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jueves, 30 de junio de 2016

DE CASTELO BRANCO A PUEBLA DE SANABRIA Y REGRESO (I)
DE CASTELO BRANCO A JERUSALÉM DE ROMEU, PASANDO POR MARIALVA
Castelo Branco. Detalle desde el castillo.
Castelo Branco. Esculturas reales del Jardim Episcopal.
Moisés Cayetano Rosado
Hacía varios años que no pasaba por Castelo Branco y siempre he tenido ganas de volver. Subir a las ruinas de su castillo bajomedieval (templario o de D. Dinis, que defensores de una u otra autoría existen). Ver desde su privilegiada altura el Convento de Nossa Senhora da Graça, del siglo XVI, reconstruido en el XVIII y desde hace más de 180 años sede de la Santa Casa da Misericórdia. Contemplar a su lado el Paço Episcopal, del siglo XVII, que fuera saqueado por las tropas francesas de Junot en 1807. Deslizar la mirada a la derecha, hacia el magnífico Jardim do Paço Episcopal, precioso jardín barroco, con un derroche de fuentes, escalinatas, parterres, setos, azulejería, esculturas, extraordinario: qué curiosas las pequeñas esculturas de los reyes de la dinastía Austria (Felipe I, II y III), así como de su antecesor el Infante D. Henrique, castigado también por propiciar la llegada de los “vecinos invasores”; pequeñas representaciones en granito frente a la grandeza de los demás reyes portugueses.
Jardim episcopal de Castelo Branco.
Desde este privilegiado lugar vemos también la Igreja de S. Miguel (la Sé Catedral), de origen románico, pero reconstruida en los siglos XVII y XVIII con alarde barroco-rococó. Igualmente, queda a nuestros pies el caserío de la ciudad y los alrededores, unos alrededores que nos invitan a seguir el viaje por esta Beira interior que nos reserva tesoros inabarcables. Así, la tentación de desviarnos a las aldeas históricas del este: Medelim, Monsanto, Idanha-a-Velha, Penha Garcia…; bordear la Serra da Estrela, parándonos antes en Castelo Novo y a los pies de la cadena montañosa en Covilha, subiendo por Vale Formoso y Belmonte hasta Guarda (¡no digamos internarnos por Manteiga y su valle glaciar, o bordearla por el noroeste, de pueblecitos deliciosos...
Pero esta vez dejamos atrás estos tesoros, que se multiplican al este y al oeste, para acercarnos hasta un pueblo que aún desconocía, a pesar de haberlo repasado tantas veces en historias, leyendas, estudios, fotos: Marialva, poco antes del Parque Arqueológico do Vale do Côa.
Marialva. Ciudad medieval preservada.
Marialva es una ciudadela medieval fascinante. No perturbada en su esencia por las reconstrucciones que en los años 40 del pasado siglo alteraron la autenticidad e integridad de tantas otras de Portugal, por aquel afán historicista, medievalista ideal de Salazar y sus asesores en patrimonio histórico-monumental. La ciudadela de los siglos XII y XIII, es una estampa ruinosa pero dignísima de lo que sería en los siglos XII y XIII una próspera, rica ciudad reciamente fortificada, sabiamente adaptada a las curvas de nivel del terreno, con plaza central en la que reina el Pelourinho y el silencio de los siglos, Torre del Homenaje con anillo fortificado alrededor y cuatro puertas de entrada, una en cada punto cardinal. La escasa población que la “guarda” está en las faldas del montículo donde se alza esta joya medieval, así como más abajo, acercándose a la carreta que nos lleva a Trás-os-Montes.
Torre del Homenaje de la fortaleza de Marialva.
En alguno de sus pequeños bares-restaurantes podemos saborear los productos de la tierra, queijos, enchidos, ensopados, el bacalhau a que tan aficionados somos “los del interior” y su delicioso “licor de vino” -blanco o tinto-, de leve dulzor y 20º, que nos ofrecen con garantía artesanal los productores.
Y en Trás-os-Montes, antes de llegar a nuestro destino programado (Bragança), nos vamos a acercar también a otra de estas aldeas profundas del interior de Portugal que hasta ahora no había pisado nunca: Jerusalém de Romeu, perdida entre montículos y como olvidada en el silencio de los pocos ancianos que la habitan.
Jerusalém de Romeu. Medievalismo renovado.
El caserío de granito, con los accesos de las casas en alto, llegándose a las puertas desde amplios escalones, se alterna con casas renovadas, producto sin duda de los ahorros de emigrantes que mantienen raíces con su lugar de origen y curan su nostalgia levantando segundas residencias que llenan de vida en las vacaciones estivales. Un mundo de flores, especialmente rosas, constituyen su principal señal de despertar a la vida renovada. De Jerusalém -una de las primeras “aldeias melhoradas” del tiempo de Salazar-, habría que destacar su afamado restaurante “Maria Rita”, que mantiene con celo la tradicional cocina transmontana, y el Museu das Curiosidades, con mobiliario, aparejos agrarios, automóviles antiguos, bicicletas… pacientemente coleccionados por su propietario.

De estas pequeñas aldeas (las visitadas y las insinuadas), y también del mismo Castelo Branco, nos llevamos a Bragança ese silencio de los siglos… que tampoco veremos alterado en el norte transmontano, ni en su vecina -más al norte- zona de Sanabria, a donde nos pensamos dirigir.

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