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viernes, 17 de julio de 2020


Revista AZAGALA. Nº 114. Junio de 2020

LA MAGIA DE ALBURQUERQUE Y SU CASTILLO
La Revista AZAGALA ha publicado en su número 114, junio de 2020, en sus páginas 44 y 45, el trabajo que va a continuación, lo que le agradezco y me honra. 

Moisés Cayetano Rosado
(Texto y fotos)
De Badajoz hasta Alburquerque hay 44 kms. de deliciosa campiña, en un principio regada por el río Zapatón que va paralelo y cercano a la carretera hasta Bótoa; luego, se espesa un encinar-alcornocal que asciende por cerros y sierras que, a partir del Puerto de los Conejeros, nos dejan ver al fondo la imagen majestuosa del castillo de Luna, como un enorme cirio levantado en la roca gigantesca en que se alza Alburquerque.
Esta espectacular fortificación roquera sería levantada fundamentalmente en el siglo XV, tras haber sido disputado el lugar por cristianos y musulmanes en la Edad Media, pasando a la Orden de Santiago, cuyo Maestre -don Álvaro de Luna- lo reformó, amplió y mandó construir la enorme Torre del Homenaje en 1445, visible a varias decenas de kilómetros a la redonda.
Su sucesor, don Beltrán de la Cueva, continuó la adecuación de las instalaciones, que se completan entre 1465 y 1472, dotándola de unas espléndidas murallas exteriores, con altura media de 10 metros. Hoy día, recorrer su adarve es todo un espectáculo, que nos regala la visión extraordinaria de la Sierra de San Pedro al medio y los extensos valles del norte y sur, de Extremadura y Alentejo.
Paseo de ronda de la muralla.
Iglesias exteriores e interior del castillo.
Además de la belleza de la Torre del Homenaje, con sus cinco pisos, es una grata experiencia el propio acceso a través de la Torre de las Cinco Puntas y el puente que las comunica, así como el recorrido perimetral por la Plaza de Armas y la Iglesia románica tardía de Santa María del Castillo, que allí se encuentra.
Desde lo alto de los paseos de ronda, mirando hacia la población, las vistas al caserío nos permiten contemplar la belleza del estilo constructivo rural medieval y sus expansiones posteriores, con las cubiertas de teja roja y el encalado de fachadas. También se observa desde allí la línea de defensa en forma de “redientes” levantada por los portugueses durante su ocupación en la Guerra de Sucesión española, a principios del siglo XVIII: el único vestigio de “fortificación abaluartada” efectuado en Alburquerque, y que aquel “sueño” de Hospedería alteró abriendo ventanales que simulan aspilleras y puertas en muros cuyo sentido histórico es de defensa cerrada.
Vista a los redientes de los portugueses y a la población
Inmediatamente que salimos del castillo, nos encontramos con la Iglesia de Santa María del Mercado, gótica, de los siglos XIII y XIV, con añadidos barrocos del siglo XVIII. Monumento muy digno de visitar con detención. En uno de sus laterales, hacia el Barrio de Villa Adentro, se conservan varias tumbas antropomorfas en roca viva.
Y ya en este barrio medieval, también llamado “de la Teta Negra”, disfrutamos de un callejero quebrado, adaptado a las curvas de nivel del montículo del castillo, con buen número de casas que conservan sus puertas de entrada ojivales, de granito. Barrio Judío hasta su expulsión a finales del siglo XV, que protege en buena parte la muralla medieval recogiéndolo, con dos magníficas puertas de entrada: la de Valencia, flanqueada por dos torreones cilíndricos de 13 metros de altura, y la Puerta de la Villa, por donde salimos a la plaza principal de la población.
Fachada de la antigua Ermita de Nuestra Señora de la Soledad
En esta plaza podemos tomar -de entre las múltiples ofertas de bares y restaurantes de la zona- alguna copa y tapa en la antigua Ermita de Nuestra Señora de la Soledad, construcción barroca del siglo XVIII, convertida en discreta, agradable cafetería.
A un lado y otro, como guardianes del entorno, la Sierra del Puerto del Centinela y la Sierra del Castaño, nos muestran los efectos caprichosos de la erosión diferencial sobre el granito y la pizarra de distinta consistencia: es una de las vistas más bellas que nos sean dado contemplar.
La población, declarada Conjunto Histórico-Artístico, no sólo atesora el castillo roquero de Luna, construido a partir del s. XIV, junto a la mayor parte de lienzos, torres y puertas del recinto fortificado que envolvía a la antigua villa, sino también los salientes abaluartados del s. XVII, levantados a causa de los continuos conflictos con Portugal. Pero, sobre todo, hemos de añadir el ya nombrado delicioso barrio medieval de puertas y ventanas ojivales y adinteladas en recia piedra de granito: afortunadamente se encuentra en continuo proceso de restauración, tras anteriores actuaciones “modernizadoras” desafortunadas. Ello se completa con el sinuoso y estrecho callejero, sus vueltas, revueltas, plazoletas, cuestas, terraplenes...
Barrio medieval
Uniremos a todo esto la notable iglesia de Santa María del Castillo, dentro del mismo, románica del s. XII; la ya nombrada de Santa María del Mercado, del s. XIV, de buena estampa gótica, en la explanada occidental de las fortificaciones, y la parroquial de San Mateo, herreriana, del s. XVI, al lado del restaurado y revalorizado Ayuntamiento, que da a su vez a una espaciosa plaza rectangular en dos niveles donde siempre podremos hilvanar una charla sustanciosa con los acogedores habitantes de la ciudad... y tapear en sus bares.
Desde el castillo, las vistas a la villa y al amplísimo entorno son inigualables. Queda a sus pies la auténtica dehesa mediterránea occidental satisfactoriamente conservada, y prolongándose al norte sucesivas cadenas montañosas que forman la Sierre de San Pedro, sucedida en Portugal por las Serras de Marvão y de San Mamede, inigualables tesoros ecológicos, todo ello declarado Reserva Natural, que invitan a las excursiones a pie, en bicicleta de montaña o a lomos de caballo.
Hacia las Sierras de Marvão y S. Mamede
Indicación de las pinturas rupestres esquemáticas
Alburquerque da, desde luego, para mucho más, pero en este breve recorrido motivado por la visita al castillo, no estará demás acercarnos  a unos abrigos rupestres que hay lindantes con las piscinas municipales, donde podremos contemplar diversas pinturas esquemáticas en la roca, que fueron declaradas Monumento Nacional en 1942, y que datan de la Edad de Bronce. Lugar, por cierto, desde donde las vistas del castillo y sus altivas torres son fantásticas, y nos confirman lo que ya sabíamos: que el de Alburquerque es uno de los castillos roqueros más grandiosos y admirables que podemos contemplar.


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