OLIVENZA/OLIVENÇA, LA ESENCIA DE LO TRANSFRONTERIZO
Moisés Cayetano Rosado
Olivenza es el abrazo de las culturas
hispano-portuguesas -y más en concreto extremeño-alentejana- llevadas al
extremo, al acertado extremo de lo sincrético, elevado a la categoría de
arte en cada rincón y, por supuesto, en cada monumento.
Desde
que divisamos la ciudad, se llegue a ella por donde sea, ya nos sobrecoge su
estampa cincelada a lo largo del tiempo, presidida por la imponente Torre del Homenaje de su castillo de los siglos XIV y
XV, mandada a construir por el rey D. Juan II de Portugal. Conforme nos
acercamos, los lienzos de muralla, de perímetro ovalado, los baluartes y la magnífica puerta del Calvario, de los siglos XVII
y XVIII, nos delatan la relevancia militar y su papel en las continuas
guerras de frontera.
Fundada en el siglo XIII por la Orden del
Temple, Olivenza -la Olivença portuguesa- guarda en su trazado el
recuerdo medieval de rincones, calles serpenteantes, plazuelas, pasadizos
volados, rejas en ventanales y balcones, blancura en las paredes, rojo de
arcilla en los tejados.
El recio castillo hace las delicias de los
visitantes, subiendo la rampa de su Torre, tan cuidadosamente rematada en
sus corredores, ventanales, estancias interiores, terrazas, miradores). Su
espacioso patio; las construcciones anexas de la Panadería del Rey -actual
Museo Etnográfico “González Santana”, uno de los más completos de la
Península-, y al exterior las puertas de Alconchel y la de los Ángeles,
conforman un espacio histórico
tardomedieval de alta calidad artística. Todo ello, bien rehabilitado,
atendido y ofrecido al visitante.
Al
lado mismo, tenemos la Iglesia de Santa
María del Castillo, renacentista, realizada en los s. XVI y XVII sobre otra
anterior del XIII, con bellísima
azulejería barroca policromada, y a pocos pasos la de La Magdalena, ligeramente anterior en el tiempo, manuelina,
majestuosa en sus inusitadas columnas retorcidas, su altísima bóveda
estrellada de la nave central, sus altares barrocos, la excelente azulejería.
Y
sin habernos sobrepuesto de tanta grandeza, nos topamos con el actual Ayuntamiento, antiguo Palacio de los Duques
de Cadaval, cuya puerta de entrada, recargada, espectacularmente manuelina,
es estampa conocida en medio mundo.
Podemos
seguir admirando palacios, casonas, cuarteles, conventos (en la capilla de la Casa de Misericordia se
encuentra el mejor ejemplo de azulejería
portuguesa, con historias del Antiguo y Nuevo Testamento), plazas y paseos.
Nuevos jardines centrales y de barrios, trazados con maestría. Casitas que nos
confunden: (¿estamos en Alentejo?), con sus fachadas bajas y chimeneas de tiro
gigante...
Podemos
perdernos revisando la magnífica Biblioteca
de Estudios Portugueses y la de Estudios Ibéricos que el Ayuntamiento,
gracias al tesón de su bibliotecario, Luis Limpo, ha logrado reunir. Sin duda,
nos encontramos ante un extraordinario patrimonio, que debería serlo “de la
Humanidad”.
Pero Olivenza también
ofrece una rica cocina con la que
animarnos el estómago, parte esencial de los viajes: cocido y caldereta
extremeños, guisos de caza menor y mayor, así como su envidiable repostería, en
la que destacan las tartas de almendra, los pasteles de higo y de bellota, pero
sobretodo la técula-mécula,
que muchos quieren imitar en Extremadura y Alentejo sin conseguir el especial
sabor, la peculiar textura que aquí se le da, sobre todo en la Pastelería
Fuentes.
Por si fuera poco, la amabilidad de la gente, su serena
amistad y ese acento único de matices portugueses y “manto” extremeño, tan
cantarín, tan alargado y silbante en las vocales, nos acabarán por conquistar
sin otras condiciones.
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