PASEO POR CENTRO HABANA, EL VEDADO,
CEMENTERIO DE COLÓN Y PLAZA DE LA REVOLUCIÓN
Pensábamos
presentar el libro GUÍA DE LA HABANA (acto con charla, fotos, poemas...) a mediado de octubre, en Badajoz, pero con el
"puente" y otras actividades se nos "ha ido" la fecha.
Hemos de dejarlo para noviembre. En tanto, ahí va otra panorámica de la mítica
ciudad
El Vedado en primer plano. Centro Habana al fondo |
CENTRO HABANA.
Los generales quedan ahí, con sus espadas, con sus revoluciones, con sus
heridas y sus muertes, en tanto bulle la vida hacia el Vedado. Queda también
atrás Centro Habana, ese espacio ignorado del turista, lleno de colas para
todo, de esperas para todo, de ruinas para todo, de belleza vencida, de sueños, de grandeza tan fieramente mutilada. Garganta de paso, grito
auténtico habanero ante el que hacerse el sordo, una vez visitado en sus
límites, al este, el Capitolio, el Centro Gallego y el Paseo de Martí.
EL VEDADO.
Subirás Rampa arriba. Subirás apoyado en hoteles que aprisa se
renuevan, agarran los bolsillos del turista, colorean daguerrotipos y meten danza
y salsa, brillos y sonrisa. Allí tenemos a Coppelia. ¿Hay en el mundo
alguna heladería más adorada que Coppelia? El cubano se engancha a las
esperas en filas apretadas. Soporta el duro sol del mediodía sin la sombra
suave de los flamboyanes, que a esa hora recogen hacia dentro el alivio de sus
ramajes fluorescentes y dan gozo a los que ya penetraron -por riguroso orden-
en el sagrado espacio del jardín que se mantiene cuidado pese a todo. Habrán de
aguardar horas y a ninguno importa. Cantan, bailan, palmean, se lanzan
ocurrencias, inventan nuevos chistes y se ríen: de sí mismos, de todo. Y sin
rencor informan al turista: “usted tiene otra puerta, usted no espera”. Y el
visitante pasa a lo sagrado y tiene espacio propio, una reserva poblada de
sabores, de mesas floreadas, de atentos camareros, de cuentas en dólares, que
son los que dan paso sin cupos ni demora, sin carta cortada, sin espacio
prohibido.
Avenida de los Presidentes, en El Vedado |
¿Por qué esa reserva de caza, ese Vedado de los ricos azucareros
españoles, lleno de palacios y jardines, de escalinatas, columnas, mármol
italiano, boscajes y explanadas, ha sido abandonado a su destino de escombros,
desgarradas ruinas, entre las que de pronto un monumento salvado de este
torcido porvenir nos traslada a los sueños de lo que pudo ser, de lo que fue?
Juegan al dominó envejecidos macheteros en soportales rococós de estuco
derrumbado; venden papaya, mando, tomate, naranja, guarapo y ron mulatas
generosas de carnes y de risas, resguardadas entre arcadas de mármol
florentino; pelotean chiquillos entre antiguos jardines donde reinan todavía
palmas reales en medio de la jungla que de nuevo se alza.
CEMENTERIO DE COLÓN.
Monumento a los Bomberos en el Cementerio de Colón |
Hemos de patear más el Vedado. Su obsesiva cuadrícula. Sus bordes
interiores, el serpenteo interminable de la calle Zapata que nos premia
finalmente con el Cementerio de Colón. ¿Algo más nostálgico que el Cementerio
de Colón, que ese vanidoso y bello, bellísimo cúmulo de mármol de Carrara?
¡Cuánta funeraria monumentalidad! ¡Cuánto héroe caído, cuánto batallador
vigilante allí, vigilado allí entre los próceres del azúcar, sus verdugos!
Este cementerio es un bosque blanco de obeliscos tapados con togas que
descienden a tierra ocultando lo que creció, despuntaba y finalmente, siempre,
fue vencido. Es una muestra de toda la humana vanidad, también de la divina con
tanta imposible resurrección, tanta gloria incumplida: aquellos bomberos
perdidos en su esfuerzo, esos estudiantes masacrados, los caídos asaltantes del
Palacio Presidencial, ¡cuánto vencido para mayor gozo de vídeo repetido que sacaremos
siempre a relucir!
LA PLAZA DE LA REVOLUCIÓN.
Monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución |
Desde allí a la Plaza de la Revolución “José Martí” hay un largo
paseo para el turista de fotos, merengue y salsa. Un corto espacio de
contrastes para el curioso visitante que busca los rincones y las batallas
diarias de la gente. Casas bajas, olvido del asfalto, corrales de gallinas,
perros, muchos perros, coches aún si cabe más desvencijados, bicicletas que
sirven también para gozar -¿de dónde saca el habanero tanta fuerza para la
risa, para la chanza, el desenfado?
Abajo
está la enorme plaza. Solitaria, tras de los rítmicos embarazos de un millón de
personas a pie firme seis, ocho, más horas. Sobrio círculo irregular
achicharrado al sol. Y otra vez esa oferta del maní, oferta del tacón
provocativo y de increíbles taxis: nada delata que lo son.
MOISÉS CAYETANO ROSADO
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