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lunes, 13 de mayo de 2013


LA ESCLAVITUD DEL JUBILADO
Moisés Cayetano Rosado
Al jubilado se le suelen encomendar las tareas más variopintas “para que no se aburra”. “Mira qué bien  -le dicen-, así te distraerás”, y le endilgan a los nietos pequeños, berreando, pateando sofás, alfombras y barrigas, porque los padres tienen mayores compromisos. “Vienes por la mañana y así te pasará el tiempo volando”, y ha de atender a los más mayores todavía, que no están sino para que recompongas su esqueleto como a un puzle, en tanto el tiempo pasa lento como tortugas en invierno.
¡Los jubilados! Hacen recados. Son reyes de las bolsas, de las cestas de compra. Emperadores de los encargos y los trámites. Dioses de los remedios. Y se erigen en todoterrenos del taxi para la familia entera, de la asistencia de ayuda a domicilio, de la actuación en primeros, segundos, terceros auxilios… O sea, que valen para un derecho y para un torcido; para lo que los otros, tan ocupados, no pueden realizar. ¡Buenas tareas, sin duda, nobles y hasta satisfactorias, siempre que no sean ataduras que aprisionan hasta clavarse en carne viva!
Y es que este esclavo dinámico y moderno tiene labores que no admiten demora y por estos nuevos compromisos deberá abandonar. Así: levantarse más tarde, porque ya durante muchos decenios madrugaría en exceso; pasear, ir al gimnasio, para contrarrestar la degradación natural del organismo; leer lo que aplazó una y otra vez, apilando libros sin ojear en las estanterías; ver tantas películas que dejó para momento mejor; escuchar esos conciertos que tanto le hubiera gustado oír en ocasiones anteriores imposibles; viajar a los múltiples -cercanos, medianos y lejanos- lugares a donde antes no pudo ir, y todavía podría medianamente “patearlos”… Involucrarse en lo que le fue antes tan dificultoso: asociaciones de vecinos, culturales, sociales, artísticas, recreativas, lúdicas, políticas, sindicales… Dar rienda suelta a su creatividad de -pongamos- pintor, escultor, escritor, bailarín, guitarrista, cantante de ópera, flamenco, tango o fado, como solista, como integrante de corales… ¡O jugador de cartas y dominó! Enrolarse como guía turístico voluntario por los monumentos y valores ecológicos de su población. Pescar; hacer ganchillo y croquetas, tortillas de espárragos y ensaladas con pimientos del piquillo; jugar a la petanca o a los bolos. Volver a los estudios en la Universidad de los Mayores, o en la “Universidad de toda la vida” o en las clases de alfabetización, la escuela de idioma o de los “ligues variados”. Ver el progreso de las obras públicas contratadas por el Ayuntamiento; los pases de modelos específicamente preparados para los de su estatus, venta de mantas, cacerolas, nuevas ollas a presión, con el viajecito de compensación en un “todo incluido”…
¿Cuándo comprenderemos que el oficio de jubilado tiene tantas tareas por atender que lo que realmente le va a faltar es tiempo para el aburrimiento, y que lo necesita para disfrutar plenamente de la alegría de vivir?

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