DE LEÓN A
VILLAFRANCA DEL BIERZO, POR EL CAMINO DE SANTIAGO (y II)
(De la Cruz de
Ferro a Villafranca del Bierzo)
Moisés Cayetano
Rosado
Atrás y adelante, otros pueblos dignos de
visitar, como es el caso de Santiago de
Peñalva, veintitantos kilómetros al oeste de la Cruz de Ferro. Ligeramente
desviado del Camino oficial, pero que merece ir a pasear por sus calles
silenciosas; disfrutar de su impecable empedrado; los muros de pizarra y
cuarcita; los balcones corridos de madera, esos aleros tan sobresalientes; su
iglesia mozárabe del siglo X, con doble arco de herradura en la entrada,
airosamente sostenido sobre tres columnas de mármol.
Cercanos valles
nivales remarcan la “U” del modelado de su roca caliza, ligeramente
excavada en pico al medio por la acción de los torrentes…; hendiduras “pintadas” de marrón, verde y amarillo
(tierra, ramaje y flores). Ese agua que
corta la tierra, corriendo impetuosa, dejando a la vista las raíces de
árboles portentosos…
Estamos en pleno Valle del Silencio. De él se cuenta una leyenda, con variantes
según la inspiración: en el siglo X, San Genadio, que había fundado allí un
oratorio, estaba meditando en su cueva, pero el murmullo del río no le permitía
concentrarse, por lo que golpeando con su cayado dijo: “¡cállate!”, y el río
dejó de hacer ruido.
Un
poco más adelante, aún desviados del Camino de los
peregrinos, en el borde occidental de los Montes Aquilanos, llegamos a Las Médulas. Fue la mayor explotación de oro a cielo abierto
del Imperio romano y en 1997 sería
reconocida como Patrimonio de la Humanidad -cuatro años después que lo fuera el
Camino que estamos parcialmente recorriendo-. Después de tres siglos de
explotación, el paisaje que nos ha quedado resulta sobrecogedor: esos enormes picachos de arena y conglomerados
rojizos se alzan en una enorme extensión sobre un “mar vegetal” que a duras
penas consigue colonizar algunas de sus laderas menos empinadas. Espectáculo
grandioso a todas horas por los efectos cambiantes de la luz en sus enormes
paredones multiformes, en sus “muñones” provocados por la acción del agua
llevada por inmensos canales de conducción con pendiente de entre el 0’6 y el
1% a lo largo de 300 kilómetros anillando y perforando montañas, para cribar el
oro.
Subiendo al noreste, volvemos de nuevo al pleno
Camino de Santiago, esta vez en la ciudad de Ponferrada. Buena zona ésta -hasta
nuestro punto final en Villafranca del Bierzo- para reponer fuerzas tomando un “botillo”, plato típico del Bierzo, muy
parecido (aunque cambia la denominación y ligeramente el contenido y
preparación) al que podemos tomar en toda la Raya/Raia hispano-portuguesa
entre las regiones de Galicia, León/Castilla y Extremadura por la parte
española y Minho, Tras-os-Montes, Beiras y Alentejo por la portuguesa: diversas
piezas del cerdo, troceadas (fundamentalmente costilla, rabo, espinazo y otras),
adobadas con sal, pimentón, ajo y otras especias naturales, se embuten en el
ciego del cerdo, ahumándose para su curación; se sirve con algún otro embutido,
como chorizo, y coles con patatas cocidas.
Tan “explosiva” comida debe ser acompañada de un “pan de pueblo” -hogaza de
trigo hecha en horno de leña-, al que podemos “añadir” su vino tinto, espeso, aunque no está nada mal la cerveza fresca, “sin pasteurizar”, como
anuncian en el bar-restaurante “El Casino”, de Villafranca del Bierzo. No deben faltar las cerezas de la zona,
que son una tentación al alcance del brazo en las carreteras del Bierzo.
Repuestas las fuerzas, Ponferrada nos ofrece el regalo de su extraordinario castillo templario.
Una cerca inicial de canto y barro del siglo XI, sobre primitivo poblamiento de
la Edad del Hierro, fue reforzada por los Templarios a cal y canto en el siglo
XIII. Confiscada en el siglo siguiente, su nuevo poseedor -Pedro Fernández de
Castro- levantó un primer castillo (Castillo
Viejo). En el siglo XV, con otros propietarios -Duque de Arjona y Conde de
Lemos- se levantan nuevas estancias en otro extremo de la cerca (Castillo Nuevo), conformándose así una
compleja fortaleza, que hoy admiramos en todos estos elementos, externamente
protegidos en parte por doble muralla,
foso y barbacana. Diversos museos y un callejero tortuoso lleno de
caserones, palacetes y palacios magníficos completan una oferta tentadora, por
donde deambulamos turistas, visitantes y peregrinos, camino de Villafranca.
Y en Villafranca
del Bierzo, nuevamente un “derroche” patrimonial nos espera: iglesia
románica de Santiago; convento de San Francisco con portada románica e
interiores góticos (donde se encuentro la sencilla sepultura del escritor
Enrique Gil y Carrasco, autor de la mítica novela “El señor de Bembibre” -una
de las mejores novelas históricas españolas, ambientada en el siglo XIV, con el
enfrentamiento entre órdenes
militares/religiosas-, escrita cuando el autor apenas tenía 28 años); convento
de la Anunciada, del siglo XVII; inacabada colegiata de Santa María, con
elementos góticos, herrerianos y platerescos; castillo-palacio de finales del siglo XV…
A
cuatro kilómetros al sur de Villafranca se encuentra Corullón,
otro de estos pueblos que merecen una visita reposada. Rodeado de exuberante
vegetación (una vez más con las tentadoras cerezas…), conserva un castillo del siglo XV y dos deliciosas iglesias románicas
(de San Esteban y San Miguel, de los siglos XI y XII respectivamente), en las
que destacan artísticamente sus portadas y, en especial, sus canecillos, labrados con pericia y malicia,
pues en varios de ellos sus posturas y órganos sexuales al desnudo, de
generosas dimensiones y descarada exposición, sorprenden al visitante.
Supongo que más de uno los llevará… en su conciencia, para bien o para mal,
hasta recalar en Santiago.
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