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sábado, 30 de junio de 2018


DE REGINA A LLERENA, PASANDO POR MINA LA JAYONA Y LA ERMITA DEL ARA.
Moisés Cayetano Rosado

Nos ofrece la Fundación Caja Badajoz “conocer Extremadura”. Y hace muy bien, porque somos muy dados a admirar valores arqueológicos, naturales, monumentales… de los más variados rincones del mundo, y dejamos atrás los que tan a mano tenemos en Extremadura. Por eso, en mayo organizó una excursión a la extraordinaria Olivenza, atravesando luego en barco el Guadiana para visitar la portentosa fortificación alentejana de Juromenha; por eso, en septiembre iremos a la admirable villa de Alburquerque, pasando después a Ouguela, atravesando la raya/raia por otro paraje histórico; por eso, continuarán después otras visitas, y por eso, en junio hemos tomado la ruta Regina-Jayona-Virgen del Ara-Llerena, en una jornada inolvidable.
Cuando te vas acercando -en el municipio de Casas de Reina- al yacimiento romano de Regina, se te ofrece en lo alto, a la derecha, la alcazaba árabe con cerca almohade de Reina, majestuosa, tentadora, que nos reta a una ruta pedestre para más adelante. Ahora toca recorrer lo que fue una ciudad romana, donde
admiramos su trama urbana, su admirable sistema de cloacas, y en especial su teatro, en el extremo noroeste, con diez filas de gradas de piedra arenisca (de las que se conservan completas las tres primeras) y un cuerpo escénico de caliza y mármol, recordándonos al de Mérida, aunque en menores dimensiones y sin jardín posterior. Mucho queda aún por excavar de lo que fuera una próspera ciudad minera y agroganadera, situada en la ruta Emérita-Corduba-Hispalis, comunicando los valles medios del Guadiana y del Guadalquivir, pero lo que se nos ofrece ya de Regina Turdulorum es verdaderamente espectacular.
De allí, hasta la Mina La Jayona -en Fuente del Arco-, vas dejando a la izquierda las llanuras para ir entrando a la derecha en el monte calcáreo adehesado de estas estribaciones de Sierra Morena, que nos conduce a la fractura de la Mina. Un portento de la naturaleza, explotada en su riqueza de hierro de gran calidad desde comienzos de nuestra Era, y muy intensamente en los veinte primeros años del siglo XX por una empresa belga que supo explotar a conciencia los riquísimos filones y… los casi quinientos mineros que a pico, pala y barrenos fueron horadando niveles superpuestos de túneles, inmensas galerías por sueldos de miseria.

Hoy nos queda de aquello el esplendor de un paisaje mágico. Una falla horizontal increíble; unos procesos kársticos que dan lugar a juegos vistosos de estalactitas; túneles de altura humana en que aún brilla el metal; oasis fantásticos de verdor -a cielo abierto-, con flora “selvática” de higueras, sauces, madroños, adelfas, zarzas, madreselva, retama, jara, romero… tan compacta, de tan intenso verdor, que pareciera que hemos sido transportados a valles atlánticos; oquedades en que nos sumergimos y parece que estuviéramos en el inter de un cráter de volcán (me recordó uno de ellos: la profunda boca del Algar do Carvão, en la Ilha Terciera de las Azores). Los sonidos de aves (águilas, búhos, cigüeñas, estorninos, zorzales, aviones roqueros, herrerillos, mirlos…) nos reafirman en este ambiente de selva particular.

Con la magia de este “viaje al centro de La Tierra”, que hubiera hecho las delicias de Julio Verne, nos acercamos a otro mundo de sorpresas: la cercana, pequeña ermita mudéjar de la Virgen del Ara, que se ha dado en llamar “Capilla Sixtina de Extremadura”, bellísima en su decoración pictórica con escenas del Génesis que cubren paredes y bóveda de cañón. Al exterior, su galería lateral porticada, con arcos de medio punto peraltado, y su espadaña de dos cuerpos, son de un equilibrio horizontal/vertical de magistral armonía.
Armonía que iremos descubriendo de continuo en el patrimonio monumental de Llerena, ciudad ejemplarmente rehabilitada en su legado artístico y urbano. Su Plaza mayor, porticada -antiguo coso taurino, mercado y lugar de variados festejos-, es  de una serenidad y belleza fuera de lo común. Y en ella destaca la Iglesia de Nuestra Señora de la Granada -con su fachada barroca, los dos órdenes de arcadas de medio punto y su portentosa torre gótico mudéjar-, cuyo interior atesora excelente patrimonio retablístico, escultórico y pictórico, sobresaliente un magnífico Cristo Crucificado, de Zurbarán.
Conventos, como el de Santa Clara (cuyas monjas tienen “el don del azúcar en sus pastelillos”); palacios, como el de los Zapatas; puertas monumentales; muralla bajomedieval; esa joya que es la Biblioteca Municipal “Arturo Gazul”, ubicada en la antigua capilla del Convento San Juan de Dios… ¡Cuánto para ver! Y cuánto en su notable oferta gastronómica, donde lo judío y lo morisco se enriquecen con la aportación contundente de los “cristianos viejos”, llevando desde suaves sopas y gazpachos a contundentes cocidos, calderetas y potajes, “aligerados” con dulces de yema de huevos, miel y almendras.
Todo un reto para un día bien completo, que nos reafirma en la idea de que Extremadura tiene mucho que ver y mucho que descubrir. Es cuestión de ponerse manos a la obra.

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