OS DEJO MI
PALABRA
Moisés
Cayetano Rosado
La Editora Regional de Extremadura saca en su
Serie Rescate un libro singular, emotivo, justo y necesario: La antología poética de Pedro Belloso
Rodríguez, fallecido hace una década, cuando preparaba precisamente los
poemas de esta obra.
Se trata de un libro singular porque hace tiempo no tenemos la oportunidad de leer
poemas que nos trasladen a las postrimerías de la “poesía social”, que hizo su
furor en España en los años cincuenta y sesenta; en Extremadura se mantuvo con
fuerza en la década de los setenta e incluso en parte de los años ochenta. No
podemos olvidar a sus máximos representantes regionales: Manuel Pacheco y Luis
Álvarez Lencero, pero tras ellos hubo un gran número de poetas. Algunos dieron
en hablar de “la generación del 75” (bajo idea de Francisco Lebrato Fuentes);
yo siempre he preferido denominarlo “Movimiento poético del 75”, pues la
proliferación de recitales de ese año no tiene parangón, llenando plazas,
salones, cines… de personas expectantes ante poetas que en sus versos
denunciaban las múltiples injusticias del mundo y de la cercanía.
Es un libro
emotivo, porque sus versos no pueden dejar indiferente a nadie, en su
mensaje tan pegado a la tierra, al hombre que sufre, al niño que desde muy
pequeño lucha por ganarse la vida, a los pueblos olvidados, al campesino tan
desposeído, a la dureza física y social del entorno en que el poeta se
desenvolvió.
Es
justo que se publique, porque en vida no se le apoyó
suficientemente por parte de las instituciones que podían haberle publicado, y
a las que lo solicitó él mismo antes de recurrir a la autoedición. Ahora se le
rinde este homenaje póstumo dignamente presentado, con una introducción de
Ignacio Pavón Soldevila, de unas setenta páginas, en que recorre los avatares
de su vida, sus inquietudes y la repercusión de su obra, recurriendo a
testimonios epistolares y publicados en periódicos y revistas de la época. El
editor desempolva críticas y comentarios que nos resultan agridulces; lo
primero, al recordar el tiempo que nos ha ido avasallando y reduciendo a
recuerdos, con muchos muertos de por medio, y lo segundo, porque en el fondo
comprobamos que Pedro Belloso estuvo “arropado” por buen número de amigos
poetas y críticos que supieron valorar y admirar su obra.
Y es
necesario que se dé a la luz, porque cuando tanto se desprecia por parte de
algunos lo que dimos en llamar “poesía social” o “poesía de compromiso” -a la
que se tilda de falta de calidad-, este libro nos muestra la altura de unos
versos que rompen con los tópicos.
La antología presenta cincuenta y cinco poemas
de distinta extensión, libres de rima en su mayoría, pero con ritmo y cadencia
musical en las composiciones. Desde las primeras, de 1957 a las últimas, de 1992.
Los títulos de los libros de origen son en sí
altamente significativos, destacando por su compromiso Hombres de barro (“Le
sellaron los labios con decretos;/ segaron sus palabras./ Pero habló el
corazón. Y desde entonces,/ ardiendo está su casa”), Campo y pueblo (“Apenas
era un niño y ya tenía/ todo el campo metido en sus palabras./ Cuando pedía
pan, dejaba un eco/ de trigal resonando en su garganta;/ y si decía ‘padre’,
era un aroma/ de yunta con arado y madrugada.”), Entre encinas (“El
silencio en mi cantar/ es largo compás de espera./ Vivir también es callar,/
igual que la sementera”).
Y es que Pedro Belloso era un hombre unido al
terruño, al pueblo sencillo, a la gente sufriente y laboriosa. Poeta muy en la
línea de los grandes del siglo XX, como Miguel Hernández o Federico García
Lorca; también de Gerardo Diego -con el que sostuvo correspondencia epistolar-
o Dámaso Alonso. Hombre lleno de compromiso, apegado a lo rural (“Era la gran
ciudad. Tenía el cielo/ enfermo de tristeza por el humo./ Nadie hablaba con nadie
y, sin embargo,/ era un enjambre loco de ruidos”, escribe en su “Salmo 12” del
poemario “Salterio de mis horas”).
Lo traté muchas veces en mi casa, a donde iba
con sus versos y sus inquietudes, tras haberle publicado su primer libro en la
Editorial Esquina Viva, que fundamos a finales de los años ochenta un grupo de
poetas extremeños. Se lamentaba de la falta de atención de las instituciones,
del desamparo del poeta solitario y perdido en los pueblos de nuestra
Extremadura.
Hoy le hubiera gustado ver su antología
publicada, bien impresa, hermosamente ilustrada por su sobrino Isidro Belloso
Sánchez, que ha sabido captar el paisaje extremeño desde el mensaje de su tío,
el sacerdote-poeta Pedro Belloso, testigo de su tiempo, defensor del hombre, de
aquellos desvalidos que le rodeaban, de la belleza silenciosa de un paisaje
hermoso y duro que nunca quiso abandonar: “He salido a la calle. Me sorprendo/
rezándole a una nube de mi aldea/ por las grandes ciudades que no huelen/ a pan
recién cocido”, escribía en “El pan nuestro de cada día”, de “Calle y camino”.
Camino sencillo y sublime que nos invita a recorrer en estos poemas, que son un
bálsamo y una fuente de arte y vida para todos.
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