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miércoles, 11 de enero de 2012


NUEVAS SALIDAS MIGRATORIAS

Toda la historia de España está sembrada de movimientos migratorios, de flujos y reflujos unas veces por motivos bélicos y otras por necesidades económicas y laborales. Pero los años finales del siglo XIX y primeros del siglo XX fueron dramáticos por las enormes cifras de salidas hacia América Central y del Sur, que muchos años alcanzaban los 150.000 emigrantes de una población que apenas subía de 18.000.000.
Con la Primera Guerra Mundial, las crisis de Entreguerras y la Segunda Gran Guerra, estos movimientos se reducen, casi desaparecen. No así las necesidades, el hambre que los había motivado, acentuados hasta la desesperación por las consecuencias catastróficas de nuestra Guerra Civil.
Cuando a finales de los años cincuenta Centroeuropa despega en su desarrollo y necesita mano de obra para su pujante industria, minería y servicios, nuevamente se pone en marcha la maquinaria migratoria que entre 1955 y 1975 arrastrará a más de dos millones de españoles, instalándose fundamentalmente en Francia, Alemania y Suiza.
Aquellas salidas al “dorado europeo” habrían continuado si la demanda se hubiese mantenido, pero la saturación del mercado de trabajo y la gran crisis de 1973, arrastrada durante toda la década e incluso acentuada en 1979, básicamente por la subida disparada de los precios del petróleo, las contuvo. Mucho se preocuparon los países receptores de impedirla legal y realmente, ya que sus cifras de paro subían de forma alarmante.
Tras un reajuste duro en los años ochenta del siglo XX, con la llegada de ayudas europeas por la entrada española en el Mercado Común, la contención de los precios del crudo, el auge de la industria turística y el boom urbanístico generalizado, que nos colocó en la cresta de la ola inmobiliaria, los años noventa fueron de bonanza.
Ahora ya no se emigraba, sino que, en un acontecimiento sostenido sin precedentes, recibimos oleadas de inmigrantes procedentes del norte de África, zona subsahariana, Latinoamérica y después países del Este europeo. Esto nos ha llevado a tener a finales de 2011 casi seis millones de inmigrantes, de los que 860.000 son rumanos, 770.000 marroquíes, 360.000 ecuatorianos, 270.000 colombianos y 200.000 bolivianos, por citar las cinco comunidades extranjeras más numerosas.
Cierto que desde 2008 las entradas de inmigrantes se fueron reduciendo drásticamente, y que incluso en 2011 había ya 20.000 menos que en 2010. Pero la abultada cifra está ahí, ahora que estamos inmersos en una nueva crisis, de dimensiones colosales; mucho mayor que la de 1973-1979. Comparable incluso a la de 1929, que sembró de miseria a los países más adelantados (los demás ya lo estaban… y lo están), si no más profunda.
¿Y qué pasa ahora, en medio de este nuevo hundimiento en que la especulación bursátil e inmobiliaria, la voracidad bancaria y la competencia productiva y laboral de los países emergentes y superpoblados del este asiático nos acosan? Pues que asistimos a un nuevo movimiento del tsunami migratorio; es decir, que estamos pensando y hasta preparando las maletas de una nueva emigración. Incluso nuestros vecinos de Portugal, que han tenido un comportamiento demográfico-migratorio similar al nuestro, han visto como hasta el propio Gobierno “invita” a los jóvenes a buscarse el porvenir fuera de sus fronteras. Y nosotros, con invitación o sin ella, asistimos a las primeras salidas de jóvenes preparados -y no preparados- profesionalmente camino otra vez de Alemania, nuevamente también Latinoamérica e incluso algunos puntos emergentes de Asia.
Cuando aún tenemos 1.500.000 de españoles fuera, rescoldo de antiguas migraciones, y casi seis millones de extranjeros dentro, iniciamos un nuevo éxodo como aquellos que nos llevaron hace más de un siglo a Ultramar: por el tiempo que haga falta para abrirse un porvenir que aquí una vez más no se encuentra. Y es que en la época de “vacas gordas” no hemos sido capaces de crear riqueza estructural, sino que levantamos castillos de ladrillos que ahora no aguantan los nuevos vendavales.

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