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lunes, 24 de diciembre de 2012



OPINIÓN
 Periódico HOY
POR MOISÉS CAYETANO ROSADO

En aquellos años «revolucionarios» de los comienzos de la democracia, nos emborrachábamos de «internacionalismo proletario» y no queríamos ni oír hablar de patrias, pues qué tenían que ver los jornaleros extremeños y andaluces con los terratenientes absentistas de sus regiones respectivas; qué un minero asturiano con el empresario ovetense de las minas de carbón

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¿EXISTE ESPAÑA? ¿Y LO ESPAÑOL?

Alguna vez he hecho referencia a versos del poema de mi admirada María Elvira Lacaci, “La Puerta del Sol”, como estos: “Tropezaron mis ojos/ con grandes titulares/ de los periódicos/ colgados/ en los quioscos de la Puerta del Sol,/ que con orgullo/ decían a toda plana/ ‘España afirma…’, ‘España espera…’ O bien ‘Cree oportuno’”.
María Elvira quiere averiguar “Quiénes eran España” y comienza a observar a las personas que ve y reflexiona sobre ellas: las que salen  por las bocas del Metro, “cada cual/ solamente a lo suyo”; una mujer que revende entradas; los ciegos que vocean en las esquinas “sus números iguales”; la gente esperando en la cola del autobús; una embarazada que se fatiga y mira escaparates; el limpiabotas, que se gana el pan “a fuerza de sonrisas y cepillo”; los soldados paseando; las chicas de su pueblo aguardándoles… Y concluye: “Pero no. Cada cual/ un amor, una lágrima,/ un rencor que no cesa./ Una perenne lucha. En su existencia”.
¿Cómo y dónde buscar, entonces, esa común España?
“España -nos indicaba en sus postulados la Falange de José Antonio Primo de Rivera, siendo luego slogan primordial en nuestra larga dictadura- es una unidad de destino en lo universal”. Pero cuando, de niño, yo lo recitaba de carrerilla en la escuela, solo veía un destino universal entre mis amigos y sus familiares: la emigración que iba diezmando nuestros pueblos y que extendió ese destino totalizador a las naciones más prósperas de Europa, como lo llevó mi abuelo a la Argentina a principios del siglo XX, en aquella tremenda emigración transatlántica.
De adolescente se me pegó como lapa esa canción de Jacinto Guerrero, compuesta en 1927, que a los que veíamos el servicio militar cercano nos llenaba de chispas la mirada: “Soldadito español, soldadito valiente/ el orgullo del sol,/ es besarte en la frente”. Sí, se refería a aquellos pobres reclutas que marcharon a finales del siglo XIX a morir en las maniguas de Cuba y Filipinas hasta el desastre del 98, y a los que a principios de siglo XX, hasta el momento de la composición de estos versos, dejaban el pellejo en Marruecos, en aquellos terribles enfrentamientos con los rifeños. ¡Lástima que ese orgullo no se extendiera también a los que tenían unos padres que se podían permitir el lujo de librarlos de tan alto honor, pagando una subidas cantidades dinerarias para librarlos del servicio militar en los morideros del mundo!
Luego, cuando hice la “mili”, obligatoria, en el arma de Aviación, nos enseñaron a gritar más que cantar: “Volad, alas gloriosas de España,/ estrellas de un cielo radiante de sol./ Escribid sobre el viento la hazaña,/ la gloria infinita de ser español”. Pero mis compañeros y yo únicamente volábamos encima de los apestosos camiones que recogían la basura del cuartel y de las residencias de suboficiales y oficiales de las Palmas de Gran Canarias. En consecuencia, nunca pudimos sentir “la gloria infinita de ser español” de los versos de José María Pemán, sino unas enormes arcadas por lo pestilente de los restos putrefactos de pescado del rancho y los violentos volantazos del conductor del camión.
Después, en aquellos años “revolucionarios” de los comienzos de la democracia, nos emborrachábamos de “internacionalismo proletario” y no queríamos ni oír hablar de patrias, pues qué tenían que ver los jornaleros extremeños y andaluces con los terratenientes absentistas de sus regiones respectivas; qué un minero asturiano con el empresario ovetense de las minas de carbón, o un fundidor de Vizcaya con el dueño de la siderurgia, por muy de la ría de Bilbao que éste fuera.
¿Y no es cierto que un aldeano extremeño de la Raya puede encontrarse más cercano a otro de Alentejo que a uno de Galicia; o el alentejano con él en vez de con otro de la región de Minho?
Entonces, ¿qué es España? Y ¿qué es lo español? ¿Qué es cada cosa, aparte de lo administrativo y legalmente establecido? ¿Y cómo es de inamovible todo ello, habida cuenta de los cambios de tantas cosas, conceptos, concepciones, territorios,  a lo largo de la historia? A lo mejor “de mayor” consigo contestar a estas preguntas tan difíciles ahora para mí.

2 comentarios:

  1. Las respuestas a estas preguntas se obtienen preguntando a los extranjeros más que los españoles. Es curioso pero a unos catalanes y a mi, que soy extremeño, nos percibían igualmente, como españoles, en Berlín.

    Faustino Hermoso

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  2. Difícil respuesta a la pregunta sobre el ser español, que afinidades nos unen, un territorio unido por imperdibles?, quizá, una cultura en la que alguien pretende enraizar la fiesta nacional, y elevarla al rango de patrimonio inmaterial de la humanidad?, seguro que no, el castellano esa hermosa lengua oficial? seguro que no, los que hablamos vascuence, catalán o gallego no somos oficialmente españoles, es posible que no en espíritu. Hay demasiados agravios en este país para que mucha gente podamos sentirlo como nuestro, te lo dice un aragonés catalonoparlante que sabe que es ser agraviado en su región, por su gobierno por algo tan fútil y tan importante a la vez como es la lengua.

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