PREGÓN EN EL
HOGAR EXTREMEÑO DE BARCELONA EN SEPTIEMBRE DE 2006
LOS OTROS CONQUISTADORES
(Diez años después del pregón, de nuevo mi homenaje)
A menudo, en actos de exaltación regionalista y de fiestas autonómica,
comarcal, local…, en aperturas o clausuras de actividades culturales, cuando se
trata de bucear en nuestras raíces, en nuestros momentos de gloria, en el
pasado del que enorgullecerse, salta al discurso el tiempo de “los
conquistadores”, aquellos que otros días trunfaron en América según el
verso de Luis Chamizo; los dioses del Conde de Canilleros, o sea, la
lista que encabezan Hernán Cortés y Pizarro, seguida por un buen número de
capitanes atrevidos, que nutren otra relación, interminable, de no menos
arriesgados extremeños, innominados la mayoría, que ayudaron, e incluso más:
hicieron posible, con su contribución imprescindible, el triunfo de la conocida
minoría de la que año tras año vertemos halagos en buen número de nuestras
celebraciones.
Fueron “conquistadores en la sombra” los miles de colonos de aquella
América de la Edad Moderna, la mayoría de los cuales no sólo pasó sin pena ni
gloria por la historia sino con mucha pena y discutida gloria por la vida.
Pero, como en los versos de Bertolt Brecht, las Siete Puertas de Tebas
no las construían sólo los reyes sino los numerosos obreros que pusieron en
ello su sangre y sus sudores, su sacrificio, su existencia; las batallas
no las ganan en exclusiva los generales sino las tropas que están sobre el
terreno en cada enfrentamiento, a pesar de la resonancia de los grandes como Alejandro
Magno, Federico II o los Césares de Roma.
Tesina de licenciatura en Geografía e Historia |
Y así, hoy, cuando haya que evocar las conquistas que desde Extremadura
se emprendieron, se emprenden, no estaría mal que recordáramos a estas masas y
su contribución. En efecto, ¿no ha reparado nadie en esos extremeños -el
cuarenta por ciento de los habitantes que había en la región a mediados del
siglo XX- que marcharon a otras comunidades de España, a los países más
prósperos de Europa Central y Occidental, y allí se asentaron, entre
penalidades, incomprensiones y batallas diarias por el trabajo, la vivienda, el
mínimo bienestar que aquí no habían logrado?
De 1951 a 1975, nuestro saldo migratorio fue de 670.000 personas. Así,
si en 1950 tenía Extremadura 1.365.000 habitantes, en 1975 no llegan más que a
1.066.000, de tal manera que mientras el conjunto de España crecía, pasando de
25.976.000 habitantes en 1950, a 35.471.000 en 1975, nosotros perdíamos lo
mejor de nuestro capital: el humano, en especial jóvenes en edad laboral, de
entre 16 y 40 años en gran parte, dispuestos a producir, quedando la región
envejecida.
Téngase en cuenta esto: de 1960 a 1975, los quince años más duros del
proceso migratorio, la Penillanura del Salor resta el 55’2% de su población; La
Campiña, el 51’63%; Las Villuercas, el 46’61%; la zona de Valencia de
Alcántara, el 44’74%; la Siberia Extremeña, el 43’97%. La pérdida para el
conjunto de Extremadura en esos 15 años fue del 36%,
En el quinquenio más extremo, de 1961 a 1965, cada año perdimos más de
46.000 habitantes, es decir cada año perdíamos casi tantos vecinos como los que
hay en Mérida, o como todos los habitantes que pueblan las Vegas Altas del
Guadiana, con sus 9 pueblos y ciudades más sus pedanías, o el doble de los que
habitan en La Campiña, con sus 18 pueblos y ciudades, o el triple de los que
viven en la comarca de Sierra de Montánchez, de 14 pueblos, o cuatro veces los
que se asientan en la Penillanura del Salor, de 8 pueblos: ¡cada año de ese
fatídico quinquenio! Fijémonos bien: ¡año a año del quinquenio 1961-1965 se
perdían como 32 pueblos del tipo de la Penillanura del Salor, o 42 pueblos como
los de la Sierra de Montánchez! ¿A alguien puede, por tanto, extrañarle que
ahora tengamos los mismos habitantes que en 1925, aunque -eso sí- con unos
índices de ancianidad incomparablemente mayores?
Tesis doctoral en Geografía e Historia |
Sí, se nos fue de Extremadura población necesitada de trabajo, de nuevos
horizontes despejados, de futuro. Como decía Salvador Távora: de aceite
verde/ pa’ echárselo al pan. De un porvenir mejor para los suyos.
¿Y qué es del emigrante hoy en día, treinta, cuarenta, cincuenta años
después de aquella diáspora masiva? Algunos fueron barridos por los tremendos
huracanes de las dificultades, de las incomprensiones, de las durezas de la
emigración incontenida; pero muchos se asentaron con firmeza, prosperando,
consiguiendo para sí y sobre todo para los hijos un porvenir que sólo en la
imaginación expectante se entrevió lejanamente al estar en el lugar de origen.
He conocido, conozco emigrantes que desempeñan altos cargos en la
política, en la administración pública, en las finanzas, en la empresa privada,
en los negocios, en los despachos profesionales, en la Universidad… fuera de
Extremadura. Otros, en puestos medios o discretos, pero enormemente respetados,
considerados, admirados por los que les rodean. Y buen número de ellos, ¡de
vosotros!, son, ¡sois!, (tanto individualmente como a través de eficaces
asociaciones de emigrantes, de las que este Hogar Extremeño de Barcelona es una
de las primeras y de las más destacadas siempre) “embajadores de primera”de la
tierra que les vio nacer y no supo en aquellos tiempos retenerlos. Salieron,
salisteis, a conquistar el pan, el techo para los suyos, para los vuestros, un
porvenir mejor, prosperidad, logrando lo imaginado en sueños casi alocados, ¡y
más!
¿No podemos hablar, entonces, de conquistadores, de “los otros
conquistadores”, los pacíficos, los persistentes, los firmes luchadores del
difícil y etéreo territorio del día a día? Sí, al hablar en fiestas, en las
aperturas y clausuras de acontecimientos reseñables, en actividades de
afirmación regionalista, en actos de reflexión colectiva… de las hazañas de las
que estamos satisfechos, hemos de rememorar las incruentas luchas de estos
cientos de miles de extremeños que se han ganado, que os habéis ganado, un
puesto digno, fructífero, útil para todos, fuera del suelo en que nacieron y
que, como a aquellos de “las Américas”, les vio salir, os vieron salir, porque
-siguiendo lo que escribía Felipe Trigo en “Jarrapellejos”- se estaba tan
mal aquí que nada se perdiera con irse al mismo infierno, en buena parte de
los casos. Y todo ello además con una ventaja impagable por añadidura: están
ahí, siguen, seguís, en contacto con nosotros, perdura el amor en ellos, en
vosotros, y en los hijos, a la tierra de origen, formando parte real de nuestra
comunidad extremeña, que ha de seguir contando con ellos por orgullo, por
solidaridad, por lo que de beneficioso reportan y reportáis a “los de dentro” y
porque es de justicia que mantengamos ese espíritu común que la lejanía no ha
conseguido, con los años, erradicar.
Unidad didáctica para alumnos de Educación Secundaria |
Se ha pagado, sin duda, un alto precio: el desarraigo, el alejamiento de
tantísimos seres queridos, familiares, amigos; cortar con las costumbres, esa
especie de patria inalterable que en el suelo de la infancia, y los recuerdos
siempre revividos, como escribía nuestro paisano Juan Moreno Aragoneses en
1989:
Ecos de campanas,
tambor, banderas, gritos,
el vino de pitarra,
los vivas a ese santo,
las calles empedradas,
las chispas y las voces
de las recién herradas
bestias de sombra y sueño
en esta noche mágica.
Rememoraba, como lo seguiría, seguirá haciendo cada año, la “Carrera de
San Antón” en su Navalvillar de Pela, cuya ausencia tanto le duele. Y así
escribía en 2005:
Otro año más
sin coger el buñuelo.
Otro año más
sin pitarra ni puro,
sin caballo ni hogueras.
O como decía el poeta portugués Teixeira de Pascoais:
Homens, que
trabalhais na minha aldeia!
Como as
árvores, vos sois a Natureza.
E se vos
falta, um dia, o caldo para a ceia
e tendes a
emigrar,
troncos
desarraigados pelo vento
levais terra
pegada ao coração.
Como escribió el poeta de Tomelloso, Eladio Cabañero, emigrado desde su
pueblo (tan añorado siempre) a Madrid:
Miro de lejos,
memoro, nombro, toco oscuro,
oh paredes,
saco a relucir vidas,
materiales, historia
de manera que nadie
equivocado piense
que escribo algún poema
misterioso
sino de alta protesta y de
dolor.
¡Cuánto me acompañaron esos versos cuando yo, con 20 años, vivía,
solitario, fuera de los míos y de lo mío, en Barcelona, al comienzo de los años
setenta! Proseguía el poeta:
Ahora, aquí, tan lejos
de cuando yo dormía echado
hacia el Saliente
filmando versos vírgenes y
oyendo a medianoche
el sueño de los míos en la
casa.
O los de nuestro paisano emeritense Félix Grande:
Ellos duermen allí su
clandestina frustración
se oye roncar de pared a
pared o velar o agitarse
consultar su billetera de
badana reunida con una gomita
manoseando retratos y cartas
de presentación
se sientan sobre la cama
cuyas sábanas envolvieron
oficinistas albañiles
desempleados se sientan y meditan
recuerdan épocas de siembra
el paseo del domingo
la boda antiguo del primo
carnal la yegua muerta
casi hacen bueno lo que fue
sórdido –se apoyan
un poco más en la almohada
alquilada fumando
y memoran los súbitos
abrazos la asustada mujer
los pechos que en su entrega
parecían decir haz fortuna
encuentra trabajo.
Y esa conquista, la del trabajo, y la de la fortuna (en dinero o en la
satisfacción de asentarse con desahogo, recuperar a los suyos, aclarar
porvenires, conquistar una reputación honrada, respetada, admirada, querida,
reconocida y aplaudida) ha sido conseguida por una inmensa mayoría, que les ha
hecho, que os ha hecho, ganar un doble suelo: en el que se asientan y el que
dejaron atrás, éste en que os asentáis y el que dejasteis junto a la infancia,
que siempre está presente en la memoria.
Una infancia, una juventud en la dura, extrema y tan querida tierra
extremeña que se lleva siempre en el corazón y que duele en la nostalgia. Pero
-como decía Natalie Wood en la película “Esplendor en la hierba”, del director
Elia Kazan-, no hay que afligirse/ porque la belleza/ siempre subsiste en el
recuerdo. La belleza de una tierra que no se perdió. Y la que ha sido
conquistada por el emigrante, para ellos, para vosotros mismos y para hijos,
para familiares que hasta ella se desplazaron, os desplazasteis, asentado el
hogar, aquí, en esta tierra de promisión que ha de enorgullecerse por vuestra
contribución a su prosperidad, como Extremadura también debe estar orgullosa
por vuestro decidido espaldarazo a su prestigio y desarrollo.
Por vuestra generosidad, me atrevo a pediros una cosa más: no olvidéis
nunca a la tierra que os vio nacer, o que vio nacer a los vuestros, tan
queridos. Y, como decía una familia emigrante en Bélgica, la familia Velarde
del Amo, en carta publicada en el suplemento “Centro Extremeño”, del Periódico
Extremadura, el 13 de mayo de 1974, otro ruego a Extremadura, a sus dirigentes,
a sus grupos de decisión, influencia y presión: que se preocupe por los que
quedan, para que ningún hijo tenga que salir más. En definitiva: que
estamos sobradamente en la hora de conquistar la tierra que tanta gente dio en
sucesivas y externas conquistas. Para que el conquistador quede en la tierra de
nacimiento, definitivamente conquistada.
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Moisés, desde la experiencia de haber tenido que emigrar a los quince años, dejando atrás lo que para mí era una vida entera (la que había vivido hasta entonces), te puedo decir que nunca olvidaré mi tierra. Pero también que hubo muchos momentos en los que no sabía de qué tierra era ni en qué tierra estaba. Hasta que me convencí de que no importa de dónde eres ni dónde estás, sólo importa cómo lo vives.
ResponderEliminarA esa conclusión se llega por sabiduría. Un abrazo.
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