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lunes, 28 de octubre de 2013

ARTE RELIGIOSO EN EL INICIO DEL CAMINO DE SANTIAGO (I)
 
Moisés Cayetano Rosado
El Camino de Santiago es un tesoro natural y artístico de orden monumental. Los paisajes montañosos de los Pirineos y el norte de la Península ibérica constituyen un recreo extraordinario para todos los sentidos; el arte derramado por campos, pueblos y ciudades -arquitectónico, escultórico, pictórico…-, un tesoro difícil de igualar. No en vano la UNESCO declaró al Camino Patrimonio de la Humanidad en 1993, reafirmando al francés en 1998.
Y en el sur de Francia, al borde de los Pirineos, comenzamos un breve recorrido por el inicio del Camino de Santiago. En Saint-Jean-de-Port, poco más debajo de donde confluyen las tres grandes vías de peregrinaje, de Tours, Puy y Vézelay.
Iglesia de Notre-Dame, de St. Jean-Pied-de-Port
Me impresionan su cerca medieval, sus refuerzos artillados, la ciudadela del siglo XVII; pero como ahora vamos mirando el arte religioso, hemos de apuntar su Iglesia de Notre-Dame, al lado del puente que da acceso al barrio extramuros de los españoles. ¡Magnífica iglesia y magníficas vidrieras que alumbran la penumbra de un interior gótico triunfal! El mensaje de las vidrieras acompasa el contenido con su luminosidad, como un guiño de cercanía a lo divino.
Iglesia Sta. Mª la Real. Sangüesa (Navarra)
Pasando Roncesvalles, resulta difícil la elección de paisajes y lugares. ¡Ah!, esos templos románicos, rematados en empinados góticos, como la Iglesia de Santa María la Real, de Sangüesa, con sus tres ábsides que la abrazan por detrás, su magnífica portada mostrando el Juicio Final y el triunfo de Cristo, su torre que parece la del Homenaje de un castillo, con remate en pirámide afilada…
Y tantas veces, a su lado, los claustros airosos, impresionantes en su sosiego, sus arcadas sobrias en unas ocasiones y recargadas de puntillas de piedras en otras, desde el románico austero al gótico florido, con remates a veces del Renacimiento y Manierismo.
Claustro del Monasterio de Irache. Ayegui (Navarra)
Se me queda grabado el del Monasterio de Irache, en Ayegui, sencillo en sus arcadas apuntadas, apoyadas en pilares octogonales, con resaltados contrafuertes  y  sobreclaustro manierista. No es el más espectacular, pero su placidez, el ligero abandono de sus instalaciones, que recorremos al detalle en las partes incluso no ofrecidas al público, nos llaman especialmente la atención.
Y al lado, Estella, todo un derroche urbano de belleza, acentuado en sus iglesias, entre las que es difícil escoger. Pero me quedo con el tímpano de la portada de la del Santo Sepulcro, llena de movimiento en sus escenas. Abajo, se representa la Última Cena, donde no falta detalle ni en los gestos significativos de los trece personajes, ni en las comidas sobre el mantel o los pliegues de éste, que caen entre fruncidos espectaculares, dejando no obstante ver los pies de todos los comensales; al medio, la Resurrección de Cristo y su Descenso a los Infiernos, magistral puesta en escena del milagro divino y el terror de las condenas; arriba, curiosa Crucifixión, algo más arcaizante, jerárquica en la presentación de personajes, con los dos ladrones pequeñitos a ambos lados y Cristo al medio, martirizado por sayones y asistido por la Virgen y San Juan.
Tímpano Iglesia Santo Sepulcro. Estella (Navarra)
¡Cómo se les mostraría, cómo se explicaría todo este conjunto doloroso y a la vez triunfal a los fervientes peregrinos, con esa advertencia fatal de las entrañas del infierno!  No falta ni un detalle para sobrecogerse: unos de miedo y otros, ahora, de admiración ante una obra tan completa. Ese modelo de portadas, de tímpanos, nos irá acompañando en todo lo largo del Camino.
Retablo gótico de Santo Tomás. 1507. Catedral de Pamplona
Acaso, tras este sobresalto, habría que encaminarse hacia Pamplona, y visitar su portentosa catedral, de la que quiero recordar, puntualmente, entre sus muchas joyas -inabarcables por su enorme grandeza-, el retablo gótico de Santo Tomás. Toda una filigrana de molduras, con el Santo y Cristo -paciente ante su incredulidad- en el centro, en tallas hermosísimas, con su alarde de pliegues dorados de los mantos. Y rodeándolo, las tablas historiadas, resumida al completo -de principio a fin- su vida y su mensaje.
Desde ese borde sur francés hasta Navarra, nos habremos asomado brevemente a un ápice de su tesoro artístico, para probar lo que, acercándonos, constituye un derroche de arte y de creatividad que merece ver y volver una vez y otra sobre él. ¡Ánimo y a descubrir lo que aquí únicamente se señala!



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