Martes, 20 noviembre 2012
OPINIÓN
POR MOISÉS CAYETANO ROSADO
"Si a una persona le reducen significativamente el salario y peor, si
pierde el empleo, todas las previsiones se trastocan, incluso las de comer;
¿diríamos, entonces, que el que tenga hambre que se aguante, que hubiera
conservado el estómago repleto de comida?"
María
Antonia Trujillo -exministra de Vivienda, en el gobierno español de Rodríguez
Zapatero, y exconsejera de Vivienda, Urbanismo y Transporte, en el gobierno
extremeño de Rodríguez Ibarra- ha
escrito contundentemente que “el que tenga deudas, que las pague; que no se
hubiera endeudado”.
El
momento no puede ser más delicado para hacer estas afirmaciones lapidarias.
Porque, al caernos encima una crisis económica de dimensiones aún mayores que
la de 1973, y puede que hasta más profunda que la de 1929 -que hundieron en la
miseria a tantas personas y colectivos-, todas las previsiones saltaron por los
aires.
Una
persona, una familia, que cuenta con unos ingresos más o menos regulares y
suficientes, adquiere unos compromisos de pago aplazado (deuda) a los que
responde con lo que sabe que puede ahorrar un mes tras otro. Si le reducen
significativamente el salario, y peor si pierde el empleo o se le viene abajo
su negocio, todas las previsiones se trastocan. Incluso las previsiones de
comer regularmente cada día; ¿diríamos, entonces, que el que tenga hambre que
se aguante, que hubiera conservado el estómago repleto de comida?
Cuando en
una etapa económica normalizada alguien adquiere una vivienda, da una entrada
en dinero y solicita un préstamo hipotecario. El banco le requiere unas garantías
para hacer frente a los pagos periódicos: sueldo, bienes… y le tasa el valor de
esa vivienda, para prestarle lo que estima razonable, que siempre ha de ser
inferior al valor de ese bien que se adquiere.
¿Qué pasa
cuando por esta intensa y galopante crisis pierde el endeudado sus ingresos
regulares? ¡Pues que no puede hacer frente a los pagos aplazados, que siempre
han de ser menores a la tasación bancaria del bien! Así, si uno se compró una
vivienda de 200.000 euros y pagó de entrada 50.000, le quedan por saldar
150.000; el banco, al valorar el inmueble por medio de personal especializado
no podrá estimarlo en precio superior, entregándole como mucho el 80% de su
valor, con lo cual le habrá prestado unos 160.000 euros. Así, cuando al que
padece la situación de insolvencia le llega esta desgracia tendrá una deuda
siempre inferior a esos 160.000 euros, a lo que responde con ese bien de valor
superior.
Pero,
¿qué ocurre con esta crisis que comenzó con la “burbuja inmobiliaria”? Pues al
menos dos cosas: una, que los inmuebles estaban sobrevalorados por la
especulación salvaje de los años de bonanza; dos: que los bancos estaban
ganando dinero “a espuertas” con los créditos a sustancioso interés y no tenían
empacho en prestar más de lo que el valor real del bien sujeto a la hipoteca
significaba, alentando incluso a pedir créditos suplementario para otros gastos
suntuarios.
Al quedar
descolgada una persona, una familia, de la cadena consumista, por haber perdido su empleo, sus ingresos de
autónomo o de empresario golpeado por la crisis, no puede hacer frente a esas
deudas, que avalaban sus ingresos y el bien hipotecado. Destruidos los
primeros, queda solamente el bien para responder a los pagos.
¿No es
éste suficiente? ¿Y entonces para qué se hizo una valoración del mismo por
técnicos especializados al servicio del banco? ¡Claro! El mercado especulativo
ha hecho descender el valor de los inmuebles en porcentajes a veces de
escándalo, y aquello que valía 200.000 ahora no sube de 100.000 en muchos
casos. Y si nos atenemos al ejemplo puesto más arriba, y el banco prestó
160.000, pues quedándose con el bien aún reclama 60.000 más al propietario
desposeído de ingresos y de ese bien inmueble “efímero”.
También
expone María Antonia Trujillo: “Yo solo me endeudo en lo que puedo pagar”. ¿Y
eso cómo se calcula, si los ingresos no son absolutamente blindados ante las
“inclemencias” del tiempo en que vivimos.
¿Exigiendo “exitosamente” que no nos despidan del empleo, que los
clientes continúen acudiendo a nuestro negocio, que nuestra pequeña empresa
siga teniendo la demanda acostumbrada?
Los
accionistas de los bancos, que han ganado dinero a sacos en los años de
euforia, ¡sí que quieren tener blindados sus ingresos incluso en épocas de
crisis! Y no solo lo están consiguiendo sino que muchos multiplican sus
ganancias, aprovechando las “rebajas” de ventas por necesidad y el ruborizante
juego de la Bolsa.
Pero,
¿cuál es el riesgo, entonces, de estos poderosos del dinero, si se quedan con
el bien hipotecado y además hay que saldar la deuda hasta el último céntimo de
una valoración “subida”, de la que ellos son los responsables al hipotecar?
En estos
tiempos de crisis, todos perdemos. Muchos, la casa que compraron y de la cual
ya han hecho pagos iniciales, y encima se les quiere penar con mayor carga,
porque disminuyó el valor de los inmuebles, sin que tengan las víctimas la más
mínima culpa. Todos perdemos, menos la banca… la banca siempre gana, como en
las películas del oeste, ¿recuerdan? Y si el “forastero” no puede pagar, ¡pues ya
se las verá con los “empleados” en la puerta del saloon!