OTRA VUELTA DE TUERCA EN LA
EMIGRACIÓN
Moisés Cayetano Rosado
Los
países mediterráneos hemos sido históricamente territorios de intensos
movimientos de población. De migraciones que en el fondo tenían una motivación
común y profunda: la necesidad de encontrar una tierra de promisión, un lugar
donde vivir sin las extremas necesidad que impulsan a buscar suerte en un lugar
distinto al de partida.
De ahí
nuestra variedad étnica, nuestra diversidad cultural, social, artística,
material. Y de ahí nuestra presencia por todos los rincones del planeta, que en
el caso concreto de España y Portugal nos llevó a una representación inigualada
en América, donde siguen viviendo tantos de nuestros compatriotas y
descendientes.
Por lo
que respecta al período de posguerra, tras la convulsa II Guerra Mundial, el
destino de nuestra diáspora cambió, llevándonos fundamentalmente a Europa,
además de a movimientos demográficos internos -del campo a la ciudad, del
interior a la costa-. En el caso de regiones como Alentejo en Portugal y
Extremadura en España, supuso el trasvase de casi el 50% de su población, o
sea, la pérdida de la mitad de sus habitantes, desde 1955 a 1975, en que se
detuvo el proceso a causa de la Crisis Mundial de 1973.
Más de
dos millones de españoles y un millón y medio de portugueses marcharon a
Centroeuropa entre 1960 y 1975, lo que supuso a uno y otro el 6% y el 16’5% de
su población. Además, para esa fecha, quedaban en Argentina 1.300.000 españoles
y en Brasil 950.000 portugueses.
En
cuanto a las dos regiones mencionadas -que fueron los casos más extremos- ,
extremeños en el resto de España eran por ese tiempo más de 800.000 y
alentejanos 400.000; quedaban en sus regiones poco más de 1.000.000 y 500.000
respectivamente. Con el agravante que los emigrantes eran personas jóvenes en
edad productiva y reproductiva, con lo que el crecimiento vegetativo de los que
marcharon fue mucho mayor que el de los que quedaron; así, se puede concluir
que ellos y sus descendientes suponen tantos habitantes como la población residente.
Pasada
la Crisis del 73, asistimos a un fenómeno nuevo en nuestra Edad Contemporánea:
la recepción de emigrantes del exterior en nuestro suelo, en cantidades
masivas. Así, España pasa a tener de 198.000 emigrantes regularizados en 1981 a
5.750.000 en 2010 (el 12’5% de sus habitantes), momento culmen del proceso y a
partir del cual comienza la cifra a descender paulatinamente, a resultas de la
nueva crisis mundial del momento. En Portugal había 54.000 inmigrantes en 1981,
que pasan a 455.000 en 2009 (el 4’3% de su población), fecha a partir de la
cual descienden por la misma causa.
Procedían
los asentados en España fundamentalmente de Rumanía (850.000 en 2011, el
14’8%), Marruecos (770.000, el 13’4%) y Ecuador (360.000, el 6’3%). En
Portugal, de Brasil (120.000, el 30%), Ucrania (50.000, el 11’2%) y Cabo Verde
(44.000, el 10%).
Incluso
las regiones más castigadas en los años del desarrollismo europeo (1960-75, esa
época de planificación desigual, especulativa y dilapidadora de recursos
limitados) también recibieron trabajadores de fuera, aunque en proporciones
menores, cual es el caso de Extremadura y Alentejo, con 50.000 la primera y menos de la mitad la
segunda.
¿Con
qué nos encontramos hoy día? Con un nuevo proceso: un crecimiento del paro y
unas expectativas de futuro extremadamente pesimista, que están llevando a
muchos inmigrantes a regresar a sus lugares de origen, y un “nuevo proyecto
migratorio” para nuestros jóvenes que ven su posible salida laboral de nuevo en
Centroeuropa, además de Canadá o Brasil, e incluso en lugares tan apartados
como el Este asiático.
¿Diferencia?
Ahora hablamos de jóvenes más preparados, cualificados técnicamente, con
dominio de idiomas en gran parte, que buscan una salida laboral en su profesión
o similares, o incluso “en lo que sea”. Pero aun así, las posibilidades de una
solución satisfactoria son hoy por hoy una utopía, con escasas ofertas, muy por
debajo de las expectativas y contrataciones inestables. En ese sentido, el
“bloqueo migratorio” se nos presenta como una particularidad nueva e imprevisible.
Es otra vuelta de tuerca en este “tornillo sin fin” de nuestro constante vaivén
de emigración-inmigración, en la que los orígenes y destinos se hunden en la
nebulosa de un tiempo en que parece que hemos perdido la partida. ¿Acaso ha
llegado la hora de los países del Extremo Oriente, a cuyos emigrantes que en el
siglo XIX engañaban en América como “a chinos” y han despertado como un dragón
durmiente al que le llegó la hora del dominio?
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