Revista AZAGALA. Nº 114. Junio de 2020
LA MAGIA DE ALBURQUERQUE Y SU CASTILLO
Moisés Cayetano Rosado
(Texto y fotos)
De Badajoz hasta Alburquerque hay 44 kms. de deliciosa
campiña, en un principio regada por el río Zapatón que va paralelo y cercano a
la carretera hasta Bótoa; luego, se espesa un encinar-alcornocal que asciende
por cerros y sierras que, a partir del Puerto de los Conejeros, nos dejan ver
al fondo la imagen majestuosa del
castillo de Luna, como un enorme cirio levantado en la roca gigantesca en que
se alza Alburquerque.
Esta espectacular fortificación roquera sería levantada fundamentalmente en el siglo XV,
tras haber sido disputado el lugar por cristianos y musulmanes en la Edad
Media, pasando a la Orden de Santiago,
cuyo Maestre -don Álvaro de Luna- lo reformó, amplió y mandó construir la
enorme Torre del Homenaje en 1445, visible a varias decenas de kilómetros a la
redonda.
Su sucesor, don Beltrán de
la Cueva, continuó la adecuación de las instalaciones, que se completan entre 1465 y 1472, dotándola de
unas espléndidas murallas exteriores, con altura media de 10 metros. Hoy día,
recorrer su adarve es todo un espectáculo, que nos regala la visión
extraordinaria de la Sierra de San Pedro al medio y los extensos valles del
norte y sur, de Extremadura y Alentejo.
Paseo de ronda de la muralla. Iglesias exteriores e interior del castillo. |
Además de la
belleza de la Torre del Homenaje, con sus cinco pisos, es una grata
experiencia el propio acceso a través de la Torre de las Cinco Puntas y el puente que las comunica, así como el
recorrido perimetral por la Plaza de
Armas y la Iglesia románica tardía de Santa María del Castillo, que allí se
encuentra.
Desde lo alto de los paseos de ronda, mirando hacia
la población, las vistas al caserío nos
permiten contemplar la belleza del estilo constructivo rural medieval y sus
expansiones posteriores, con las cubiertas de teja roja y el encalado de
fachadas. También se observa desde allí la línea
de defensa en forma de “redientes” levantada por los portugueses durante su
ocupación en la Guerra de Sucesión española, a principios del siglo XVIII:
el único vestigio de “fortificación abaluartada” efectuado en Alburquerque, y
que aquel “sueño” de Hospedería alteró abriendo ventanales que simulan
aspilleras y puertas en muros cuyo sentido histórico es de defensa cerrada.
Vista a los redientes de los portugueses y a la población |
Inmediatamente que
salimos del castillo, nos encontramos con la Iglesia de Santa María del
Mercado, gótica, de los siglos XIII y XIV, con añadidos barrocos del siglo
XVIII. Monumento muy digno de visitar con detención. En uno de sus laterales,
hacia el Barrio de Villa Adentro, se conservan varias tumbas antropomorfas en
roca viva.
Y ya en este barrio
medieval, también llamado “de la Teta Negra”, disfrutamos de un callejero
quebrado, adaptado a las curvas de nivel del montículo del castillo, con buen número de casas que conservan sus puertas
de entrada ojivales, de granito. Barrio Judío hasta su expulsión a finales
del siglo XV, que protege en buena parte la muralla medieval recogiéndolo, con dos magníficas puertas de entrada: la
de Valencia, flanqueada por dos torreones cilíndricos de 13 metros de
altura, y la Puerta de la Villa, por
donde salimos a la plaza principal de la población.
Fachada de la antigua Ermita de Nuestra Señora de la Soledad |
En esta plaza podemos tomar -de entre las múltiples
ofertas de bares y restaurantes de la zona- alguna copa y tapa en la antigua Ermita de Nuestra Señora de la
Soledad, construcción barroca del siglo XVIII, convertida en discreta,
agradable cafetería.
A un lado y otro, como guardianes del entorno, la
Sierra del Puerto del Centinela y la Sierra del Castaño, nos muestran los
efectos caprichosos de la erosión
diferencial sobre el granito y la pizarra de distinta consistencia: es una
de las vistas más bellas que nos sean dado contemplar.
La población,
declarada Conjunto Histórico-Artístico, no sólo atesora el castillo roquero de
Luna, construido a partir del s. XIV, junto a la mayor parte de lienzos,
torres y puertas del recinto fortificado que envolvía a la antigua villa, sino también los salientes abaluartados del s.
XVII, levantados a causa de los continuos conflictos con Portugal. Pero,
sobre todo, hemos de añadir el ya nombrado delicioso
barrio medieval de puertas y ventanas ojivales y adinteladas en recia
piedra de granito: afortunadamente se encuentra en continuo proceso de
restauración, tras anteriores actuaciones “modernizadoras” desafortunadas. Ello
se completa con el sinuoso y estrecho callejero, sus vueltas, revueltas,
plazoletas, cuestas, terraplenes...
Barrio medieval |
Uniremos a todo esto la notable iglesia de Santa María del Castillo, dentro del mismo, románica
del s. XII; la ya nombrada de Santa
María del Mercado, del s. XIV, de buena estampa gótica, en la explanada
occidental de las fortificaciones, y la parroquial
de San Mateo, herreriana, del s. XVI, al lado del restaurado y revalorizado
Ayuntamiento, que da a su vez a una espaciosa plaza rectangular en dos niveles
donde siempre podremos hilvanar una charla sustanciosa con los acogedores
habitantes de la ciudad... y tapear en sus bares.
Desde el
castillo, las vistas a la villa y al amplísimo entorno son inigualables.
Queda a sus pies la auténtica dehesa mediterránea occidental satisfactoriamente
conservada, y prolongándose al norte sucesivas cadenas montañosas que forman la
Sierre de San Pedro, sucedida en Portugal por las Serras de Marvão y de
San Mamede, inigualables tesoros ecológicos, todo ello declarado Reserva
Natural, que invitan a las excursiones a pie, en bicicleta de montaña o a
lomos de caballo.
Hacia las Sierras de Marvão y S. Mamede |
Indicación de las pinturas rupestres esquemáticas |
Alburquerque da, desde luego, para mucho más, pero
en este breve recorrido motivado por la visita al castillo, no estará demás acercarnos a unos abrigos rupestres que hay lindantes
con las piscinas municipales, donde podremos contemplar diversas pinturas
esquemáticas en la roca, que fueron declaradas Monumento Nacional en 1942,
y que datan de la Edad de Bronce. Lugar, por cierto, desde donde las vistas del
castillo y sus altivas torres son fantásticas, y nos confirman lo que ya
sabíamos: que el de Alburquerque es uno de los castillos roqueros más
grandiosos y admirables que podemos contemplar.