escritor badajocense Arturo Barea en “La ruta”, de la trilogía “La forja de un rebelde”, como otros muchos autores en extensa bibliografía ensayística y novelada, de la que no me resisto a citar “Imán” de Ramón J. Sender y  “El desastre de Annual”, de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March, de extrema crudeza en el relato de las atrocidades.
Tras estos reveses vendrían en España la esperanza de una II República (14 de abril de 1931, ¡87 años ya!), con su Reforma Agraria, llevando a las míticas ocupaciones de tierras en Extremadura del 25 de marzo de 1936 (82 años han pasado de aquella “epopeya”: 80.000 campesinos ocupando 3.000 fincas), a colectivizaciones… truncadas por la inmediata Guerra Civil, que nos deparó medio millón de muertos y otros tantos exiliados. 79 años ya del 1 de abril de 1939, en que el general Franco emitió su último parte de guerra, que acabó definitivamente con ese segundo intento republicano.
Nuevamente, la represión, cuya sombra alargada se extendió junto al hambre, el paro obrero, hasta llevar a una auténtica “estampida migratoria” que desde mediados de los años cincuenta a mediados de los setenta expulsó de  Extremadura (como de gran parte de Andalucía y las dos Castillas) a más del 40% de su población. No menos oscuro sería el transcurrir alentejano, ribatejano y de las Beiras, con un porcentaje similar de emigración: siempre los jóvenes, siempre la fuerza productiva y reproductiva, quedando en los pueblos de origen una población envejecida.
Y así se llegaría a… ¡otra nueva esperanza!: la Revolução dos Cravos en Portugal, del 25 de abril de 1974 (¡44 años ya!), poniendo fin a la dictadura y las traumáticas guerras coloniales, que desde 1961 a 1974 supusieron una de las mayores tragedias de Portugal y los territorios sojuzgados. Aparejado a ella se vivió un ilusionado proceso -¡tan efímero!- de Reforma Agraria en Alentejo, Ribatejo y Setúbal, con ocupación de más de 1.100.000 hectáreas de latifundios por más de 65.000 campesinos sin tierra.
Y en España llegábamos a las reivindicaciones democráticas a partir de 1975, muerto Franco, con la implantación de las libertades y de las autonomías regionales, débil asidero para las regiones secularmente desfavorecidas, como Extremadura, cuyo Estatuto de Autonomía se aprobó el 25 de febrero de 1983.
Después, un periodo convulso y… una “reconducción” en los años ochenta, con sus luces y sombras; luego, el alborear de finales de siglo y comienzos del XXI, en que hasta fuimos por primera vez en nuestra historia receptores de emigrantes extranjeros: medio millón en Portugal y más de seis millones en España (de los que una pequeña cantidad, 50.000, se asentarían en Extremadura). Hasta que el zarpazo de la crisis de 2008 nos despertó del sueño efímero. Pero… ¡otra vez un 24 de abril -de 2014-, el informe del Banco de España se muestra optimista!: crecimiento esperanzado del PIB en el primer trimestre, la mayor subida de los últimos seis años. Y ahí estamos, en el abril del llanto y de los sueños: Abril para sentir, abril para soñar /Abril la primavera amaneció, que cantaba el inolvidable Carlos Cano.

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