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viernes, 25 de mayo de 2012


ANCIANAS TRABAJANDO “AL OTRO LADO DEL CHARCO”

"Picantería" de Ecuador: Chanco, cuines, legumbres y verduras.

Las he visto en los campos de la planicie alentejana, en las laderas agrestes de Trás-Os-Montes, en los enormes olivares de Andalucía o las dehesas interminables de Extremadura: ancianas que no han terminado todavía de pagar el delito de su pobreza y siguen trabajando para saldar la deuda.
Las vi, ateridas de frío, con su cesta de huevos en el mercado minorista de Lublín -al extremo este de Polonia-; en los zocos coloridos de Fez y de Estambul, pregonando mil variopintas mercancías, como también en la cantada Chacarita bonaerense, todas enjalbelgadas para atraer a los turistas.

Por todo el mundo entero están esas ancianas luchando por la vida. Traigo aquí a algunas, tal vez menos conocidas para nosotros que las que me han ido surgiendo más arriba en el recuerdo. Son ancianas de Ecuador, que se ganan la vida de mil formas. En tenderetes de calles, carreteras, preparando sus variados platos de verduras y frutas, para ofrecer junto al “chanco”, siempre presente, entero, asado a fuego lento. En un rincón estaba ésta que capté en Ciudad de Cuenca, con su centena de años batallando contra los dientes de la mazorca de maíz.
O aquella otra, al lado de Otavalo, la ciudad por excelencia de los tejidos esplendorosos, los ponchos, las alfombras que estallan en múltiples colores: antes han sido lana en sus manos que con paciencia escarda hasta dejarla manejable. Manos como herramientas poderosas, pese a su frágil osamenta, a su rostro curtido, de boca desdentada y sonriente en la soledad de su rincón.
¿Y qué decir de la florista del corazón de la Ciudad de Cuenca, que nos ofrece la fugaz alegría de la luz y el color, los olores espléndidos de su frágil mercancía?
O esa aldeana que, cerca de Quito, apenas se sostiene y busca la complicidad de unas rocas para seguir guardando su ganado. ¿Cuánto le queda para obtener la tranquilidad de un descanso? ¿O acaso ese descanso sería una precipitación hacia la muerte? Tal es el sentido de su vida, que ya no existe sin su lucha diaria, permanente.

Ancianas trabajando “al otro lado del charco”. Aquí, a miles, a centenares de miles, sus hijos han venido buscando un porvenir que aleje a los suyos de esa lucha perdida, tan dura y permanente. ¿Qué van a conseguir en medio de nuestra crisis que devora como un Saturno selectivo a los más débiles? Ellas tal vez ya nada esperan. Solo un poco de “chanco” y de maíz que les dé fuerza para seguir otro día más en la batalla.

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