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miércoles, 15 de abril de 2020


YO HABLÉ CON LOS REYES MAGOS

Retrato de por aquellas fechas
Sigo llamándola Mariquita, como ella a mí me llama Moiselito todavía, cincuenta, sesenta, más años después.
Mariquita tenía en la entrada de su casa todo un mundo de ensueño y fantasía, desde donde un día yo pude hablar con los Reyes Magos una tarde de frío y de ilusión.
Ella le dijo a mi madre: “Trae al niño, que los Reyes lo están esperando”. Yo estaba allí, en mi casa, en la casa de al lado de la Centralita de teléfonos, y di un salto hacia la pequeña cabina donde agarré con las dos manos el auricular, enorme y negro, pesado como el mundo.
Al oído me llegaba la voz serena y pura de uno de los tres Reyes, que me interrogaba con dulzura: “¿Has sido bueno?”. ¡Claro que había sido bueno!, y se lo dije todo temeroso de que no me creyera.
“¿Obedeces siempre a tu madre y a tu padre?”. “¡Siempre!”, le respondí, todo encogido.
“¿Y a tu tía?”. ¡Por supuesto que también a mi tía!
“¿Y en la escuela? ¿Eres obediente y aplicado?”. Lo primero era muy fácil de contestar con toda la seguridad del universo: ¡cualquiera se resbalaba ante la vara del maestro! Lo segundo había que asumirlo, para que los señores Magos no se contuvieran en su largueza.
Salí de allí maravillado de la voz tan parecida a la de Mariquita de los Reyes de Oriente, pero todo convencido de que iban a ser generosos a la hora de pasar por mi ventana.
¡Y tanto que lo fueron! Allí, al lado de mi cama, estaban las tiendas de los indios, su amenazante presencia de plumajes, arcos, flechas y machetes; allá también los pistoleros de caballos al galope, con rifles y sombreros, pistolas al cinto y arrogancia.
¡Qué fácil pasar los días, las tardes de tedio y de radionovelas, montando fabulosas batallas decisivas, en tanto los mayores lacrimeaban con los seriales radiofónicos y las fotonovelas que traían Leandra y su hija Laudina.
¡Ay, aquellos irrompibles muñecos de fabuloso plástico verdoso! Con ese magnífico tesoro pasé muchos días de confinamiento infantil en mi pueblo. Un pueblo que empezaba a despoblarse de vecinos, camino de otras tierras como unos nuevos reyes: en vacaciones venían con regalos ya más sofisticados, pero nunca tan mágicos como los que espléndidamente me llevaron los Reyes telefónicos invocados por mi vecina Mariquita.
Moisés Cayetano Rosado

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