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lunes, 15 de junio de 2015

DE LEÓN A VILLAFRANCA DEL BIERZO, POR EL CAMINO DE SANTIAGO (y II)
(De la Cruz de Ferro a Villafranca del Bierzo)
Moisés Cayetano Rosado
Atrás y adelante, otros pueblos dignos de visitar, como es el caso de Santiago de Peñalva, veintitantos kilómetros al oeste de la Cruz de Ferro. Ligeramente desviado del Camino oficial, pero que merece ir a pasear por sus calles silenciosas; disfrutar de su impecable empedrado; los muros de pizarra y cuarcita; los balcones corridos de madera, esos aleros tan sobresalientes; su iglesia mozárabe del siglo X, con doble arco de herradura en la entrada, airosamente sostenido sobre tres columnas de mármol.
Cercanos valles nivales remarcan la “U” del modelado de su roca caliza, ligeramente excavada en pico al medio por la acción de los torrentes…; hendiduras “pintadas” de marrón, verde y amarillo (tierra, ramaje y flores). Ese agua que corta la tierra, corriendo impetuosa, dejando a la vista las raíces de árboles portentosos…
Estamos en pleno Valle del Silencio. De él se cuenta una leyenda, con variantes según la inspiración: en el siglo X, San Genadio, que había fundado allí un oratorio, estaba meditando en su cueva, pero el murmullo del río no le permitía concentrarse, por lo que golpeando con su cayado dijo: “¡cállate!”, y el río dejó de hacer ruido.
Un poco más adelante, aún desviados del Camino de los peregrinos, en el borde occidental de los Montes Aquilanos, llegamos a Las Médulas. Fue la mayor explotación de oro a cielo abierto del Imperio romano y  en 1997 sería reconocida como Patrimonio de la Humanidad -cuatro años después que lo fuera el Camino que estamos parcialmente recorriendo-. Después de tres siglos de explotación, el paisaje que nos ha quedado resulta sobrecogedor: esos enormes picachos de arena y conglomerados rojizos se alzan en una enorme extensión sobre un “mar vegetal” que a duras penas consigue colonizar algunas de sus laderas menos empinadas. Espectáculo grandioso a todas horas por los efectos cambiantes de la luz en sus enormes paredones multiformes, en sus “muñones” provocados por la acción del agua llevada por inmensos canales de conducción con pendiente de entre el 0’6 y el 1% a lo largo de 300 kilómetros anillando y perforando montañas, para cribar el oro.
Subiendo al noreste, volvemos de nuevo al pleno Camino de Santiago, esta vez en la ciudad de Ponferrada. Buena zona ésta -hasta nuestro punto final en Villafranca del Bierzo- para reponer fuerzas tomando un “botillo”, plato típico del Bierzo, muy parecido (aunque cambia la denominación y ligeramente el contenido y preparación) al que podemos tomar en toda la Raya/Raia hispano-portuguesa entre las regiones de Galicia, León/Castilla y Extremadura por la parte española y Minho, Tras-os-Montes, Beiras y Alentejo por la portuguesa: diversas piezas del cerdo, troceadas (fundamentalmente costilla, rabo, espinazo y otras), adobadas con sal, pimentón, ajo y otras especias naturales, se embuten en el ciego del cerdo, ahumándose para su curación; se sirve con algún otro embutido, como chorizo, y coles con patatas cocidas.
Tan “explosiva” comida debe ser acompañada de un “pan de pueblo” -hogaza de trigo hecha en horno de leña-, al que podemos “añadir” su vino tinto, espeso, aunque no está nada mal la cerveza fresca, “sin pasteurizar”, como anuncian en el bar-restaurante “El Casino”, de Villafranca del Bierzo. No deben faltar las cerezas de la zona, que son una tentación al alcance del brazo en las carreteras del Bierzo.
Repuestas las fuerzas, Ponferrada nos ofrece el regalo de su extraordinario castillo templario. Una cerca inicial de canto y barro del siglo XI, sobre primitivo poblamiento de la Edad del Hierro, fue reforzada por los Templarios a cal y canto en el siglo XIII. Confiscada en el siglo siguiente, su nuevo poseedor -Pedro Fernández de Castro- levantó un primer castillo (Castillo Viejo). En el siglo XV, con otros propietarios -Duque de Arjona y Conde de Lemos- se levantan nuevas estancias en otro extremo de la cerca (Castillo Nuevo), conformándose así una compleja fortaleza, que hoy admiramos en todos estos elementos, externamente protegidos en parte por doble muralla, foso y barbacana. Diversos museos y un callejero tortuoso lleno de caserones, palacetes y palacios magníficos completan una oferta tentadora, por donde deambulamos turistas, visitantes y peregrinos, camino de Villafranca.
Y en Villafranca del Bierzo, nuevamente un “derroche” patrimonial nos espera: iglesia románica de Santiago; convento de San Francisco con portada románica e interiores góticos (donde se encuentro la sencilla sepultura del escritor Enrique Gil y Carrasco, autor de la mítica novela “El señor de Bembibre” -una de las mejores novelas históricas españolas, ambientada en el siglo XIV, con el enfrentamiento entre  órdenes militares/religiosas-, escrita cuando el autor apenas tenía 28 años); convento de la Anunciada, del siglo XVII; inacabada colegiata de Santa María, con elementos góticos, herrerianos y platerescos;  castillo-palacio de finales del siglo XV…

A cuatro kilómetros al sur de Villafranca se encuentra Corullón, otro de estos pueblos que merecen una visita reposada. Rodeado de exuberante vegetación (una vez más con las tentadoras cerezas…), conserva un castillo del siglo XV y dos deliciosas iglesias románicas (de San Esteban y San Miguel, de los siglos XI y XII respectivamente), en las que destacan artísticamente sus portadas y, en especial, sus canecillos, labrados con pericia y malicia, pues en varios de ellos sus posturas y órganos sexuales al desnudo, de generosas dimensiones y descarada exposición, sorprenden al visitante. Supongo que más de uno los llevará… en su conciencia, para bien o para mal, hasta recalar en Santiago.

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