LO MÁS “VISTO” DE LO MÁS VISITADO EN NÁPOLES, POMPEYA
Y HERCULANO
Moisés Cayetano Rosado
Nápoles está llena de tesoros
sorpresivos.
Auténtica maravilla de ciudad, envuelta en el caos circulatorio y en el
bullicio de un Casco Antiguo fascinante (http://moisescayetanorosado.blogspot.com.es/2016/04/la-magia-denapoles-y-sus-alrededores.html). Lleno todo de grupos juveniles que
deambulan de un sitio para otro, con profesores o por libre, entre los que
destacan los Erasmus, especialmente
españoles, que hablan más alto incluso que los propios napolitanos.
Y a
donde se dirigen, nos dirigimos, prioritariamente, es al Museo Arqueológico, uno de los más interesantes del mundo, gracias
especialmente a los hallazgos de Pompeya y Herculano. Pero… ¿en dónde se agolpa
la mayoría de los ávidos, sedientos consumidores de novedades y cultura? Sin
duda, en el Gabinetto Segreto, tantos años vedado a la inmensa mayoría,
pues solo con permisos especiales se podía entrar; hoy, incluso, los menores de
14 años han de ir acompañados de padres o profesores para hacerlo (o eso dicen,
porque yo no vi control alguno).
¿Y cuál es el imán de dicho Gabinetto? Su extraordinaria colección de
objetos muebles, pinturas murales y esculturas de erotismo crudo, que no conoce cortapisas y que ha sido piedra de
escándalo para gobernantes, jerarquías eclesiásticas y público en general poco
avisado.
No es
para menos, si nos colocamos ante los múltiples amuletos fálicos de exageradas
dimensiones, o ante los maravillosos frescos de sexo explícito que es toda una
lección de métodos y posturas heterosexuales, homosexuales y “bestiales”. Para
mí, por su naturalidad y perfecta ejecución, un plato ático de mediados del siglo V a.C. (de origen desconocido), con
cenefas y figuras ocres, desnudas, en cópula, de remarcados contornos sobre
amplio fondo negro, es una muestra de arte realista preclásico griego
inigualable.
Pero
como “escandaloso”, al mismo tiempo que como muestra de magnífica elaboración, destaca la composición escultórica “Pan,
dios de la Naturaleza fecundando un cabra”: impresionante estudio anatómico
humano y animal, fantástico movimiento barroquizante, expresionista, encuadrado
en una especie de rombo imaginario, de una crudeza erótica inigualable.
¡Cuántas fotos se habrán hecho a todo el Gabinetto, y en
especial a estas dos piezas, que atraen como un imán por su perfección
artística… o por el morbo que provocan!
Mucho de lo que allí se encuentra
procede de Pompeya. Y en Pompeya está
otro reclamo que origina colas de espera como en ninguna otra parte de la
fascinante población arrasada por el Vesubio en el año 79, y de la que lo
que hoy vemos es “foto fija” de cómo era la ciudad romana de hace dos mil años:
urbanismo en cuadrícula, calles de meticulosa composición, redes de
canalización de aguas de consumo y cloacas, fuentes, casas señoriales de patio
porticado central, habitaciones con suelos de mosaicos y paredes con frescos
variados, lugares de uso público oficiales y de diversión, panaderías,
mercados…
¿Pero cuál es ese reclamo de las pacientes colas de curiosos? Pues el
lupanar (el ofrecido al público, de los muchos que debería
haber en su tiempo), en una de sus callejuelas interiores, donde puede visitarse
el piso bajo, con cinco pequeñas habitaciones dotadas de una cama de
mampostería (se supone que se cubriría con cojines y/o colchón) y un “aseo”
común.
En la entrada de cada habitación
hay una pintura mural alusiva a los servicios que allí se prestan, con
descarado desenfado y claro afán “publicitario”; pero al mismo tiempo, ¡cuánta
belleza en el trazado, cuánta delicadeza en el color, el movimiento naturalista
y elegante!
Ahora bien, no todo va por la misma línea cuando vemos las aglomeraciones en
Herculano. Tal vez porque en esta otra mítica ciudad que sufrió el mismo
destino de su vecina no existen vestigios alusivos a las funciones sexuales
anteriores, aunque sí la gran riqueza de lo que vimos en Pompeya, pero en menor
cantidad, pues si la otra sería una población de 20.000 habitantes, ahora
hablaríamos de 5.000.
En Herculano el “morbo” se centra en la zona de cota más baja: lo que
fue la orilla del mar, y en concreto los almacenes del puerto, donde se refugiaron cientos de habitantes, cuando ya la ciudad estaba
condenada a ser sepultada bajo más de veinte metros de piroclastos.
Allí están, apelmazados, intentando defenderse recogiéndose en sí
mismos, en posición fetal, los esqueletos sobrecogedores que contemplamos hoy como si apenas hubieran pasado unas décadas de la
catástrofe: tal es el increíble estado
de conservación.
Eso sí (¡es raro!), no me encontré en ninguno de los tres enclaves con los
“inevitables” grupos e japoneses, cámara en ristre, tan comunes en los
lugares claves del turismo universal.
Excelente roteiro. Magnifica lição.
ResponderEliminarGracias.
Obrigado, Diamantino.
EliminarMuy ameno e instructivo, como siempre Moisés, abrazo desde Argentina.
ResponderEliminarEres muy amable. Un abrazo.
EliminarGracias por la información.
ResponderEliminarNos será útil para este septiembre
Me alegro que así sea.
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