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viernes, 6 de octubre de 2017

EL ENQUISTAMIENTO DEL PROBLEMA CATALÁN
Moisés Cayetano Rosado
Cuando llegué a Barcelona en enero de 1971, procedente de mi pequeño pueblo extremeño diezmado por la emigración de aquellos años, no había trabajado más que ocasionalmente en el bar de mi padre, y a mis diecinueve años llevaba bajo el brazo el recién obtenido título de Maestro de Primera Enseñanza, como una tabla de salvación que en Extremadura no me sacaba de los “chatos” del bar.
Tardé diez días en encontrar trabajo, en un colegio patrocinado por la Caixa, en el barrio del Clot, donde la mayoría hablaba catalán, pero no hubo inconveniente en contratar a un joven inexperto para llevar una clase de 45 niños a los que apenas doblaba la edad.
Allí aprendí a “enseñar”, como igualmente aprendí a relacionarme con “el mundo”: escritores catalanes; narradores, poetas, dramaturgos venidos de todos los puntos de la Península y otros más exiliados, fundamentalmente de Latinoamérica, que nos infundían el respeto de su nombradía. Con ellos, también, iría cogiéndole “el toque” a la escritura, y publiqué mis primeros poemas, artículos, ensayos, conociendo el “sabor” de algunos premios literarios en Barcelona y Badalona.
Fue en Cataluña donde  encontré el sentido de la poesía, tratando a figuras admirables, entre las que sobresalía Salvador Espriu. Y el sentido profundo del proceso migratorio, de la mano del emigrante valenciano, muy admirado en Cataluña, Francisco Candel, cuya obra Els altres catalans fijó los padecimientos y la trascendencia de la emigración, tras su publicación en 1964.
Desde entonces, ya retornado, no he dejado de volver a Cataluña de manera periódica. Allí tengo amigos de la época, y alumnos que me recuerdan y con los que entrecruzo estima. Allí, calles, lugares de ocio y de cultura, bares y plazas de tertulia que recuerdo y al visitarlos parece que el tiempo no pasó.
Pero pasó. Pasaron los años y ha llegado el viento arrasador de las confrontaciones. El tiempo de  los rechazos y las separaciones. El tiempo, incluso de los odios.
Y estas traumáticas jornadas de otoño de 2017, a casi medio siglo de aquel descubrimiento de un mundo abierto y de oportunidades, me encuentro con la imagen de un filo de navaja. Y a un lado y otro quienes quieren accionar el mecanismo que mueva el acero en dirección a donde están los “enemigos”.
¿Y quiénes son los enemigos? Entre los protestan reconozco a gente con quien me relaciono, o recientemente o desde décadas. Entre los ordenados con requerimiento judicial para atajar sus pretensiones y mandatos gubernamentales de actuar con contundencia, servidores uniformados salidos de mi pueblo, nuestros pueblos devastados, de emigración y paro, amigos y vecinos.
¿Puede pararse el enquistamiento? ¿Con detenciones, suspensiones de derechos? ¿A cuántos miles, decenas, centenas de miles habría que neutralizar para conseguirlo? ¿Y cuántos heridos, muertos llevarían estas operaciones consigo? ¿Por cuánto tiempo iba a ser necesario?
La evidencia nos muestra una situación volcánica que no se ataja con agua ni echando fuego al fuego. Y es que no hablamos de escandalosas minorías, ni de grupúsculos mediatizados, manipulados como si fueran parvulitos.
La violencia genera violencia. Y la violencia multitudinaria genera masacres de imprevisible desenlace.
Es claro que los dirigentes han fallado. Que no han sabido dialogar y negociar. Que no han querido buscar con sensatez un arreglo medianamente satisfactorio para todos.
Y es asimismo claro que cuando uno falla en lo esencial debe dar un paso atrás. Recomponer el terreno social. Consultar a la sociedad sobre modelos de futuro. Es, así, necesaria la “consulta”: ni Rajoy ni Puigdemont pueden garantizar la convivencia, por lo que deben apartarse. Y sus propuestas fracasadas han de someterse al veredicto popular en las urnas, con elecciones generales y autonómicas anticipadas que traigan nuevos responsables, nuevos dirigentes que no nos lleven a la catástrofe.
No puede ser que en esos menos de cincuenta años que median entre mi experiencia positiva de juventud y la actual calamidad haya un abismo infranqueable. Como escribía Salvador Espriu en 1960:
A VECES ES NECESARIO...
A veces es necesario y forzoso
que un hombre muera por un pueblo,
pero nunca ha de morir todo un pueblo
por un solo hombre:
recuerda siempre esto, Sepharad.
Haz que sean seguros los puentes del diálogo
e intenta comprender y amar
las razones y las diversas hablas de tus hijos.
Que la lluvia caiga poco a poco en los sembrados
y el aire pase como una mano tendida
suave y muy benigna sobre los anchos campos.
Que Sepharad viva eternamente
en el orden y en la paz, en el trabajo,
en la difícil y merecida
libertad.
A VEGADES ÉS NECESSARI...
A vegades és necessari i forçós
que un home mori per un poble,
però mai no ha de morir tot un poble
per un home sol:
recorda sempre això, Sepharad.
Fes que siguin segurs els ponts del diàleg
i mira de comprendre i estimar
les raons i les parles diverses dels teus fills.
Que la pluja caigui a poc a poc en els sembrats
i l'aire passi com una estesa mà
suau i molt benigna damunt els amples camps.
Que Sepharad visqui eternament
en l'ordre i en la pau, en el treball,
en la difícil i merescuda
llibertat.

Tomen lección de este sabio y gran poeta que, cuando lo conocí, estaba ya bastante desalentado y descreído, pero que presagiaba un descontento eruptivo imparable, repitiendo la historia de luchas y de sangre.

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