IGNORANCIA Y PREPOTENCIA PARA CON EL
VECINO RAYANO
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Cuando uno cree saberlo todo pueden
darse situaciones pintorescas, y podemos llegar no a rozar sino a meternos de
lleno en el ridículo, transformándose nuestra altanería y suficiencia en
reveladora señal de la ignorancia adobada con la prepotencia. Ya lo indicaba
Miguel de Unamuno hace un siglo, cuando denunciaba la “petulante soberbia
española” ante el vecino en su libro de artículos “Por tierras de Portugal y de
España”, publicado en 1911.
No es que debamos necesariamente
generalizar, y más con el paso del tiempo, en que la comprensión mutua se hace
cada vez mayor, pero siguen quedándonos tics del pasado que una y otra vez
repetimos, manifestándolos con resolución incluso públicamente, algo así como
para reafirmar nuestra valía y una supuesta superioridad que algunos no acaban
de sacudirse, como en el fondo tampoco se sacuden “el pelo de la dehesa”.
Son muchas las situaciones a lo largo de
los últimos años en que he sido testigo de anécdotas embarazosas, o al menos
ridículas, que harían muy larga la enumeración. Pero quiero traer a estas líneas
dos de ellas, como ejemplo para darnos idea de aquello que vengo afirmando más
arriba.
En la celebración a mediados de mayo de
este año del “Festival islámico” organizado en Mértola, al sur de Alentejo, tan
vecino de la baja Extremadura que apenas si las aguas del Guadiana nos separan,
vi a un grupo español que curioseaba en las tiendas montadas en las calles de
su Casco Histórico. En una de ella se ofrecían “pasteis de grão”, y una paisana
nuestra se acercó muy decidida, preguntando a la vendedora, arrastrando mucho
la “o”:
- ¿Graooooo? ¿Qué clase granos son esos?
La vendedora, complaciente, le responde:
- Grão,
minha senhora. São muito bons.
- Ya -le contesta, muy decidida y
aleccionadora-, pero los granos son de muchos tipos: de trigo, de centeno, de
maíz… ¿Estos de qué son?
La
tendera queda descolocada:
- Não,
não, eles são de grão somente.
Insistía en su lección de variedad de
semillas cerealísticas la demandante, elevando cada vez más la voz, como
dejando en ridículo la ignorancia agrícola de la ofertante o tal vez
suponiéndola dura de oído.
Finalmente, me veo en la necesidad de
intervenir, antes de que rompamos relaciones diplomáticas por la vía del
desentendimiento comercial:
- Señora, garbanzos; grão significa
garbanzo. Así que esos pasteles son de garbanzos, o más bien de harina de
garbanzos.
La señora hizo un gesto de paciencia
como diciendo: ¡pero cuánta ignorancia la de estas campesinas!
Aunque peor fue cuando tiempo atrás
asistía a una “Noite de fados” en Borba, que se desarrollaba -siguiendo una
secular costumbre- a unas horas ya un poco tardías: a eso de las diez
portuguesas, que son las once de la noche españolas; o sea, después de cenar,
para acabar a altas horas de la madrugada.
El espectáculo, con diversos fadistas,
se anunciaba con “ceia”. Y a eso de las once y pocos minutos de nuestro reloj
fueron apareciendo los artistas, de los que se hizo presentación, se afinaron
los instrumentos, todo con mucha ceremonia, y a continuación comenzó el
espectáculo, cuando ya daban casi las doce de la noche (once portuguesas).
Algunos españoles presentes se removían en el asiento: ¡no acababa de llegar la
cena! Y la “ceia” llegó cuando se había culminado la primera ronda de los
cantantes, siendo ya en Portugal las doce pasadas. ¡Ahora sí que llegaron las
vituallas!
Pero el banquete pantagruélico que
esperaban nuestros paisanos no hizo acto de presencia. Lo que se nos ofreció
fue: un cal verde muy en su punto, unas aceitunas “galegas” (pequeñitas, algo
recias, muy del gusto alentejano), unos trozos de “enchidos” (embutidos)
asados, pan, y una botella de vino tinto y otra de blanco para cada cuatro
comensales.
¡Cómo montaron en cólera mis vecinos de
mesa de este lado de la Raya al ver que pasaba el tiempo, se reiniciaban los
fados y no se nos ofrecía nada más! Se levantaron, fueron hacia la recepción y
allí estallaron en amenazas por su “fraude”, su “robo”, su “desvergüenza”, al
prometer una cena “¡que se limitaba a un simple “tentempié!”.
- Se van a enterar en toda Extremadura
-decían-, porque pensamos escribirlo en los periódicos, decirlo en la radio y
en la televisión.
En la recepción se sonreían con cara de
asombro y circunstancias, sin saber qué contestar.
Ahora tocaba explicarles a nuestros
airados compatriotas que una “ceia” no es una cena; que los portugueses suelen
cenar a las ocho de la tarde, o a las nueve como mucho tardar, y que cuando
asisten a un espectáculo nocturno, que roza y traspasa la media noche tienen la
costumbre de tomar una “ceia”. Sí, un “tentempié”, para ir “bien llevando” las
varias horas que dura el espectáculo.
Así, claro, tender puentes resulta un
poco laborioso. Y a veces son puentes para poner tierra de por medio, pues con
estas maneras, estas incomprensiones y esta falta de prudencia y humildad, uno
llega a situaciones que hacen muy difícil el buen entendimiento.
En el significado lingüístico llamamos
“falsos amigos” a esta confusión de palabras que escribiéndose o pronunciándose
de manera semejante en otro idioma significan algo diferente en el nuestro.
¡Hay muchos “falsos amigos”, y no solamente en la expresión oral o escrita que
utilizamos a un lado y otro de la Raya!
“Llaneza, muchacho, no te encumbres, que
toda afectación es mala”, que aconsejaría Don Quijote no únicamente a Sancho,
sino a todos los Sanchos que por aquí alardean.
Caro amigo Moisés
ResponderEliminarLúcido como sempre. Um abraço
Jacinto César