UNA RIADA DE LIBROS
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Cuando una riada imprevisible se lleva por
delante las propiedades, los enseres de un numeroso grupo de familias, la
solidaridad ciudadana y la acción institucional son el consuelo y en buena
parte el remedio para la desgracia. Solo la muerte de los seres humanos, como
ocurrió en Badajoz hace veinticinco años, resulta irreparable y trágico en
extremo; afortunadamente no éste el caso ocurrido el trece de diciembre en La
Roca de la Sierra, un pueblo que ya conoció otras inundaciones por el
desbordamiento de su rivera de Troya, pero que esta vez fue castigado en lo
material como nunca lo había sido antes.
Entre las pérdidas sustanciales, su
Biblioteca Municipal se quedó sin sus fondos bibliográficos, sufriendo bastantes
daños sus instalaciones. Poco a poco, esta parte material va quedando de nuevo
en uso, pero los libros desaparecieron por completo, destruidos por el agua
torrencial.
Y lo que fue desolación, tristeza, por la
pérdida de un patrimonio construido poco a poco, con amor a la cultura, quedó
como una herida desgarradora, como siempre ocurre cuando se pierde el tesoro
inmortal que encierran los libros, en toda la gama del saber, de la creación y
la evasión.
Sin embargo, la lección que entre todos nos
estamos dando en Extremadura y más allá de nuestros límites territoriales es
que los libros constituyen un legado compartible que ninguna riada puede
destruir, porque siempre se puede reponer. Y, efectivamente, a la riada
desoladora del agua impulsiva, incontrolada, le ha seguido la riada consciente,
controlada, reflexiva y enriquecedora de miles de libros que vienen de
múltiples lugares a ocupar el espacio vaciado.
Particulares, instituciones, librerías, otras
bibliotecas… han acudido a la llamada que entre todos nos hemos ido haciendo
espontáneamente: ni un pueblo sin libros, ni una biblioteca pública sin
dotación por mucho que la fuerza de la naturaleza -y también la falta de
previsión en la gestión de la misma, de los cauces de arroyos y ríos, y del
trazado de aliviaderos, puentes, etc.- nos jueguen una terrible pesadilla.
Hoy en día, cuando parece que perdemos el
acercamiento a la letra impresa, a los libros editados, conseguir que en tiempo
record se reconforme una biblioteca es una lección para todos, porque nos habla
de nuestro íntimo amor por la lectura, de la necesidad colectiva por tener este
patrimonio escrito a nuestro alcance. Del templo cultural que significa y
dignifica.
Espero que la “reinauguración” de esta
Biblioteca Municipal, cuando se dote suficientemente de fondos -para lo que
falta bien poco y en lo que se trabaja allí con ejemplar tesón-, constituya una
noticia de primera plana, como lo fue la desgracia del diciembre pasado. Y que
sea un símbolo del despertar del libro impreso, pues parece que con “las nuevas
tecnologías” se nos había ido arrinconando en el olvido. La “magia” del ruido
de las hojas que se pasan al leer, el olor a tinta o la solera del papel
envejecido, la mirada que busca en los lomos de las encuadernaciones el título
llamativo o el autor deseado, son un
elevado y recurrente placer.
En el fondo pasa como ocurriera con la radio
al irrumpir la televisión: muchos pronosticaron que desaparecería; ¡ya vemos,
en cambio, como gana oyentes! O con la prensa escrita con respecto a la
presencia digital: algunos auguran su muerte, que es seguro no se producirá,
porque el registro escrito, impreso, es fuente de consulta y de placer que,
pudiendo -eso sí- complementarse, nunca podrá ser reemplazado.
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