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viernes, 3 de febrero de 2012

MUERTE DE UN MILICIANO


        Uno de los iconos de la Guerra Civil española es, sin duda, la fotografía de Robert Capa que llamamos "Muerte de un miliciano". Con ella se inicia el fotoperiodismo en frentes de combate y ella es una de las grandes referencias del periodismo mundial en escenarios conflictivos, al tiempo que una obra de arte que pasó como tal a los manuales de esta disciplina.
        Por dificultades técnicas y concepción fotoperiodística, aún no se había publicado una instantánea de estas características: la acción en el fragor de la batalla, que a partir de entonces constituirá un recurso obligado en las referencias a los conflictos armados. Pero no por ser pionera es una referencia universal, sino por la maestría de la toma, el mensaje que transmite y lo que simboliza. Esto, a la vez, la transforma en una joya artística, aunque no fuera ése el cometido de la misma.

        ¿Qué es lo que hace que nos fijemos en ella como en ninguna otra, incluso si la viéramos en una exposición nutrida de fotografías impactantes de cualquier género? Posiblemente la atmósfera que crea, esa inmensa soledad que contagia, esa lucha contra el destino irremediable, ese horizonte vacío y desdibujado, esa tierra reseca y polvorienta por la que se combate: Madre y madrastra mía,/ España miserable/ y hermosa. Si repaso/ con los ojos tu ayer, salta la sangre/ fratricida, el desdén, que escribió Blas de Otero, y que sirve para cualquier tierra, porque en todas el sufrimiento, la soledad, la incomprensión, han sido y son seña de identidad de humanidad perdida.

         De otro lado está, como encajada en el páramo, la figura del miliciano: una actitud de "Cristo crucificado", con el brazo derecho -que suelta el arma- extendido, la cabeza en escorzo hacia la izquierda, el pecho ofrecido, las piernas flexionadas en derrota; el resplandor de la camisa blanca como uno de los fusilados de la Moncloa pintados por Goya, el pantalón claro también, la sombra huidiza y alargada, como los cipreses de Delibes... Todo quietud, menos la movilidad hacia la muerte. Amplísimo el cielo limpio, que ocupa tres cuartas partes de la fotografía, única eternidad en el terrible caminar humano, cósmico...

        Anoche presenté en el Patio de Columnas de la Diputación de Badajoz el libro La foto de Capa, del cordobés Fernando Penco Valenzuela, en el que se demuestra que la fotografía no fue tomada en Cerro Muriano el 5 de septiembre de 1936, como sostenía el biógrafo oficial de Capa, Richard Whelan, basándose en testimonios orales, sino en otro lugar de la misma provincia cordobesa: Haza del Reloj, de Espejo, el 4 o 6 de septiembre (Capa estaba en otro lugar el día 5). Se basa en observaciones topográficas y geomorfológicas, que identifican el terreno y en superposiciones fotográficas con nuevas instantáneas realizadas para contrastar por su amigo Juan Larrea, que le acompañó para ello sobre el terreno en mayo de 2009.


        Fernando Penco incluso admite que la fotografía pudiera haber sido "preparada". Es decir, que no fuese real el suceso sino escenificado por el miliciano para la toma del documento gráfico. Algo muy frecuente en el reporterismo fotográfico general y el bélico en particular. Pero, como Penco indica, todo es pose en el arte, gráfico o literario. ¡Y en la vida! Pose que nos muestra y nos demuestra que la lucha por la supervivencia es dura, incomprendida tantas veces, sacrificada y cruel, lo que transmite certeramente esta fotografía, que se queda para siempre en la retina de quien la ve.

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