DE MONSANTO A CASTELO NOVO:
DIAMANTES EN ESTADO PURO
Moisés Cayetano Rosado
Cuando uno cree que ya nada puede sorprenderle en este
mundo indescriptible de la Raya, toma la falda sur de la Reserva Natural de la Serra
de Malcata y baja hasta Monsanto. ¿Fue todo a la vez, granito en bolos gigantescos y caserones igualmente de
granito, confundidos en un levantamiento simultáneo?
Esas calles que
ascienden y retuercen quebradas plataformas donde brilla el cuarzo, ¿no son
también obra de la naturaleza, soberbia, gigantesca en los enormes peñascales
de donde se levanta el caserío -como naciendo en sus entrañas- y que lo protege
con exageración por todos lados?
Y la Pousada de Monsanto, tan discreta, de tan
buen gusto, siempre recomendable, ¿no forma parte igualmente de la creación
infinita de los tiempos, como la bruma constante que desdibuja los tejados, en ocasiones tan cercanos de un
lado a otro de la calle que casi se tocan? Y el olor de su cocina, tantas
veces centenaria, de cazuelas de hierro, recipientes de barro, leña y horno de
piedra, arcilla y cal, ¿desde cuándo preside los fogones donde perfuman el aire
con su olor las feijoadas, el cabrito
asado, la perna de borrego o la chafana?
Monsanto es el
resultado de la más delicada y natural confabulación de los dioses y los
hombres, como la muy cercana Penha
García, caserío y roquedo que dominan el barragem de su nombre y
permiten ver hasta las lejanas Serra da Estrela, da Gardunha, da Malcata y
Gata, gozándose de unas puestas de sol inolvidables.
O como la vecina Idanha-a-Velha,
hoy mínimo pueblecito, que en su momento
fuera importante ciudad romana, núcleo visigótico, fortificación árabe y sede
episcopal en el siglo XII, de lo que conserva importantes vestigios:
lápidas romanas, baptisterio paleo-cristiano, muralla medieval, sin olvidar su
castillo (como las otras dos poblaciones). En la villa, podemos adquirir recuerdos
artesanales de excelente gusto, que rememoran su pasado glorioso.
Las tres poblaciones forman un triángulo isósceles, de
apenas 14 kms. entre sus tres lados, donde dan ganas de perderse, de
confundirse entre el boscaje y las piedras monumentales, que invitan al paseo sin prisas, sosegado,
siempre reparador.
Pero si nos desviamos ligeramente hacia el oeste,
tampoco iremos mal encaminados. En los soberbios contrafuertes orientales de la
Serra da Gardunha hay un nuevo
conjunto de pequeñitas poblaciones que van a conquistarnos. Destacaremos
Alpedrinha y Castelo Novo, al pie casi de la carretera que desde el norte
alentejano y Castelo Branco llevan al cuadrante nororiental de Portugal.
Otra vez castillos, casonas, granito en paredones
imponentes, agua y verdor, nos acompañan, como sustituyendo a una población
que escasea y envejece. Todo son aldeas detenidas en la historia, en su
gloriosa historia medieval, y preservadas aún de la avaricia de un descontrolado
turismo de consumo novedoso.
El silencio predomina, junto al levísimo sonido
permanente del aleteo de las bandadas de pájaros y algunas aves de rapiña. Y siempre encontraremos una tasquinha,
un mínimo restaurante donde degustar la cocina tradicional heredada de la
mezcla de civilizaciones que por aquí se han superpuesto.
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